lunes, 12 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia329

2° Corintios 6-9

Pablo estaba muy lejos de ser un hombre arrogante o prepotente, más bien sabía que lo único por lo cual podía sentirse verdadera complacido, era por la manifestación del gran poder de Jesucristo en su vida. Nunca dejó de mostrarse como lo que era: Un pecador redimido, que se convirtió en un gran instrumento en las manos de Dios en la predicación de su Evangelio; pero no por esto, permitió que su Ministerio, el cual le había costado grandes prisiones y aflicciones, se viese empañado por la malicia de los que no creían en él. Él no quería que nadie criticara su trabajo, y con toda razón, pues lo había dejado todo por la causa de Cristo, y padeció hasta lo indecible con el propósito de que la Buena Noticia acerca de la Salvación, llegase al mayor número de personas posibles; tanto así, que hoy mismo, seguimos leyendo sus cartas, y seguimos predicando a Jesús a través de su testimonio. En todo lo que Pablo y sus colaboradores hicieron, demostraron ser servidores de Dios, y todo, lo soportaron con paciencia. Sufrieron, tuvieron muchos problemas y también necesidades; desde los latigazos, hasta la cárcel y los maltratos; trabajaron muy duro, algunas veces sin comer ni dormir. Pero a pesar de todo eso, su conducta fue impecable; fueron pacientes y amables, y con la ayuda del Espíritu Santo en sus vidas, pudieron amar de verdad. Con el poder que Dios puso en ellos, anunciaron sin miedo el mensaje verdadero; cuando tuvieron dificultades, las enfrentaron, y sólo se defendieron hablando y haciendo siempre lo correcto. Servían a Dios, ya sea que la gente los honrara o los despreciara, fuese que los calumniaran o los elogiaran. A los corintios Pablo les habló con sinceridad, y no hubo falta de amor de su parte; por eso les pidió que le correspondieran en ese amor y le abrieran el corazón como lo que eran, sus propios hijos en la fe. Él les dijo: No participen en nada de lo que hacen los que no son seguidores de Cristo, lo bueno no tiene nada que ver con lo malo. Tampoco pueden estar juntas la luz y la oscuridad. No puede haber amistad entre Dios y el diablo, y ellos no podían llamarse seguidores de Jesús si participaban en las obras infructuosas de satanás con los que no lo eran. Nosotros somos el templo del Dios vivo, y si Dios está en nosotros, no tenemos nada que ver con sus enemigos. La promesa de Dios fue muy clara: Viviré con este pueblo, y caminaré con ellos. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por eso, para que Dios nos acepte, no debemos hacer el mal, sino mantenernos libres de pecado. Honremos a Dios, y tratemos de ser santos como él.

A pesar de todo lo que Pablo pudo haber sentido, ni la vida ni la muerte podían impedir que él amara a sus hijos espirituales, y siempre trató de mantenerse contento, sin importar todas las dificultades que había atravesado. Mientras estuvo en Macedonia, sufrió y luchó mucho en contra de sus enemigos, pero Dios que consuela a los que sufren, lo alegró con la llegada de Tito; quien precisamente venía de Corinto a a darle noticias acerca de los creyentes en esta Iglesia. Tito le dijo a Pablo que podía tener animo, pues después de la primera carta que el apóstol les había enviado, ellos habían cambiado su conducta y le habían pedido perdón a Dios. Al principio cuando los Corintios recibieron la primera carta, se lamentaron al ver los males que estaban cometiendo, pero esa tristeza los hizo volverse a Dios, arrepentirse y finalmente, cambiar de comportamiento. ¡Esto puso a Pablo más contento todavía! Pues aunque sabía que eran muchas sus pruebas, y sus tribulaciones, Dios había querido que él enviase esa carta, para que muchos en Corinto se acercaran a su presencia. Además Tito le contó a Pablo que los corintios deseaban verlo y que se preocupaban por él, y eso lo hizo sentir mejor. Tito estaba muy contento porque los hermanos de Corinto lo ayudaron a seguir adelante, hecho que alegró a Pablo más todavía, pues él le había dicho a Tito que estaba muy complacido con estos creyentes y no lo habían hecho quedar mal. Todos en la Iglesia obedecieron a Tito y lo respetaron, y eso demostró a Pablo que podía confiar plenamente en ellos. Los hermanos en las Iglesias de Macedonia eran muy pobres, pero ofrendaban como si fuesen muy ricas; no daban por obligación, sino porque querían hacerlo, y hasta le rogaron a los apóstoles que los dejaran colaborar la ayuda al pueblo de Dios. Entonces Pablo le pidió a Tito,  quien había alentado a los corintios a que comenzaran a dar, que regresara nuevamente a ellos y los animara a completar este ministerio de ofrendar. Ellos sobresalían en muchas maneras: en su fe, en su conocimiento, su entusiasmo y en amor; por lo tanto Pablo quería que también sobresaliesen en el acto bondadoso de dar con generosidad. Él no estaba ordenandoles que lo hicieran, pero ponía a prueba qué tan genuino era su amor al compararlo con el anhelo de las otras iglesias. Todo lo que se da, es bien recibido si se da con entusiasmo; y eso no quiere decir que lo que demos deba hacerles fácil la vida a otros y difícil a nosotros; sino que, mientras tengamos, podemos ayudar a los que no tienen. De esta manera, nosotros también recibiremos de otros cuando atravesemos algún momento de necesidad. El que da poco, recibe poco; el que da mucho, recibe mucho; y cada uno debe dar según crea que deba hacerlo. No tenemos que dar con tristeza ni por obligación, pues Dios ama al que da con alegría. Dios puede darnos muchas cosas, a fin de que tengamos todo lo necesario, y aun nos sobre para que podamos compartir con los demás. Porque la ayuda que demos no sólo servirá para que los demás tengan lo que necesitan, sino que también hará que ellos den gracias a Dios; y esa ayuda demostrará que hemos creído y confiado en la buena noticia y obedecemos su mensaje. Por eso, los que reciben también alabarán y honrarán a Dios. 


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