domingo, 25 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia347

Hebreos 8-10

Cada sacerdote debe tener un lugar para ministrar, los sacerdotes de Aarón ministraban en la tierra y Jesús ministra en el cielo; cada sacerdote debe tener una vida para sacrificar, los sacerdotes de Aarón ofrecieron sangre de animales, Jesús ofreció su propia sangre. Y, solamente el Sumo Sacerdote podía entrar detrás del velo para hacer la expiación de pecados, Aarón llevó a cabo esta función año tras año; Cristo ofreció su propia carne como el velo, haciendo la expiación de una vez y para siempre. Todos los sacerdotes de la tierra sirven dentro de un sistema de adoración que es solo una copia, una sombra del verdadero, que está en el cielo. Pues cuando Moisés estaba por construir el tabernáculo, Dios le advirtió lo siguiente: Asegúrate de hacer todo según el modelo que te mostré aquí en la montaña. Pero ahora a Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, se le ha dado un ministerio que es muy superior al sacerdocio antiguo porque él es mediador a nuestro favor de un mejor pacto con Dios basado en promesas mejores. Si el primer pacto no hubiera tenido defectos, no habría sido necesario reemplazarlo con un segundo pacto; pero cuando Dios encontró defectos en el pueblo, estableció que haría  un nuevo pacto con el pueblo de Israel y de Judá. Ese pacto no sería como el que hizo con sus antepasados cuando los tomó de la mano y los sacó de la tierra de Egipto; pues ellos no permanecieron fieles, y en consecuencia Dios les dio la espalda. En el nuevo pacto entre Dios e Israel, el Señor pondría sus leyes en sus mentes y las escribiría en sus corazones; ellos serían su pueblo, y Él sería su Dios. Todos conocerían al Señor y Él perdonaría todas sus maldades y ya no se acordaría de sus pecados. Cuando Dios habla de un «nuevo» pacto, quiere decir que ha hecho obsoleto al primero, el cual ha caducado y pronto desaparecerá. Ese primer pacto entre Dios e Israel incluía ordenanzas para la adoración y un lugar de culto aquí, en la tierra. Todos los días, los sacerdotes entraban al Lugar Santo para celebrar el culto, pero en el Lugar Santísimo sólo podía entrar el jefe de los sacerdotes, y esto, sólo una vez al año. Entraba llevando la sangre de los animales, que él y el pueblo ofrecían para pedir perdón a Dios cuando pecaban sin darse cuenta. De este modo el Espíritu Santo da a entender que, cuando aún existía el santuario, la entrada al Lugar Santísimo no le estaba permitida a cualquiera. Todo esto se hizo así para mostrarnos lo que ahora es más importante: No podemos sentirnos perdonados sólo por haber ofrecido ofrendas y sacrificios en el culto. Todo esto son reglas que tienen que ver con comidas, bebidas y ceremonias de purificación, que nos preparan para el culto. Las reglas indican lo que se debe hacer, pero no nos ayudan a cambiar nuestra manera de vivir. Esas reglas sirven sólo mientras Dios no las cambie por algo mejor.

Ahora Cristo vino y se ha convertido en el Jefe de sacerdotes, y a él le debemos todo lo bueno que ahora nos pasa, porque el santuario donde él es sacerdote, es mejor y perfecto. No lo hizo ningún ser humano, así que no es de este mundo. Cristo no entró a ese santuario para ofrecer a Dios la sangre de animales, sino para ofrecer su propia sangre; entró una sola vez y para siempre; de ese modo, de una vez por todas nos libró del pecado. De acuerdo con la religión judía, las personas que están impuras no pueden rendirle culto a Dios; pero serán consideradas puras si se les rocía la sangre de chivos y toros, y las cenizas de una becerra sacrificada. Pues si todo eso tiene poder, más poder tiene la sangre de Cristo, porque por medio del Espíritu, que vive para siempre, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha ni pecado. Su sangre nos purifica, para que estemos seguros de que hemos sido perdonados, y para que podamos servir a Dios, que vive para siempre. Así, por medio de Jesucristo, entramos en un nuevo pacto con Dios. Porque Jesucristo murió para que Dios nos perdonara todo lo malo que hicimos cuando servíamos al primer pacto. Y por medio de su muerte, también los que hemos sido elegidos por Dios recibiremos la salvación eterna que él nos ha prometido.  Porque Cristo no entró en el santuario hecho por seres humanos, que era sólo una copia del santuario verdadero. Cristo entró en el cielo mismo, y allí se presenta ante Dios para pedirle que nos perdone. No entró para ofrecerse como sacrificio muchas veces, como aquí en la tierra lo hace el jefe de los sacerdotes, que entra una vez al año para ofrecer una sangre que no es la suya. Si Cristo tuviera que hacer lo mismo, habría tenido que morir muchas veces desde que Dios creó el mundo. Pero lo cierto es que ahora, cuando ya se acerca el fin, Cristo se ha manifestado de una vez y para siempre. La ley de Moisés era sólo una muestra de lo bueno que Dios nos iba a dar, y no lo que en verdad nos daría. Por eso, la ley nunca puede hacer perfectos a los que, cada año, van al santuario a ofrecer a Dios los mismos sacrificios de siempre. Si en verdad la ley pudiera quitarles el pecado, no se sentirían culpables y dejarían de ofrecer sacrificios a Dios. Pero Jesucristo le ofreció a Dios un solo sacrificio para siempre, y así nos perdonó nuestros pecados. Luego se sentó a la derecha del trono de Dios, y allí estará esperando, hasta que Dios derrote a sus enemigos. Porque, con un solo sacrificio, Jesucristo hizo que Dios hiciera perfectos a todos los que eligió para ser parte de su pueblo. la sangre que Jesús derramó al morir nos permite ahora tener amistad con Dios, y entrar con toda libertad en el lugar más santo. Pues cuando Jesús murió, abrió la cortina que nos impedía el paso. Pero ahora Jesús está vivo, y por medio de él podemos acercarnos a Dios de un modo nuevo y distinto. Él es nuestro gran sacerdote, encargado del santuario que está en el cielo. Por eso, mantengamos una amistad sincera con Dios, teniendo la plena seguridad de que podemos confiar en él. Porque Cristo nos dejó limpios de pecado, como si nos hubiera lavado con agua pura, y ya estamos libres de culpa. No perdamos pues nuestra confianza que tiene gran galardón, porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.


No hay comentarios:

Publicar un comentario