viernes, 16 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia335

Colosenses 1-4

Colosenses es una breve carta dirigida a los cristianos de la ciudad de Colosas, en Frigia, al sudoeste de Asia Menor. Colosas era una ciudad pequeña, relativamente cercana a Éfeso y Mileto. La comunidad cristiana de Colosas estaba en contacto con las de otras dos localidades próximas con las que intercambiaban los textos que les eran remitidos por los líderes cristianos. Pablo se encontraba luchando mucho tanto por los colosenses, como por las otras Iglesias, e incluso por los que no lo conocían personalmente; luchaba para animarlos a todos, y para que se mantuvieran unidos en el amor de Cristo, y así llegaran a tener la plena seguridad de comprender todas las riquezas de la sabiduría, y del conocimiento que se encuentran presentes en su nombre. El propósito de esta carta, era poder advertir a estos creyentes acerca de falsos maestros y personas que querían persuadirlos y engañarlos con palabras y con argumentos ingeniosos que podían llevarlos a la perdición; pues existían para el momento, muchas filosofías huecas y disparates elocuentes, que nacían del pensamiento humano y de los poderes espirituales de este mundo y no de Cristo. En Cristo habita toda la plenitud de la deidad en forma corporal, y los que hemos creído estamos completos en él, y no en ningún otro dominio o poder. Cristo llevó a cabo una circuncisión espiritual en nosotros, es decir, nos quitó la naturaleza pecaminosa para vivir una vida nueva libre de la perturbación del pecado. Él anuló el acta con los cargos que había contra nosotros y la eliminó clavándola en la cruz. De esa manera, desarmó a los gobernantes y a las autoridades espirituales; los avergonzó públicamente con su victoria sobre ellos en la cruz. Por eso no podemos permitir que cualquiera venga a influenciarnos con un mensaje distinto al que hemos creído, o con normas o requerimientos que el mismo Jesucristo desarticuló por completo. Allí en Colosas, estos falsos mensajeros querían condenar a los creyentes insistiendo en una religiosa abnegación o en el culto a los ángeles, al afirmar que habían tenido visiones sobre esas cosas. Su mente pecaminosa los había llenado de arrogancia y no estaban unidos a Cristo, la cabeza del cuerpo. Y de esa misma manera, hoy día, muchos son los que han abandonado la Palabra o la han distorsionado a su conveniencia para trastornar y confundir incluso a los escogidos de Dios, como el mismo Cristo le había anunciado a sus discípulos mucho tiempo atrás. 

Al morir con Cristo, Él nos ha rescatado de los poderes espirituales de este mundo, entonces, ¿Por que seguir las conductas y disposiciones carnales? Esas instrucciones o enseñanzas de orden humano podrán parecer sabias porque exigen una gran devoción, una religiosa abnegación y una severa disciplina corporal; pero a una persona no le ofrecen ninguna ayuda para vencer sus malos deseos y para vivir una vida de obediencia al Evangelio de Jesús. Ya que hemos sido resucitados a una vida nueva con Cristo busquemos las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pongamos la mira en las cosas espirituales y eternas y no en las de la tierra. Por eso, demos muerte a todos los malos deseos; a las relaciones sexuales prohibidas, a la indecencia; dominemos nuestros malos deseos, y no busquemos amontonar dinero, pues es lo mismo que adorar a falsos dioses. No seamos iracundos, no busquemos hacer el mal a otros, no ofendamos a Dios ni insultemos a sus semejantes, ni nos mintamos  unos a otros; pues ese es el comportamiento de una persona que no conoce a Dios, y nosotros eramos así antes de recibir a Cristo, pero ahora, que hemos abandonado la vida de pecado, debemos vivir como personas diferentes. En realidad, los que hemos creído somos personas nuevas, que cada vez deben parecerse más a Dios, su creador, y cada vez debemos conocerlo mejor. Por eso, ya no importa si alguien es judío o no lo es, o si está circuncidado o no lo está; tampoco tiene importancia si pertenece a un pueblo muy desarrollado o poco desarrollado, o si es esclavo o libre. Lo que importa es que Cristo lo es todo, y está en todos. Dios nos ama mucho, y nos ha elegido para que formemos parte de su pueblo. Por eso, vivamos como se espera de los hijos de Dios: Amemos a los demás, seamos buenos, humildes, amables y pacientes. Seamos tolerantes los unos con los otros, y si alguien tiene alguna queja contra otro, perdonemos, así como el Señor nos ha perdonado a nosotros. Y sobre todo, amémonos unos a otros, porque el amor es el mejor lazo de unión. Nosotros fuimos llamados a formar un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo; dejemos entonces que la paz de Cristo gobierne nuestros corazones, y seamos agradecidos. No olvidemos las maravillosas enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo y todo lo que hagamos o digamos, hagámoslo como verdaderos seguidores de Él, dando gracias a Dios, el Padre, por lo que Cristo ha hecho por nosotros. Vivamos sabiamente entre los que no creen en Jesús y aprovechemos al máximo cada oportunidad; que nuestras conversaciones sean cordiales y agradables, a fin de que tengamos la respuesta adecuada para cada persona. Finalmente y no menos importante, dediquémonos siempre a la oración y no dejemos de interceder por aquellos que anuncian el mensaje de Dios y reciben la revelación de sus propósitos para edificar a la Iglesia. A fin de que Dios nos llene siempre de su presencia y de su gran amor. 


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