miércoles, 28 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia359

Apocalipsis 4-6

Después de los mensajes para las siete comunidades cristianas en la tierra, Juan recibe la visión de la adoración celestial. Juan no sólo recibió una gran enseñanza de como debía ser la adoración mientras dure nuestro peregrinaje en el mundo, sino que también le fue mostrado lo que sucedería después, en la Patria Celestial. Lleno del Espíritu, este hombre pudo ver un trono en el cielo y a alguien sentado en él. El que estaba sentado en el trono brillaba como piedras preciosas, y el brillo de una esmeralda rodeaba el trono como un arco iris. Lo rodeaban veinticuatro tronos en los cuales estaban sentados veinticuatro ancianos. Todos vestían de blanco y tenían una corona de oro sobre la cabeza. Delante del trono había siete lamparas encendidas; las cuales eran los siete espíritus de Dios. En el centro y alrededor del trono había cuatro seres vivientes, cada uno cubierto de ojos por delante y por detrás;  cada uno de los seres vivientes tenía seis alas, y las alas estaban totalmente cubiertas de ojos por dentro y por fuera. Estos seres repetían constantemente: Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que siempre fue, que es, y que aún está por venir. Cada vez que los seres vivientes daban gloria, honor y gracias al que está sentado en el trono, los veinticuatro ancianos se postraban y lo adoraban, y ponían sus coronas delante del trono. Luego Juan vio un rollo de libro en la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono. Este era Dios, quien esperaba a quien es digno de desatar su gran juicio sobre la tierra. El rollo estaba escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos; y no podía ser abierto por nadie en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, más que por el León de la tribu de Judá, el heredero del trono de David. Luego vio un Cordero que parecía que había sido sacrificado, pero que ahora estaba de pie entre el trono y los cuatro seres vivientes y en medio de los veinticuatro ancianos. El Cordero fue y tomó el libro enrollado que tenía en la mano derecha el que estaba sentado en el trono, apenas hizo eso, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se arrodillaron delante de él. Cada uno tenía un arpa, y llevaba una copa llena de incienso que representaba las oraciones del pueblo de Dios. Todos los seres vivientes y los veinticuatro ancianos cantaban al cordero, pues solo Él era digno de tomar el libro y romper sus sellos. Porque fue sacrificado, y con su sangre rescató para Dios, a gente de toda raza, idioma, pueblo y nación; haciéndolos reyes y sacerdotes para nuestro Dios.

En el momento en que el Cordero rompía el primero de los siete sellos, uno de los seres vivientes le pidió a Juan que se acercara, entonces lo hizo y miró salir un caballo blanco. El que lo montaba llevaba en la mano flechas y un arco, y le dieron una corona. Había vencido a sus enemigos, y salía dispuesto a seguir venciendo. Cuando el Cordero rompió el segundo sello, Juan vio salir un caballo rojizo, y Dios le dio permiso al jinete de acabar con la paz del mundo, y de hacer que unos a otros se mataran. Y le dieron una gran espada. Con el rompimiento del tercer rollo, Juan vio un caballo negro, y el que lo montaba llevaba una balanza en la mano. Y respecto de este, los seres vivientes hablaban del costo que tendrían los alimentos. Cuando el Cordero rompió el cuarto sello, Juan vio un caballo pálido y amarillento, y el que lo montaba se llamaba Muerte, y lo seguía el representante del reino de la muerte. Y los dos recibieron poder para matar a la cuarta parte de los habitantes de este mundo, con guerras, hambres, enfermedades y ataques de animales salvajes. Cuando el Cordero rompió el quinto sello, Juan vio debajo del altar a las almas de los que habían sido asesinados por anunciar el mensaje de Dios. Quienes decían con fuerte voz: Dios todopoderoso, tú eres santo y siempre dices la verdad. ¿Cuándo te vengarás de los que nos mataron? ¿Cuándo los castigarás? Entonces Dios les dio ropas blancas, y les dijo que debían esperar un poco más, porque aún no habían muerto todos los cristianos que debían morir como ellos. Cuando el Cordero rompió el sexto sello, miró, y hubo un gran terremoto, el sol se oscureció, y la luna se puso roja como la sangre. Las estrellas cayeron del cielo a la tierra, como cae la fruta del árbol cuando un fuerte viento lo sacude. Además, el cielo fue desapareciendo y todas las montañas y las islas fueron llevadas a otro lugar. Entonces todos los reyes de la tierra, y toda la gente importante, intentaron esconderse en las cuevas y entre las rocas de las montañas. Lo mismo hicieron los comandantes de los ejércitos, los ricos, los poderosos, los esclavos y los que eran libres. Y todos ellos le pedían a las montañas y a las rocas que cayeran sobre ellos para que Dios no los viera y no fuesen castigados por el Cordero, pues había llegado el día en que Dios y el Cordero los castigarían, y nadie iba a poder resistir el castigo.


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