lunes, 12 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia328

2° Corintios 1-5

Pablo salió de Éfeso para llegar a Macedonia, y tras observar el fruto de su primera epístola en la comunidad cristiana de Corinto, decide dirigir esta segunda carta nuevamente a ellos, para hablarles de su Ministerio y para seguir animándoles y exhortándoles en su relación con Jesús. El sufrimiento, aunque duela, es necesario; pues sin pruebas no puede haber victorias. ¿Y sino venciéramos, como glorificaríamos el nombre de Jesucristo? Pues, cuanto más sufrimos por Cristo, tanto más Dios nos colmará de su consuelo por medio de Él; y también cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros. Y aún cuando estamos abrumados por muchos conflictos, ciertamente será para consuelo y para salvación. Pablo fue agobiado por muchas tribulaciones y sufrimientos, fue oprimido al punto de casi perder su vida por el Evangelio, pero, como resultado, dejó de confiar en si mismo y aprendió a depender sólo de Dios. Así como en el caso del apóstol, Dios nos protege de los mas grandes peligros, y podemos confiar en que él nos seguirá cuidando y protegiendo. Así que, ¡gracias a Dios!, quien nos ha hecho sus cautivos y siempre nos lleva en triunfo en triunfo en el desfile victorioso de Cristo. Ahora nos usa para difundir el conocimiento de Cristo por todas partes como un fragante perfume. Nuestras vidas son la fragancia de Cristo que sube hasta Dios, pero esta fragancia se percibe de una manera diferente por los que se salvan y los que se pierden. Para los que se pierden, somos un espantoso olor de muerte y condenación, pero para aquellos que se salvan, somos un perfume que da vida. A través de esta carta, Pablo defendió su Ministerio apostólico, y no dijo todas esas cosas para ufanarse o para hablar bien de sí mismo o de sus colaboradores,pues no tenía necesidad de presentar cartas que dieran un buen testimonio de ellos; la única carta de recomendación que ellos necesitaban eran los mismos creyentes a los cuales les habían predicado, pues sus vidas eran una carta escrita en sus corazones; y cuando la gente los leyera, podrían reconocer fácilmente el buen trabajo que hicieron los apóstoles. Las cartas de Cristo demuestran el resultado exitoso del Evangelio, y esas cartas no son escritas con pluma y tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente. No están talladas en tablas de piedra, sino en corazones humanos. No es que pensemos que estamos capacitados para hacer algo por nuestra propia cuenta, pues ciertamente nuestra aptitud proviene de Dios. Él nos capacitó para que seamos ministros de su nuevo pacto, y este no es un pacto de leyes escritas, sino del Espíritu; el antiguo pacto escrito termina en muerte, pero, de acuerdo con el nuevo pacto, el Espíritu da vida.

Dios escribió la ley en tablas de piedra, y se la entregó a Moisés. Aquel momento fue tan grandioso, que la cara de Moisés resplandecía; y el resplandor era tan fuerte que los israelitas no podían mirar a Moisés cara a cara. Sin embargo, ese brillo pronto iba a desaparecer. Si la entrega de esa ley fue tan grandiosa, el anuncio de la salvación será más grandioso todavía. Porque esa ley dice que merecemos morir por nuestros pecados., pero gracias a lo que el Espíritu Santo hizo en nosotros, Dios nos declara inocentes; y eso es mucho más grandioso que lo que hace la ley. Y si fue gloriosa la ley que iba a desaparecer, mucho más gloriosa es la buena noticia que anuncia la salvación eterna.  Sin embargo, esto sólo llega a comprenderlo el que se arrepiente y pide perdón al Señor. Es como si le quitaran el velo a su entendimiento que había sido entenebrecido; porque el Señor y el Espíritu son uno mismo, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad. Y nosotros ahora no tenemos ningún velo que nos cubra la cara, somos como un espejo que refleja la grandeza del Señor, quien cambia nuestra vida. Gracias a la acción de su Espíritu en nosotros, cada vez nos parecemos más a él. Dios es bueno y nos permite servirle, por eso no podemos desanimarnos, ni sentir vergüenza de ser sus siervos; y mucho menos podemos anunciar el mensaje a escondidas, o engañar a la gente, o adulterar el mensaje de Dios. Al contrario, Dios debe ser testigo de que al predicar, decimos la verdad. La buena noticia nos habla de la grandeza de Cristo, y Cristo a su vez nos muestra la grandeza de Dios. Ese mensaje brilla como la luz, pero los que no creen no pueden verla, porque Satanás no los deja. Y nosotros no nos anunciamos a nosotros mismos, sino que anunciamos que Jesucristo es nuestro Señor, y que nosotros somos sus seguidores y sus servidores. Cuando Dios nos dio la buena noticia, puso, por así decirlo, un tesoro en una frágil vasija de barro; así, cuando anunciamos la buena noticia, la gente sabe que el poder de ese mensaje viene de Dios y no de nosotros, que somos tan frágiles como el barro. Por eso, aunque pasamos por muchas dificultades, no nos desanimamos; tenemos preocupaciones, pero no perdemos la calma; la gente nos persigue, pero Dios no nos abandona; nos hacen caer, pero no nos destruyen. Y así, mientras que nosotros vamos muriendo, el mensaje va cobrando nueva vida. Por eso no nos desanimamos, aunque nuestro cuerpo se va gastando, nuestro espíritu va cobrando más fuerza; y sabemos que las dificultades que tenemos son pequeñas, y no van a durar siempre. Pero, gracias a ellas, Dios nos llenará de la gloria que dura para siempre: una gloria grande y maravillosa. Porque nosotros no nos preocupamos por lo que nos pasa en esta vida, que pronto acabará; al contrario, nos preocupamos por lo que nos pasará en la vida que tendremos en el cielo. Ahora no sabemos cómo será esa vida, lo que sí sabemos es que será eterna. Bien sabemos que en este mundo vivimos como en una tienda de campaña, que un día será destruida; pero en el cielo tenemos una casa permanente, construida por Dios y no por seres humanos. Mientras vivimos en este mundo, suspiramos por la casa donde viviremos para siempre, y sabemos que, cuando estemos allí, estaremos bien protegidos. Mientras vivimos en esta tienda de campaña, que es nuestro cuerpo, nos sentimos muy tristes y cansados; y más bien, quisiéramos que nuestros cuerpos fueran transformados, y que lo que ha de morir se cambie por lo que vivirá para siempre. Dios nos preparó para ese cambio y, como prueba de que así lo hará, nos dio el Espíritu Santo. Por estas razones, no perdemos la alegría; pues sabemos que, aunque mientras vivamos en este cuerpo, estaremos lejos del Señor, tenemos la esperanza segura de vivir con Él. En este sentido tratamos de obedecerlo, ya sea en esta vida o en la otra, pues el amor de Cristo debe dominar nuestras vidas.


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