jueves, 15 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia332

Efesios 1-6

Hemos llegado a una de mis epístolas favoritas y la que siempre ha llamado mi atención: Efesios, otra de las cartas paulinas. El objeto del apóstol es asentar las bases de la nueva religión y definir la causa, la meta y el fin de la iglesia de los fieles en Cristo. Él habla a los Efesios como de un prototipo o de una muestra de la iglesia universal. Se presume que fue escrita en Roma, durante el primer encarcelamiento de Pablo después de haberse separado de los líderes de Éfeso en Mileto. Yo amo profundamente la riqueza espiritual de esta carta, y como Pablo animó no solo a esos creyentes, sino a todos los que seguimos viviendo la Palabra de Dios en este tiempo, a luchar fuertemente en la defensa de nuestra identidad y posición como seguidores de Jesucristo. Justamente antes de empezar este año, este, y otros retos, Dios me dijo: Fortalécete en mi, y en el poder de mi fuerza (Efesios 6:10), y en esa palabra he estado parada y concienciada hasta este día. En esta carta, el apóstol va desde el beneficio de gracia que hemos recibido de forma totalmente inmerecida y gratuita como hijos de Dios, hasta nuestra respuesta y reacción ante esa condición de hijos en el cumplimiento de nuestro propósito en Cristo. De manera que alabamos a Dios por la abundante gracia que derramó sobre nosotros, los que pertenecemos a su Hijo amado; Dios es tan rico en gracia y bondad que compró nuestra libertad con la sangre de su Hijo y perdonó nuestros pecados. Él desbordó su bondad sobre nosotros junto con toda la sabiduría y el entendimiento. El propósito de Dios fue que los judíos, que fueron los primeros en confiar en Cristo, dieran gloria y alabanza a Dios; y que después lo hicieran también los gentiles que hubiesen recibido la buena noticia de salvación. Además, al creer todos en Cristo, Dios nos identifica como suyos, y al darnos el Espíritu Santo, que había prometido desde tiempo atrás, nos ofrece la garantía de que nos dará la herencia que nos prometió, y de que nos ha comprado para que seamos su pueblo. Después de que Pablo se enteró de la profunda fe en el Señor Jesús que tenían los efesios, y del amor que tenían por el pueblo de Dios en todas partes, no dejó de dar gracias por ellos y de recordarlos en sus oraciones pidiendo a Dios que les diese sabiduría espiritual y percepción, para que crecieran en el conocimiento de Dios; y además para que les inundara de luz el corazón, y así pudiesen entender la esperanza segura que él les había dado.

Los creyentes tenemos la increíble grandeza del poder de Dios con nosotros, el mismo gran poder que levantó a Cristo de los muertos y lo sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios, en los lugares celestiales. Ahora Cristo está muy por encima de todo, sean gobernantes o autoridades o poderes o dominios o cualquier otra cosa, no solo en este mundo sino también en el mundo que vendrá. Dios ha puesto todo bajo la autoridad de Cristo, a quien hizo cabeza de todas las cosas para beneficio de la iglesia, y la iglesia es el cuerpo de Cristo; él la completa y la llena, y también es quien da plenitud a todas las cosas en todas partes con su presencia. Antes estábamos muertos a causa de nuestra desobediencia y de nuestros muchos pecados. Vivíamos separados de Dios, igual que el resto de la gente, obedeciendo al diablo, el líder de los poderes del mundo invisible, quien es el espíritu que actúa en el corazón de los que se niegan a obedecer a Dios. Pero Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto que, a pesar de que estábamos muertos por causa de nuestros pecados, nos dio vida cuando levantó a Cristo de los muertos. ¡Por su gracia hemos sido salvados! Pues nos levantó de los muertos junto con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales, porque estamos unidos a Cristo Jesús. De modo que, en los tiempos futuros, Dios puede ponernos como ejemplos de la increíble riqueza de la gracia y la bondad que nos tuvo, como se ve en todo lo que ha hecho por nosotros, que estamos unidos a Jesús. Cristo habita en los corazones a medida que se confía en Él, por eso, quien echa raíces profundas en su amor, se mantendrá firme. Pablo sabía esto, y por eso clamaba a Dios para que los efesios pudieran recibir además, una fortaleza superior en el interior, mediante el poder del Santo Espíritu de Dios. El deseo del apóstol era que todos sus hijos en la fe pudiesen experimentar el amor de Cristo, aun cuando fuese demasiado grande para comprenderlo todo; pues entonces serían completos con toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios. De este modo, les suplicó que llevasen una vida digna del llamado que habían recibido de Dios, y que fuesen siempre humildes, amables, pacientes unos con otros y tolerantes ante las faltas por amor. Haciendo todo lo posible por mantenerse unidos en el Espíritu y enlazados mediante la paz. Para deshacernos de la vida pecaminoso que solo conduce a la muerte, debemos hacer cambios efectivos en nuestra manera de vivir; y pasar de la la corrupción, el vicio, la sensualidad y el engaño; a una renovación plena de nuestros pensamientos y actitudes mediante la acción inmediata del Espíritu Santo; pues hemos sido creados para ser la semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo. Por lo tanto, debemos imitar a Dios en todo lo que hagamos, viviendo una vida llena de amor, siguiendo el ejemplo de Cristo y desechando toda conducta desagradable que no deba tener lugar en el pueblo de Dios. Finalmente, y luego de varias recomendaciones y exhortaciones, el apóstol Pablo proporcionó a los efesios y a todos los creyentes en el mundo entero, la estrategia más efectiva y segura para poder resistir el día malo, para soportar las tentaciones del mundo y para poder permanecer en identidad con Cristo: Vestirnos con toda la armadura de Dios. La cual fue muy bien expresada y descrita por el maestro en términos de la vestidura del soldado romano. Después de las parábolas de Jesús, esta es para mi, una de las mejores enseñanzas que existe; y sólo la inspiración divina pudo crearla. Estemos entonces firmes y alertas, asidos con el cinturón de la verdad y la coraza de la justicia de Dios; calzados los pies con el Evangelio de la paz, y levantando el escudo de la fe para detener las flechas encendidas del diablo. Coloquémonos nuestra salvación como casco y tomemos la palabra de Dios que es la espada del Espíritu. Orando en todo tiempo y en toda ocasión, velando en ello con toda perseverancia. Así, después de la batalla, todavía seguiremos firmes y de pie. 


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