domingo, 25 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia348

Hebreos 11-13

Después de que el autor de Hebreos magistralmente señaló el sacrificio de la cruz como el nuevo pacto de amor entre Dios y los hombres, invita a los judíos a acercarse a Él de la única manera posible: A través de la fe, no de ningún sacrificio material o físico. La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, y fue precisamente a través de la fe que los grandes héroes y heroínas del Antiguo Testamento pudieron ordenar sus vidas. Fue la fe, la que hizo gozar a todos los personajes mencionados en este libro, de una reputación que se mantendrá eternamente. Todas estas personas murieron aún creyendo lo que Dios les había prometido. Y aunque algunos no llegaron a recibir, lo vieron desde lejos y lo aceptaron con gusto, coincidieron en que eran extranjeros y nómadas aquí en este mundo. Es obvio que quienes se expresan así esperan tener su propio país, si hubieran añorado el país del que salieron, bien podrían haber regresado; sin embargo, buscaban un lugar mejor, una patria celestial. Se necesitaría mucho tiempo para hablar de los grandes hechos que mediante su confianza en Dios hicieron todos estos personajes, además de todos los sacerdotes, jueces y reyes; por la fe esas personas conquistaron reinos, gobernaron con justicia y recibieron lo que Dios les había prometido. Cerraron bocas de leones, apagaron llamas de fuego y escaparon de morir a filo de espada. Su debilidad se convirtió en fortaleza. Llegaron a ser poderosos en batalla e hicieron huir a ejércitos enteros. Sin embargo, otros fueron torturados, porque rechazaron negar a Dios a cambio de la libertad. Ellos pusieron su esperanza en una vida mejor que viene después de la resurrección. Algunos fueron ridiculizados y sus espaldas fueron laceradas con látigos; otros fueron encadenados en prisiones; algunos murieron apedreados, a otros los cortaron por la mitad con una sierra y a otros los mataron a espada. Algunos anduvieron vestidos con pieles de ovejas y cabras, desposeídos y oprimidos y maltratados. Este mundo no era digno de ellos. Vagaron por desiertos y montañas, se escondieron en cuevas y hoyos de la tierra. Por lo tanto, ya que estamos rodeados por esta enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe. 

Jesucristo es nuestro mayor y mas grande ejemplo de fe sin limites, él, debido al gozo que le esperaba, soportó la cruz, sin importarle la vergüenza que esta representaba. Ahora está sentado en el lugar de honor, junto al trono de Dios. Y eso nos anima a no cansarnos ni a darnos por vencidos cuando nosotros mismos también sufrimos toda clase de hostilidad o sufrimientos. En medio de cualquier situación podemos sentir el aliento de Dios en nuestras vidas, pues Dios a quien ama disciplina; y al soportar esa disciplina divina, en la que nuestra fe, contrario a debilitarse, más bien se fortalece, podemos recordar que Dios nos trata como sus hijos; ¿Acaso alguien oyó hablar de un hijo que nunca fue disciplinado por su padre? Y la disciplina de Dios siempre es buena, porque tiene como finalidad que participemos con Él de su santidad. Ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla, al contrario, ¡es dolorosa! Pero después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido entrenados por ella. Por lo tanto, renovemos las fuerzas de nuestras manos cansadas y fortalezcamos nuestras rodillas debilitadas. Tracemos un camino recto para nuestros pies, a fin de que los débiles y los cojos no caigan, sino que sean fortalecidos. Sigamos la paz para con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor; tengamos cuidado de no negarnos a escuchar a Aquel que habla. Pues, si el pueblo de Israel no escapó cuando se negó a escuchar a Moisés, ciertamente nosotros tampoco escaparemos si rechazamos a Aquel que nos habla desde el cielo.  Ya que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos y agrademos a Dios adorándolo con santo temor y reverencia, porque nuestro Dios es un fuego que todo lo consume. Sigamos amándonos unos a otros como hermanos, y no nos olvidemos de brindar hospitalidad a los desconocidos, porque algunos que lo han hecho, han hospedado ángeles sin darse cuenta. Acordémonos de los que están en prisión como si nosotros mismos estuviésemos allí, y de los que son maltratados como si nosotros mismos sintiéramos el dolor en nuestra carne. Honremos en matrimonio, y los casados, manténganse fieles a sus esposos, pues con toda seguridad, Dios juzgará a los que cometen inmoralidades sexuales y adulterio. No amemos el dinero y estemos contentos con lo que tenemos, pues nuestro Dios nunca nos fallará y nunca nos abandonará. Acordémonos también de los lideres que nos enseñaron la Palabra de Dios, pensemos en todo lo bueno que haya resultado de su vida, e imitemos su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre, así que no nos dejemos cautivar por ideas nuevas y extrañas. Nuestra fortaleza espiritual proviene de la gracia de Dios y no depende de reglas, por lo tanto, por medio de Jesús, ofrezcamos un sacrificio continuo de alabanza a Dios, mediante el cual proclamamos nuestra lealtad a su nombre. Y no nos olvidemos de hacer el bien ni de compartir lo que tenemos con quienes pasan necesidad, estos son los sacrificios que le agradan a Dios. De esta manera, el Dios de paz, quien levantó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, y que ratificó un pacto eterno con su sangre, nos capacitará con todo lo que necesitemos para hacer su voluntad. Que él produzca en nosotros, mediante el poder de Jesucristo, todo lo bueno que a él le agrada. 


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