miércoles, 30 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia318

Romanos 4-5

Uno de los mayores ejemplos y aún una de las personas mas admiradas dentro del pueblo judío es Abraham, su antepasado, el padre según la carne, y para muchos el padre de la fe; desde el punto de vista humano, el fundó la nación judía. Pero aunque todos conocían que Abraham fue un hombre que le creyó a Dios, y eso le fue contado por justicia, muchos de sus sucesores no lo hicieron. Abraham descubrió por si mismo que si sus buenas acciones le hubieran servido para que Dios lo aceptara, habría tenido de qué jactarse; pero esa no era la forma de actuar de Dios. Fue su fe la que lo hizo recibir justicia, y finalmente el justo es que le cree a Dios. Ahora bien, el dinero que se le paga a alguien por un trabajo no es ningún regalo, sino algo que se le debe. En cambio, Dios declara inocente al pecador, aunque el pecador no haya hecho nada para merecerlo, porque Dios le toma en cuenta su confianza en él. Entonces, ¿Es esta bendición solamente para los judíos o es también para los gentiles incircuncisos? Como venimos diciendo, Dios consideró a Abraham justo debido a su fe. ¿Pero cómo sucedió esto? ¿Se le consideró justo solo después de ser circuncidado o fue antes? Es evidente que Dios aceptó a Abraham antes de que fuera circuncidado. La circuncisión sólo era una señal de que Abraham ya tenía fe y de que Dios ya lo había aceptado y declarado justo aun antes de que fuera circuncidado. Por lo tanto, Abraham es el padre espiritual de los que tienen fe pero no han sido circuncidados; y a ellos se les considera justos debido a su fe. Y Abraham también es el padre espiritual de los que han sido circuncidados, pero solo si tienen la misma clase de fe que tenía él antes de ser circuncidado. Obviamente, la promesa que Dios hizo de dar toda la tierra a Abraham y a sus descendientes no se basaba en la obediencia de Abraham a la ley, sino en una relación correcta con Dios, la cual viene por la fe. Si la promesa de Dios es solo para los que obedecen la ley, entonces la fe no hace falta y la promesa no tiene sentido; pues la ley siempre trae castigo para los que tratan de obedecerla. Así que la promesa se recibe por medio de la fe. Es un regalo inmerecido, y, vivamos o no de acuerdo con la ley de Moisés, todos estamos seguros de recibir esta promesa si tenemos una fe como la de Abraham, quien aún cuando no había motivos para tener esperanza, la mantuvo porque había creído en que llegaría a ser el padre de muchas naciones. 

Abraham siempre creyó la promesa de Dios sin vacilar. De hecho, su fe se fortaleció aún más y así le dio gloria a Dios; él estaba plenamente convencido de que Dios es poderoso para cumplir todo lo que promete, y, debido a su fe, Dios lo consideró justo. Y el hecho de que Dios lo considerara justo no fue solo para beneficio de Abraham, sino que quedó escrito también para nuestro beneficio, porque nos asegura que Dios nos considerará justos a nosotros también si creemos en él, quien levantó de los muertos a Jesús nuestro Señor. Por lo tanto, ya que fuimos declarados justos a los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros.  Debido a nuestra fe, Cristo nos hizo entrar en este lugar de privilegio inmerecido en el cual ahora permanecemos, y esperamos con confianza y alegría participar de la gloria de Dios. También nos alegramos al enfrentar pruebas y dificultades porque sabemos que nos ayudan a desarrollar resistencia. Y la resistencia desarrolla firmeza de carácter, y el carácter fortalece nuestra esperanza segura de salvación. Y esa esperanza no acabará en desilusión, pues sabemos con cuánta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor. Cuando éramos totalmente incapaces de salvarnos, Cristo vino en el momento preciso y murió por nosotros, pecadores; y de esta manera Dios mostró el gran amor que le tiene a toda la humanidad. Entonces, como se nos declaró justos a los ojos de Dios por la sangre de Cristo, con toda seguridad él nos salvará de la condenación de Dios. Pues, como nuestra amistad con Dios quedó restablecida por la muerte de su Hijo cuando todavía éramos sus enemigos, con toda seguridad seremos salvos por la vida de Jesús. Así que ahora podemos alegrarnos por nuestra nueva y maravillosa relación con Dios gracias a que nuestro Señor Jesucristo nos hizo amigos de Dios. Hoy solo puedo decir algo: que BELLEZA de Palabra en estos dos cortos capítulos, y que grandisima y maravillosa la manera en la que Pablo puedo definir y describir con total exactitud la justicia de Dios, que no puede darse de otra forma que por FE. A través de un solo acto de justicia de Cristo que trajo consigo una relación correcta con Dios y una vida nueva para todos. El extraordinario regalo inmerecido, su gracia, su favor, su incomparable galardón; el rescate por nuestro pecados, nuestra hermosa salvación. 


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