lunes, 26 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia352

2° de Pedro 1-3

En su primera carta, el apóstol Pedro anima a la comunidad judeocristiana a luchar contra los enemigos externos de su fe, y en esta segunda, los anima a luchar en contra de los internos; que en muchas oportunidades pueden ser más devastadores que los que no provienen de nosotros mismos. Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud, todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia; y en efecto, nos ha dado grandes y preciosas promesas. Estas promesas hacen posible que nosotros participemos de la naturaleza divina y escapemos de la corrupción del mundo, causada por los deseos humanos. En vista de todo esto, debemos esforzarnos al máximo por responder a las promesas de Dios complementando nuestra fe con una abundante provisión de excelencia moral; la excelencia moral, con conocimiento; el conocimiento, con control propio; el control propio, con perseverancia; la perseverancia, con sumisión a Dios; la sumisión a Dios, con afecto fraternal, y el afecto fraternal, con amor por todos. Cuanto más crezcamos de esta manera, más productivos y útiles seremos en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo; pero los que no llegan a desarrollarse de esta forma son cortos de vista o ciegos y olvidan que fueron limpiados de sus pecados pasados. Debemos esforzarnos por conocer si realmente estamos cumpliendo el propósito por el cual fuimos llamados, y aunque creamos que ya conocemos todas estas cosas, y que ya tenemos el conocimiento de la verdad, nunca debemos dejar de prestar atención a las Escrituras, en miras de descubrir ese llamado y ejecutarlo. Todo lo que fue dicho por los profetas del Antiguo testamento acerca de Jesús, y aún de todos los hechos relacionados con el pueblo judío, fue cumplido; y debido a eso nuestra confianza en esa Palabra crece aún más. Las palabras de los Profetas son como una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que el Día amanezca y Cristo, la Estrella de la Mañana, brille en el corazón de los que creen. Ninguna profecía de la Escritura jamás surgió de la comprensión personal de los profetas, ni por iniciativa humana. Al contrario, fue el Espíritu Santo quien impulsó a los profetas y ellos hablaron de parte de Dios. Por eso esta Palabra que hoy estudiamos, es la profecía mas segura que existe. Fuera de ella, nada. Sin embargo, en Israel también hubo falsos profetas, tal como hay ahora hay falsos maestros entre nosotros, que enseñan con astucia herejías destructivas y hasta negarán al Señor, quien los compró. Esto provocará su propia destrucción repentina. 

Habrá muchos que seguirán sus malas enseñanzas y su vergonzosa inmoralidad; y por culpa de estos maestros, se hablará mal del camino de la verdad. Pero Dios los condenó desde hace mucho, y su destrucción no tardará en llegar. Tal y como condenó a las ciudades de Sodoma y Gomorra, y las redujo a montones de cenizas; como ejemplo de lo que le sucederá a la gente que vive sin Dios. Sin embargo, Dios también rescató a Lot y lo sacó de Sodoma, porque Lot era un hombre recto que estaba harto de la vergonzosa inmoralidad de la gente perversa que lo rodeaba. Así es, Lot era un hombre recto atormentado en su alma por la perversión que veía y oía a diario, y el Señor sabe rescatar de las pruebas a todos los que viven en obediencia a Dios, al mismo tiempo que mantiene castigados a los perversos hasta el día del juicio final. Esos falsos maestros son como animales irracionales que viven por instinto y nacen para ser atrapados y destruidos; se burlan de lo que no entienden, e igual que animales serán destruidos. Su destrucción será la recompensa que recibirán por el daño que han causado. A ellos les encanta entregarse a los placeres perversos a plena luz del día, son una vergüenza y una mancha entre los creyentes. Cometen adulterio con solo mirar y nunca sacian su deseo por el pecado. Incitan a los inestables a pecar y están bien entrenados en la avaricia. Viven bajo la maldición de Dios. Estos individuos son tan inútiles como manantiales secos o como la neblina que es llevada por el viento. Están condenados a la más negra oscuridad, se jactan de sí mismos con alardes tontos y sin sentido. Saben cómo apelar a los deseos sexuales pervertidos, para incitar a que vuelvan al pecado los que apenas se escapaban de una vida de engaño. Prometen libertad, pero ellos mismos son esclavos del pecado. Con estas cartas, Pedro intentaba refrescarles la mente a los judíos en todo aquello que pudiese trastornar su vida cristiana, y estimularlos a pensar sanamente. Sobre todo, quería recordarles que, en los últimos días, vendrán burladores que se reirán de la verdad y seguirán sus propios deseos. Aún se burlaran de la venida del Señor y se atreverán a negarla. Deliberadamente olvidan que hace mucho tiempo Dios hizo los cielos por la orden de su palabra, y sacó la tierra de las aguas y la rodeó con agua. Por esa misma palabra, los cielos y la tierra que ahora existen han sido reservados para el fuego, están guardados para el día del juicio, cuando será destruida la gente que vive sin Dios. Y en realidad, no es que el Señor sea lento para cumplir su promesa, como algunos piensan. Al contrario, es paciente por amor a los escogidos; pues Él no quiere que nadie sea destruido; sino que todos se arrepientan. Pero el día del Señor llegará tan inesperadamente como un ladrón, entonces los cielos desaparecerán con un terrible estruendo, y los mismos elementos se consumirán en el fuego, y la tierra con todo lo que hay en ella quedará sometida a juicio. Dado que todo lo que nos rodea será destruido de esta manera, ¡Cómo no llevar una vida santa y vivir en obediencia a Dios! Esperar con ansias el día de Dios y apresurar que este llegue. Esperamos con entusiasmo los cielos nuevos y la tierra nueva que él prometió, un mundo lleno de la justicia de Dios. Por lo tanto, mientras aguardamos que ese día finalmente llegue, hagamos todo lo posible para que se vea que los hijos de Dios, llevan una vida pacífica que es pura e intachable a los ojos de su Creador. 


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