domingo, 25 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia346

Hebreos 5-7

Dios elige a los jefes de los sacerdotes para que ayuden al pueblo, y para que presenten las ofrendas y sacrificios, para que Dios los perdone. Y como a esos sacerdotes también les resulta difícil obedecer a Dios, pueden mostrarse pacientes con los ignorantes y pecadores. Por eso tienen que presentar ofrendas y sacrificios, para que Dios perdone los pecados del pueblo, y también los de ellos. Pero nadie puede ser jefe de los sacerdotes sólo porque así lo quiere, sino que Dios es quien lo elige y le da ese honor, tal y como hizo con Aarón. Cristo no llegó a ser Jefe de sacerdotes porque así lo quiso, sino que Dios lo eligió y le dio ese honor; Dios mismo lo hizo Sacerdote para siempre. Cuando Cristo estuvo aquí en el mundo, oró mucho a Dios, y con lágrimas le rogó que lo librara de la muerte, pues Dios tenía poder para hacerlo. Y como Cristo siempre fue obediente, Dios contestó su oración. Aunque él era Hijo de Dios, por medio del sufrimiento aprendió lo que significa obedecer siempre a Dios; Así, una vez que Cristo hizo todo lo que Dios le mandó, se convirtió en el salvador que da vida eterna a todos los que lo obedecen. Habia mucho mas que explicarle a los judíos profesantes acerca de esto, pero todas estas cosas les eran algo difícil de comprender, puesto que habían sido enseñados durante toda su vida que Aarón y todos los demás sacerdotes hebreos eran la máxima autoridad. Estos judíos ya tenían suficiente tiempo de haber creído en la Buena Noticia, sin embargo debían enseñarles todas estas cosas como niños pequeños, que no podían comer alimentos sólidos, sino que sólo tomaban leche. Como sigue sucediendo en nuestros días, cuando una persona puede llevar muchos años en el Evangelio y sigue siendo como un niño que no distingue entre lo malo y lo bueno. Con estos hermanos se debe tener especial paciencia y misericordia para poder orientarlos, así como se hizo con los judíos en su momento a través de esta carta, para que puedan recibir alimento solido y finalmente puedan llegar a la madurez espiritual. Por eso, sigamos aprendiendo más y más, hasta que lleguemos a ser cristianos maduros. Dejemos de ocuparnos de las primeras enseñanzas que se nos dieron acerca de Cristo, y no sigamos hablando de cosas simples. Dejemos de hacer lo malo, sigamos a Cristo, y dejemos de pecar para no morir. Ya sabemos que debemos confiar en Dios, y que debemos bautizarnos; también sabemos que los que creen en Cristo reciben el Espíritu Santo, que los muertos volverán a vivir, y que habrá un juicio final. Si ya sabemos todas estas cosas, y en muchas otras hemos sido entrenados, es hora de seguir a un nivel superior en el conocimiento de Dios y no conformarnos con un alimento que no permita un crecimiento saludable y efectivo de nuestra vida en Cristo. 

El escritor anónimo de esta epístola deseaba que los hebreos no dejaran de confiar en Dios, sino que fuesen como un terreno que recibía mucha lluvia y producía muchos frutos para su dueño;  deseaba que todos siguieran con ese mismo entusiasmo hasta el fin, para que recibieran todo lo bueno que con tanta paciencia esperaban recibir. Dios no miente, su promesa y su juramento no pueden cambiar. Esto nos consuela, porque nosotros queremos que Dios nos proteja, y confiamos en que él nos dará lo prometido. Esta confianza nos da plena seguridad; es como el ancla de un barco, que lo mantiene firme y quieto en el mismo lugar. Y esta confianza nos la da Jesucristo, que traspasó la cortina del templo de Dios en el cielo, y entró al lugar más sagrado. Lo hizo para dejarnos libre el camino hacia Dios, pues Cristo es y para siempre sera el Jefe de sacerdotes. Dios le dio la ley al pueblo de Israel, esa ley se hizo pensando en que los sacerdotes de la familia de Leví ayudarían al pueblo a ser perfecto. Pero como aquellos sacerdotes no pudieron hacerlo, fue necesario que apareciera un sacerdote diferente: nuestro Señor Jesucristo. Como todos sabemos, él no descendía de la familia de Aarón, sino de la de Judá; la ley de Moisés dice que de esa familia nadie puede ser sacerdote, y nunca un sacerdote había salido de ella. Pero siendo este Sacerdote especial y diferente no se había elegido por ser miembro de una familia determinada, sino porque vive para siempre. Así que la ley de Moisés ha quedado anulada, porque resultó inútil. Esa ley no pudo hacer perfecta a la gente. Por eso, ahora esperamos confiadamente que Dios nos dé algo mucho mejor, y eso nos permite que seamos sus amigos; por eso Jesús nos asegura que ahora tenemos con Dios un pacto mejor. Antes tuvimos muchos sacerdotes, porque ninguno de ellos podía vivir para siempre. Pero como Jesús no morirá jamás, no necesita pasarle a ningún otro su oficio de sacerdote.  Jesús es el Jefe de sacerdotes que necesitábamos, pues es santo, en él no hay maldad, y nunca ha pecado. Dios lo apartó de los pecadores, lo hizo subir al cielo, y lo puso en el lugar más importante de todos. Jesús no es como los otros sacerdotes, que todos los días tienen que matar animales para ofrecérselos a Dios y pedirle perdón por sus propios pecados, y luego tienen que hacer lo mismo por los pecados del pueblo; por el contrario, cuando Jesús murió por nuestros pecados, ofreció su vida una sola vez y para siempre. A los sacerdotes puestos por la ley de Moisés les resulta difícil obedecer a Dios en todo. Pero, después de darnos su ley, Dios juró que nos daría como Jefe de sacerdotes a su Hijo, a quien él hizo perfecto para siempre.


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