lunes, 26 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia353

1° Juan 1-5

La primera epístola de Juan es una carta del Nuevo Testamento de la Biblia destinada a las comunidades cristianas de Asia Menor que se atribuye al apóstol Juan. Esta carta declara ciertos atributos de la personalidad de Dios como: Amor, luz, justicia, y verdad. Muchos intentan opacar estas cualidades con falsas enseñanzas, así que los creyentes siempre debemos apuntar a los hechos bíblicos que señalen la encarnación de Jesús y no prestar atención a fábulas mal intencionadas. Juan, al contrario de los falsos maestros, anunciaba al Cristo que había visto y oído; lo había visto con sus propios ojos, y lo había tocado con sus propias manos; por eso declaraba que Él era la Palabra de vida. El mensaje que Juan y el resto de los apóstoles recibieron de Jesús y que luego declararon, es que Dios es luz y en él no hay nada de oscuridad. Por lo tanto, mentimos si afirmamos que tenemos comunión con Dios pero seguimos viviendo en oscuridad espiritual; no estamos practicando la verdad. Si vivimos en la luz, así como Dios está en la luz, entonces tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo pecado. Si afirmamos que no tenemos pecado, lo único que hacemos es engañarnos a nosotros mismos y no vivimos en la verdad; pero si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. Aunque no estemos llamados a pecar, pues ya el pecado no reina en nuestro cuerpo, indudablemente e invariablemente lo haremos, de hecho, muchas veces más de las que quisiéramos; pero, si alguno peca, tenemos un abogado que defiende nuestro caso ante el Padre. Es Jesucristo, el que es verdaderamente justo. Podemos estar seguros de que conocemos a Dios si obedecemos sus mandamientos, si alguien afirma que conoce a Dios, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no vive en la verdad. Pero los que obedecen la palabra de Dios demuestran verdaderamente cuánto lo aman. Así es como sabemos que vivimos en él, pues los que dicen que viven en Dios deben vivir como Jesús vivió. Si alguien afirma que vive en la luz, pero odia a otro creyente, esa persona aún vive en la oscuridad. El que ama a otro creyente vive en la luz y no hace que otros tropiecen; pero el que odia a otro creyente todavía vive y camina en la oscuridad.

El que dice que Jesús no es el Cristo, niega al Padre y al Hijo y se convierte en un anticristo. Muchos de ellos han salido de nuestras iglesias, pero en realidad nunca fueron parte de nosotros; de haber sido así, se habrían quedado con nosotros. Por lo tanto, debemos seguir fieles a lo que se nos ha enseñado desde el principio. Si lo hacemos, permaneceremos en comunión con el Hijo y con el Padre; y en esta comunión disfrutamos de la vida eterna que él nos prometió. Pensemos en el amor tan grande de nuestro Padre que nos llama sus hijos, ¡Y eso es lo que somos! Pero la gente de este mundo no reconoce que somos hijos de Dios, porque no lo conocen a él. Cuando una persona hace lo correcto, demuestra que es justa, así como Cristo es justo, sin embargo, cuando alguien sigue pecando, demuestra que pertenece al diablo, el cual peca desde el principio; pero el Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo. Los que han nacido en la familia de Dios no se caracterizan por practicar el pecado, porque la vida de Dios está en ellos. Así que no pueden seguir pecando, porque son hijos de Dios. Por lo tanto, podemos identificar quiénes son hijos de Dios y quiénes son hijos del diablo. Todo el que no se conduce con rectitud y no ama a los creyentes no pertenece a Dios. El mensaje que hemos oído desde el principio es que nos amemos los unos a los otros, si amamos a nuestros hermanos creyentes, eso demuestra que hemos pasado de muerte a vida; pero el que no tiene amor sigue muerto. Conocemos lo que es el amor verdadero, porque Jesús entregó su vida por nosotros; de manera que nosotros también tenemos que dar la vida por nuestros hermanos. Nuestro amor no puede quedar solo en palabras, al contrario, mostremos la verdad por medio de nuestras acciones. Nuestras buenas obras demostrarán que pertenecemos a la verdad, entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios. sigamos amándonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es un hijo de Dios y conoce a Dios; pero el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.  Dios mostró cuánto nos ama al enviar a su único Hijo al mundo, para que tengamos vida eterna por medio de él. En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados. ya que Dios nos amó tanto, sin duda nosotros también debemos amarnos unos a otros. Nadie jamás ha visto a Dios; pero si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y su amor llega a la máxima expresión en nosotros. Dios es amor, y todos los que viven en amor viven en Dios y Dios vive en ellos; y al vivir en Dios, nuestro amor crece hasta hacerse perfecto. Por lo tanto, no tendremos temor en el día del juicio, sino que podremos estar ante Dios con confianza, porque vivimos como vivió Jesús en este mundo. En esa clase de amor no hay temor, porque el amor perfecto expulsa todo temor. Si tenemos miedo es por temor al castigo, y esto muestra que no hemos experimentado plenamente el perfecto amor de Dios. Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha llegado a ser un hijo de Dios, y todo el que ama al Padre ama también a los hijos nacidos de él. Sabemos que amamos a los hijos de Dios si amamos a Dios y obedecemos sus mandamientos, pues amar es obedecer, y sus mandamientos no son una carga difícil de llevar; ya que todo hijo de Dios vence a este mundo de maldad, y logramos esa victoria por medio de nuestra fe. ¿Y quién puede ganar esta batalla contra el mundo? Únicamente los que creen que Jesús es el Hijo de Dios.


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