viernes, 9 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia325

1° Corintios 7-14

Para el apóstol Pablo era muy importante que todas las comunidades de creyentes pudiesen entender los principios bíblicos establecidos para una adoración verdadera. Por esta razón, trató con muchos problemas de origen individual, pero también atacó a aquellos que afectaban de forma colectiva a la Iglesia como cuerpo. Hoy atenderemos asuntos específicos como: La sumisión de la mujer, la cena del Señor, los dones espirituales y el amor. ¿Por qué será que hay toda una sección de la Biblia que habla acerca de las mujeres en este libro? Sin duda alguna algo le dio a Pablo razones suficientes para dirigir su enfoque hacia nosotras, y no necesariamente debió ser algo positivo. Cristo es el origen del varón, el varón es el origen de la mujer y Dios es el origen de Cristo; en ese orden. Toda alteración del mismo produce entonces, perturbaciones o trastornos en ese estado original creado por Dios. Aunque los hombres y las mujeres seamos iguales delante de los ojos de Dios en razón de nuestra esencia, ciertamente tenemos características diferentes y muchas funciones especificas que cumplir en razón de nuestro género. Las mujeres y los hombres tenemos que estar plenamente convencidos de nuestro papel en el mundo como creación divina de Dios, y no perturbar el diseño original que Él estableció para nuestras vidas; pues en el momento en el que los roles empiezan a invertirse, empezamos a dañar el plan perfecto de nuestro Creador para nuestras vidas; lo que trae como consecuencia el incumplimiento del propósito por el cual fuimos creados. Aunque a muchas mujeres les parezca incomodo, y muchas veces inaceptable, debemos vivir en pareja el principio de sumisión que Dios mismo ha establecido, en orden de que se cumpla el verdadero sacerdocio en nuestros hogares; y así poder tener familias prosperas, exitosas y bendecidas. En la vida cristiana, ni el hombre existe sin la mujer, ni la mujer sin el hombre. Pues aunque es verdad que la mujer fue formada del hombre, también es cierto que el hombre nace de la mujer; y todo tiene su origen en Dios. En relación a la cena del Señor, la misma fue instituida para que los creyentes hagamos memoria de Jesús, y al participar de los alimentos, anunciamos su muerte hasta que Él regrese por nosotros. En un acto tan simbólico, solemne, importante y hermoso, no pueden existir divisiones, arrogancia o desprecio, sino más bien amor, afecto y simpatía entre todos los hermanos en la fe. Si realizamos esta práctica sin darle la debida importancia, pecamos en contra del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. Por lo tanto, antes de comer del pan y beber de la copa, cada uno debe preguntarse si está actuando bien o mal; por eso, cuando participemos de la cena hagámoslo de forma honesta, como agrada al Señor, y así no tendremos que ser castigados junto con la gente de este mundo que no cree en él. 

Respecto a las capacidades especiales que el Espíritu nos da, hay distintas formas de servir, pero todos servimos al mismo Señor; y a cada uno de nosotros se nos da un don espiritual para que nos ayudemos mutuamente y para edificación de la Iglesia. Es el mismo y único Espíritu Santo quien distribuye todos esos dones, y solamente él decide qué don cada uno debe tener. Así como el cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero, sucede con el cuerpo de Cristo; todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos ese Espíritu. De esta manera, estamos equipados por el Espíritu Santo para realizar funciones especificas como cuerpo de Jesucristo, y el servicio que hacemos no puede hacer sufrir ese cuerpo, sino más bien ayudarlo. Si todos pudiésemos conocer con exactitud nuestro llamado personal, y no pasáramos nuestro tiempo haciendo el trabajo de otros, podríamos lograr que nuestro involucramiento en la obra del Señor fuese provechoso y no tormentoso. Hay muchas partes del cuerpo que Dios ha designado para el servicio dentro de la Iglesia, y no todos podemos ser profetas, no todos podemos ser apóstoles o maestros, y quizás no todos tengamos el don de sanidad o de hacer milagros; pero hay algo que todos si tenemos en común y que supera cualquier otra capacidad especial o sobrenatural: El amor. Si no tenemos amor, de nada nos sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tenemos amor, seríamos como un pedazo de metal que solo sirve para hacer ruido. Si no tenemos amor, de nada nos serviría hablar de parte de Dios y conocer sus planes secretos; de nada nos serviría que nuestra confianza en Dios nos permita mover montañas. Si no tenemos amor, de nada serviría darles a los pobres todo lo que tenemos o dedicarnos en cuerpo y alma a ayudar a los demás. El que ama tiene paciencia en todo, y siempre es amable. El que ama no es envidioso, ni se cree más que nadie. No es orgulloso, no es grosero ni egoísta. No se enoja por cualquier cosa, no se pasa la vida recordando lo malo que otros le han hecho. No aplaude a los malvados, sino a los que hablan con la verdad. El que ama es capaz de aguantarlo todo, de creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo. Sólo el amor vive para siempre. Hay tres cosas que son permanentes: la confianza en Dios, la seguridad de que él cumplirá sus promesas, y el amor; y de estas tres cosas, la más importante es el amor. De nuestras capacidades más especiales debemos procurar amar con sinceridad, y pedirle al Espíritu Santo que nos capacite de manera especial para hablar de parte de Dios. Y todo lo que se haga como cuerpo de Cristo debe ayudar a los demás. Unos pueden cantar, otros pueden enseñar o comunicar lo que Dios les haya mostrado, otros pueden hablar en idiomas desconocidos, o traducir lo que se dice en esos idiomas; pero todo siempre debe estar dirigido por el Espíritu Santo para el beneficio de quien lo reciba. De manera que todos los que escuchen pueden aprender, sentirse animados y recibir Palabra de Dios. El llamado del apóstol era el de adorar en orden, porque a Dios no le gusta el alboroto sino la paz y el equilibrio. Por lo tanto, con todo corazón debemos desear los dones del Espíritu, y darle libertad de que ministre en la forma que él quiera en cualquiera de sus manifestaciones, pero al hacerlo, siempre debemos asegurarnos de hacer las cosas de una forma apropiada y en armonía. Que edifique no solo a los que hemos creído, sino que también invite a los no creyentes a apartarse de sus malos caminos y a convertirse a Jesús. 



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