domingo, 4 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia322

Romanos 12-16

Ahora que ya comprendimos que fuimos injertados en el olivo especial de Dios y que venimos a formar parte de su pueblo; también es necesario que sepamos que como tal, no solo tenemos derechos, sino también deberes en nuestra relación con Él. Como en cualquier relación sana, efectiva y estable. Al momento de creer en Jesucristo, y de alcanzar la justicia de Dios a través de la fe, debemos entregarnos a Él como sacrificio vivo, santo y agradable a su nombre; pues esta es la manera en la que Él quiere que se le adore. Ya los sacrificios dejaron de ser animales ofrendados en un altar como propiciación por nuestros pecados, o como ofrendas de alabanza o agradecimiento. Ahora la ofrenda somos nosotros, y el esfuerzo, el empeño y la disposición para entregarnos sin reservas a su divinidad, depende sólo de nosotros mismos. Por eso, no debemos imitar las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien, debemos dejar que Dios nos transforme en personas nuevas al cambiarnos la manera de pensar. Entonces aprenderemos a conocer la voluntad de Dios para nosotros, la cual es buena, agradable y perfecta. Basado en el privilegio y la autoridad que Dios le había dado a Pablo, le advirtió a los romanos y a nosotros, que  ninguno debe creerse mejor de lo que realmente es. Debemos ser realistas al evaluarnos a nosotros mismos, y hacerlo según la medida de fe que Dios nos ha dado. Así como nuestro cuerpo tiene muchas partes y cada parte tiene una función específica, el cuerpo de Cristo también y nosotros somos las diversas partes de un solo cuerpo y nos pertenecemos unos a otros. La conducta del hijo de Dios debe ser como una luz que resplandezca en la más densa niebla; y para esto, el apóstol proporcionó una larga lista, más no imposible de cumplir, acerca de lo que debemos hacer para que esto suceda. Pues no debemos dejar que el mal nos venza, sino mas bien, vencer el mal haciendo el bien. La urgencia de Dios, es que nos amemos unos a otros, pues el amor cumple todas las exigencias de la Ley; y esto es muy importante pues nuestra salvación ahora está más cerca que cuando recién creímos. La noche ya casi llega a su fin, el día de la salvación amanecerá pronto; por eso, debemos dejar de lado nuestros actos oscuros como si nos quitáramos ropa sucia, y ponernos la armadura resplandeciente de la vida recta. Ya que pertenecemos al día, vivamos con decencia a la vista de todos.

Para poder lograr convertirnos en este tipo de creyentes, totalmente inquebrantables e inconmovibles en la fe, hace falta mucha comunión con Dios y mucha fortaleza espiritual; por eso es común que a lo largo de esta carrera, muchos puedan tener una fe débil o incipiente, pero a esas personas también debemos aceptarlas y amarlas, y no debemos discutir acerca de lo que consideran bueno o malo. No debemos menospreciarnos o recriminarnos por las cosas que hemos decidido hacer o los comportamientos que hemos decidido adoptar, pues no somos nadie para juzgar a los sirvientes de otros, solo nuestro amo, que es el Señor, decide si caemos o permanecemos en pie; y con la ayuda de Él, lograremos mantenernos y recibir su aprobación. cada uno de nosotros tendrá que responder por sí mismo ante Dios, así que dejemos de juzgarnos unos a otros; por el contrario, debemos proponernos vivir de tal manera que no causemos tropiezo ni caída a otro creyente. Pues, no podemos permitir que lo que hagamos o decidamos de forma individual, destruya a alguien por el que Cristo murió. El reino de Dios no se trata de lo que comemos o bebemos, sino de llevar una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo; si tú sirves a Cristo con esa actitud, agradarás a Dios y también tendrás la aprobación de los demás. Los que son fuertes deben tener consideración de los que son más débiles, y no agradarse solamente a si mismos, sino más bien ayudar a otros a hacer lo que es correcto y edificarlos en el Señor; pues ni siquiera Cristo vivió para agradarse a sí mismo. Sólo Dios es quien da esa paciencia y ese ánimo, para poder vivir en plena armonía unos con otros, como corresponde a los seguidores de Cristo Jesús. Entonces todos podríamos unirnos en una sola voz para dar alabanza y gloria a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Al aceptarnos unos a otros, tal como Cristo nos aceptó a nosotros, damos Gloria a Dios; pues el mismo Jesús, siendo el hijo de Dios, vino a servir a los judíos para demostrar que Dios es fiel a las promesas que les hizo a los antepasados de ellos. También advirtió Pablo que hay que tener cuidado con los que causan divisiones y trastornan la fe de los creyentes al enseñar cosas que van en contra del mensaje de Dios; convirtiéndonos en personas sabias y dispuestas para hacer lo que está bien y ser inocentes en cuanto a toda clase de mal. Pues el Dios de paz puede aplastar los planes de Satanás y ponerlo bajo el estrado de nuestros pies. En este sentido, el mensaje de Jesucristo se hará evidente en nuestras vidas, pues la única manera de predicar es Evangelio, es vivirlo. Y ahora, por medio de Jesús, alabemos por siempre al único y sabio Dios.


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