miércoles, 14 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia331

Gálatas 1-6

Hoy vamos a leer esta carta completa, así que trataremos de realizar una comprensión estricta de su significado. Gálatas es una carta escrita por el apóstol Pablo, que fue dirigida a los cristianos que habitaban la región de Galacia en Asia menor. Donde se encontraban las ciudades de  Licaonia, Iconio, Listra, Derbe y Antioquia de Pisidia. Después del primer viaje misionero de Pablo, el concilio de Jerusalén acordó que las personas no tenían que convertirse al judaísmo para ser cristianas. Pero el apóstol siguió luchando contra aquellos que insistían en añadir requerimientos de la Ley judía al sencillo mensaje de salvación; y los gálatas pertenecían a este grupo de ofensores. Esta carta les advierte que dejen de seguir esta falsa enseñanza pues la justificación es sólo por fe. Pablo estaba horrorizado por la forma en la que esos creyentes se estaban apartando de Dios, quien los había llamando con entrañable misericordia; estaban siguiendo un Evangelio diferente, que aparentaba ser la Buena noticia pero que no lo era en lo absoluto. Estaban siendo engañados por los que a propósito distorsionaban la verdad acerca de Cristo. Pablo también era judío, y antes de conocer a Jesús, superó ampliamente a sus compatriotas en su celo por las tradiciones de sus antepasados; pero sabía que aun antes de nacer, Dios lo eligió y lo llamó por su gracia maravillosa. Luego le agradó revelarle a su Hijo para que él proclamara a los gentiles la Buena Noticia acerca de Jesús. El mensaje del evangelio que predicaba el apóstol no se basaba en un simple razonamiento humano, sino en la inspiración divina de Jesucristo y de eso, todos eran testigos. Por lo que los gálatas sabían muy bien que Pablo sabía de lo que estaba hablando. Una persona es declarada justa ante Dios por la fe en Jesucristo y no por la obediencia a la ley; así que no podemos ser declarados justos ante Dios por medio de la fe en Cristo y que luego se nos declare culpables por haber abandonado la ley. Cuando los judíos intentaron obedecer la Ley, la ley misma los condenó, así que murieron a la ley; es decir, dejaron de intentar cumplir todas sus exigencias a fin de vivir para Dios. En realidad, todos los que hemos creído también hemos muerto en la cruz, junto con Jesucristo. Y ya no somos nosotros los que vivimos, sino que es Jesucristo el que vive en nosotros. Ahora vivimos gracias a la confianza en el Hijo de Dios, porque él nos amó y quiso morir para salvarnos. No podemos rechazar el amor de Dios creyendo que Él sólo nos aceptara si obedecemos la Ley, porque entonces de nada serviría que Cristo haya muerto por nosotros.

Los gálatas estaban tan confundidos que era como si alguien los hubiese hechizado, cuando el mismo Pablo cuando les anunció la buena noticia, les explicó claramente como había muerto Jesús para salvarnos. El apóstol les preguntó: Cuando recibieron el Espíritu de Dios ¿fue por obedecer la ley, o por aceptar la buena noticia? Claro que fue por el mensaje de salvación, pero ellos estaban tan ciegos que no querían entender. Si para comenzar esta nueva vida fue necesaria la ayuda del Espíritu de Dios, ¿por qué quisiéramos ahora terminarla mediante nuestros propios esfuerzos? Dios no nos ha dado el Espíritu, ni ha hecho milagros entre nosotros, sólo porque hayamos obedecido la ley. No, lo hace porque hemos creído en Jesucristo y en su gran poder. Abraham le creyó a Dios, y Dios lo consideró justo debido a su fe, así que los verdaderos hijos de Abraham son los que ponen su fe en Dios. Así que todos los que ponen su fe en Cristo participan de la misma bendición que recibió Abraham por causa de su fe. Queda claro, entonces, que nadie puede hacerse justo ante Dios por tratar de cumplir la ley, ya que las Escrituras dicen: Es por medio de la fe que el justo tiene vida. El camino de la fe es muy diferente del camino de la ley, que dice: Es mediante la obediencia a la ley que una persona tiene vida. Cristo nos ha rescatado de la maldición dictada en la ley. Cuando fue colgado en la cruz, cargó sobre sí la maldición de nuestros delitos; mediante Cristo Jesús, Dios bendijo a los gentiles con la misma bendición que le prometió a Abraham, a fin de que los creyentes pudiéramos recibir por medio de la fe al Espíritu Santo prometido. Cuando una persona hace un pacto con otra, y lo firma, nadie puede anularlo ni agregarle nada; y el acuerdo que Dios hizo con Abraham no podía anularse cuatrocientos treinta años más tarde cuando Dios le dio la ley a Moisés, porque Dios estaría rompiendo su promesa. Pues, si fuera posible recibir la herencia por cumplir la ley, entonces esa herencia ya no sería el resultado de aceptar la promesa de Dios; pero Dios, por su gracia, se la concedió a Abraham mediante una promesa. Entonces, ¿para qué se entregó la ley? Fue añadida a la promesa para mostrarle a la gente sus pecados, pero la intención era que la ley durara solo hasta la llegada del hijo prometido, es decir, Jesucristo; quien nos libró del pecado, de la Ley y de la muerte. Antes de que se nos abriera el camino de la fe en Cristo, estábamos vigilados por la ley; nos mantuvo en custodia protectora, por así decirlo, hasta que fuera revelado el camino de la fe. La ley fue nuestra tutora hasta que vino Cristo; nos protegió hasta que se nos declarara justos ante Dios por medio de la fe. Y ahora que ha llegado el camino de la fe, ya no necesitamos que la ley sea nuestra tutora. Pues ahora somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Y todos los que fueron unidos a Cristo en el bautismo se han puesto a Cristo como si se pusieran ropa nueva; ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús. Y ahora que pertenecemos a Cristo, somos verdaderos hijos de la fe. Solo Cristo salva, no la ley, y los que añadían otro tipo de requerimientos a esa verdad, lo hacían porque no querían ser perseguidos por enseñar el mensaje de la cruz. Cuando ni siquiera los que luchaban a favor de la ley podían cumplirla en su totalidad. Por eso no importa si somos o no practicantes de la Ley judía, lo que importa es que hayamos sido transformados en una creación nueva por nuestra fe en Cristo Jesús, y que en agradecimiento a ello, vivamos de una manera fiel y obediente a sus principios. 

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