martes, 27 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia356

Alto de Adoración semanal...

No solamente Pablo dio a la Iglesia universal un valioso aporte a través de sus cartas, sino que Santiago, Pedro y Juan también lo hicieron. Todos estos hombres, además de ser pilares fundamentales en la Iglesia primitiva, han continuado su eterno ministerio en Jesucristo mediante la Palabra de Dios, y a través de su pluma podemos acercarnos más y más al llamado que tenemos como discípulos de Jesús, y al cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestras vidas. Cada uno con su forma tan particular pero a la vez tan estricta de lo que el Espíritu les mostró en cada oportunidad, es un regalo para todo hijo de Dios. Santiago, al partir de la salvación por gracia, supo dirigirnos hacia el efecto de ese rescate: Las obras; Pedro, demostró con hechos y bases sólidas como debe ser el comportamiento del hijo de Dios aún en medio del más terrible sufrimiento, tomando siempre como ejemplo la obediencia y fidelidad del Señor Jesús; y Juan, quien describe de una manera muy hermosa el amor de Dios y nos exhorta a todos los creyentes a manifestar ese amor hacia los demás. Uno de mis libros favoritos es su primera epístola, y si alguien me ha acompañado todo este año sabría decir porqué. En "La carta del amor", como yo la defino, veo a Juan como un romántico, un fiel enamorado de Cristo, y eso es lo que yo también me he propuesto ser desde que me convertí a Jesús hace ya más de doce años. Él es el amor de mi vida... Y cada día intento demostrarle lo mucho que lo amo, y que sepa, escuche y vea, que no hay para mi otra persona más importante que Él. Hablar de amor es hablar de Dios, y me encanta, así como a este autor, ver a mi Señor en ese sublime sentido. Hoy, mientras reflexiono en todo lo aprendido y en mi caminar de todo el año a través de la Biblia, puedo nuevamente alabar a Dios, simplemente porque Él se lo merece. El Salmo número 146 dice: Alabaré a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva. Y esta es la forma correcta de vivir en armonía con el Espíritu Santo y en consecuencia, con nuestros semejantes. No hay un solo día que Dios nos permita vivir, donde no nos de al menos una razón para alabar su nombre, y el salmista lo dijo muy bien: Él hace justicia a los agraviados, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos, levanta a los caídos, ama a los justos, guarda a los extranjeros, al huérfano y a la viuda sostiene, y el camino de los impíos trastorna. Reinará Jehová para siempre, de generación a generación. Por eso decimos: Aleluya, alabado sea el nombre del Señor. 


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