viernes, 2 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia319

                     
    Alto de adoración semanal...

¡Llego Diciembre! y después de finalizar el libro de Hechos con el arresto de Pablo, y comenzar a caminar en su primera epístola al pueblo romano, puedo decir con aún mayor certeza y autoridad algo que ya creía: El fue un extraordinario hombre de Dios. Al principio cuando leíamos acerca de su posición como perseguidor de los seguidores de Jesús, dije que al convertirse, lo haría con la misma fuerza con la que maltrató a los creyentes y así fue; para llegar a transformarse en uno de los mayores exponentes del Evangelio de Jesucristo de todos los tiempos. Un hombre formado en la Ley judía, pero que finalmente entendió su justificación por fe, llega a ser evidentemente un gran siervo y apóstol de Jesucristo, como el mismo lo afirmó; llamado para anunciar las buenas noticias que él tiene para nosotros. Ciudadano romano, judío, fariseo, aprendiz y a la vez maestro; de comportamiento intachable, de conciencia irreprochable y de convicción inquebrantable. Ahora nos adentraremos en su extraordinarias cartas, y digo extraordinarias porque vienen dadas no sólo por su excelente verbo y métrica, sino por la inspiración divina del único que puede crear tan maravillosas obras, el Espíritu Santo de Dios. Escribir es pensar dos veces, y Pablo si que supo aprovechar su tiempo; del mismo modo que hablaba y vivía, también creaba, dejando un legado de grandes convicciones para todo aquel que ha decidido vivir para Cristo. Yo diría, en pocas palabras, que Pablo se enamoró profundamente de Jesús, y eso es en verdad lo que lo transforma todo. Es justo allí, cuando aún en contra de tu propia voluntad, lo único que deseas es vivir para servirle y adorarle, y cuando tus pretensiones dejan de ser personales para convertirse en los anhelos de Dios. El Salmo número 121, que es uno de los cánticos para los peregrinos que suben a Jerusalén, establece que el Señor es nuestro guardador; el lugar de donde viene nuestro socorro. Y así como el apóstol Pablo estaba totalmente convencido de que el brazo poderoso de Dios no lo dejaría perecer, sino que más bien, sus tribulaciones harían patente a Cristo, debemos estarlo nosotros. De todos los peligros, Dios siempre te pondrá a salvo, de todas las angustias, Él siempre te librará; en todas las pruebas, Él siempre te fortalecerá; y en todas las adversidades, Él siempre te cuidará. Con seguridad, Dios le dijo a Pablo: Hablarás de mi en Roma. Pero para hacerlo, debió atravesar el arresto, los maltratos y las prisiones; sin embargo, nada le importó, si con su sufrimiento, iba a ser levantado el nombre de Jesús. Y así lo fue. Yo hoy he aprendido que, bajo cualquier circunstancia, el hijo de Dios debe mostrar a Jesús. En contra de todo pronostico, siempre debe reflejar la victoria de la cruz.

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