miércoles, 5 de febrero de 2014

El amor de Dios no se devalúa

"Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." Juan 16:33

Jesucristo antes de partir comunicó un gran numero de verdades a sus discípulos, entre ellas, que atravesarían un tiempo de tristeza cuando el ya no estuviese físicamente con ellos; que iba a haber llanto y lamento pero que esa tristeza ciertamente se convertiría en gozo, un gozo que no podría ser arrebatado por nada en el momento en el que se volvieran a ver. Hubo una promesa de parte del Señor, -sufrirán pero nos volveremos a ver-. Observemos algo, Jesús no prometió que nuestra estancia en este mundo sería placentera, que no íbamos a tener problemas o situaciones lamentablemente dolorosas o inquietantes; sus palabras exactas describían el hecho de que en este mundo habría aflicción, angustia y consternación. Las malas noticias se encuentran a la orden del día, es lo que escuchamos y lo que observamos; quizás nos sentimos alarmados al ver los fríos corazones de aquellos que cometen la maldad; nos lamentamos por la falta de amor al prójimo que propicia tantos hurtos, muertes y destrucción, que solo pueden ser usados por el padre de la mentira, Satanás; hasta llegamos a sentirnos atacados en nuestra propia comodidad, al no poder acceder con facilidad a todo aquello de lo que somos acreedores por el fruto de nuestro trabajo, como la comida para nuestra mesa, el vestido de nuestro cuerpo y el calzado de nuestros pies. Parece suceder que no hemos logrado comprender que todo esto que ocurre es en cumplimiento de la palabra de Dios, y nos vamos perdiendo en la consternación como sino tuviésemos en quien poner nuestra mirada.
Jesús estableció claramente que todo lo que había hablado era para que en EL tuviésemos paz, y no la paz como el mundo la da, encontrada en cosas materiales o pasajeras, sino aquella en la que pudiésemos vivir tranquilos confiando en el poder de aquel que ha vencido al mundo y nos declara más que vencedores. Es cierto que vivimos tiempos difíciles, en una actualidad contradictoria, con una economía desafiante y con grandes conflictos externos, amenazas, alarma, caos y desesperación; pero el amor de Dios no pierde su valor, no disminuye, no depende de las circunstancias, y el mismo que fue fiel para prometer será fiel para cumplir sus promesas.
Es necesario el cumplimiento de las señales evidentes que indican que nuestro Señor está cerca, y mientras eso ocurre debemos guardar y declarar la palabra viva y eficaz que nos indica que aunque haya llanto y dolor debemos confiar en la victoria segura que obtendremos al regreso del Señor; sabiendo que no hay nada que se escape de su control, entendiendo que todas las cosas ayudan para bien a los que aman a Dios, con seguridad de que estaremos en las manos de nuestro Creador todos los días hasta el fin del mundo, con certeza de que todo don perfecto desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación.
Esa palabra fuerte y penetrante que Jesús compartió con sus discípulos permanece para siempre, -sufrirán pero nos volveremos a ver-; confiemos! aguardemos la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús; declarando con firmeza la promesa liberadora de que nos espera lo mejor.