domingo, 23 de julio de 2017

Dios es soberano

Siempre tengo presente este terrible tiempo mientras me lamento por mi pérdida. No obstante, aún me atrevo a tener esperanza cuando recuerdo lo siguiente: ¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Lamentaciones 3:20-22

Durante 40 años estuvo Jeremías advirtiendo al pueblo hebreo acerca del juicio de Dios, a menos que ellos se arrepintieran y cambiaran su conducta. Pero frente a su insistente clamor, solo consiguió una fría indiferencia. Por lo que finalmente, Israel fue arrasada por los babilonios y Jerusalén, terminó completamente desierta. De este modo nace el libro de Lamentaciones, el diario de este profeta, sobre el cual derramó sus más profundas lagrimas por la nación destruida. El capitulo número tres de este libro, es un poema acróstico, elaborado con una letra consecutiva del alfabeto hebreo por cada tres versículos; el cual, traducido al lenguaje actual de las escrituras, completa la siguiente frase: Yo soy el siervo sufriente. En este tercer lamento, Jeremías equipara su propio sufrimiento con el del resto de la ciudad y anhela ser restaurado por Dios. El profeta sufrió en carne propia la tristeza y la amargura por la destrucción de su pueblo, sin embargo, también pudo comprender el propósito ulterior de Dios, y expresar una nota de esperanza dentro de su poema fúnebre: Grande es la fidelidad de Dios, sus misericordias jamás terminan. Y Jerusalén, en el tiempo propicio, también recibiría la compasión del Señor. Hoy domingo, se cumplen dos semanas de la muerte de mi tía, después de haber estado afectada con un cáncer de médula muy agresivo que consumió todo su cuerpo. Durante solo cinco meses, desde que empezó a padecer, hasta el día que falleció, mi tía estuvo batallando con una enfermedad que redujo su carne por completo, y aunque nosotros, su familia, no padecíamos de igual forma, también sufríamos junto a ella. Esta pérdida ha significado un duro golpe para todos nosotros, más aún para mi abuela y para su pequeña hija de dos años. Aún nos mantenemos absortos, afligidos y completamente tristes por esta situación. 

Creo haberme sentido como Jeremías, el siervo sufriente, frente a esta drástica y dura decisión de parte del Señor; pues la verdad, me ha dolido profundamente. Como hija de Dios, entiendo que Él no comete errores, y que jamás permite algo sin un propósito, el cual, siempre, siempre, redundará para el beneficio de los que le aman. Sin embargo, al igual que el profeta, en este momento no dejo de llorar ni de sufrir por mi pérdida. He leído este Libro y este capitulo de la Biblia durante toda mi vida como creyente, y puedo asegurar que solo hasta este momento, pude comprenderlo. Porque el duelo, es de esas cosas que se entienden, solo hasta que se viven. No obstante, no podría dejar de agradecer a Dios, porque así como Jeremias, puedo decir: Hay esperanza, Dios sigue siendo fiel y por siempre lo será; y también, porque en medio de este terrible dolor, que solo hemos podido mitigar con la presencia de Dios, hemos sentido su consuelo, su fortaleza, y su pronto auxilio. Además, así como hubo promesa de restauración para Jerusalén, también se cumplió la promesa de salvación para mi tía, quien durante este padecimiento, pudo reconocer a Cristo como Señor y Dios. Ella pudo haber perdido la batalla en su carne, pero la ganó en su espíritu que es finalmente lo más importante. Después de todo pienso, que Dios tuvo misericordia de ella, y que también le preparó lugar junto a Él en las mansiones celestiales. Y aunque aquí, hoy lloremos su ausencia, ella está plena, sin dolor, y disfrutando el paraíso. Ese lugar mejor que todos aguardamos con mucha paciencia y esperanza. Dios es soberano, y aunque permite el sufrimiento, también muestra compasión y consuelo debido a la grandeza de su amor inagotable. En Él descansa mi corazón, y sé que va a enjugar todas y cada una de nuestras lágrimas, así como limpió y consoló las de Jeremías.