viernes, 2 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia320

Romanos 6-8

Una palabra con la que podría describir al apóstol Pablo es: Sabiduría. Él era un hombre lleno de amplios conocimientos, resultado por supuesto, de su profunda relación con Dios y también de sus estudios y su experiencia en la fe cristiana. Por eso, después de explicar magistralmente a los romanos (Y a nosotros), como la justificación es solo mediante la fe, aclaró también que no por ello vamos a perseverar en el pecado para que la gracia abunde; nosotros que hemos muerto al pecado a través de la sangre preciosa de Cristo, simplemente no podemos seguir viviendo en él. Dicho en otras palabras: La gracia no es excusa para pecar. Una cosa es clara, antes éramos pecadores, pero cuando Cristo murió en la cruz, nosotros morimos con él. Así que el pecado ya no nos gobierna. Al morir, el pecado perdió su poder sobre nosotros. Alguien podría decir que, como ya no somos esclavos de la ley, sino que estamos al servicio del amor de Dios, podemos seguir pecando, pero eso no es posible. Quien siempre obedece a una persona, llega a ser su esclavo, por eso nosotros podemos servir al pecado y morir, o bien obedecer a Dios y recibir su perdón. Antes, eramos esclavos del pecado, pero gracias a Dios que obedecimos de todo corazón la enseñanza que Él nos dio, ahora hemos librado del pecado, y estamos al servicio de Dios para hacer el bien. Y esto sí que es bueno, pues el vivir sólo para Dios, trae como resultado la vida eterna; mientras que quien sólo vive para pecar, recibirá como castigo la muerte. No podemos permitir que el pecado nos use para hacer lo malo, antes bien, entreguémonos a Dios, y hagamos lo que a Él le agrada; así el pecado ya no tendrá poder sobre nosotros. Esto no quiere decir que obedecer la Ley ahora sea pecado, pues sino hubiese sido por la Ley, no habríamos entendido lo que es el pecado en primer lugar, ya que ella lo señala. Cuando no se conocía la ley, cada quien vivía tranquilo; pero con la ley, podemos darnos cuenta de que somos pecadores y de que ese pecado nos hace vivir alejados de Dios. Por tanto, no es la Ley la que nos lleva a la muerte, es el pecado que cometemos y que está escrito en ella; podemos decir, entonces, que la ley viene de Dios, y que cada uno de sus mandatos es bueno y justo; ya que, al ser conscientes del pecado, sabiendo que somos simples hombres mortales, y esclavos de nuestras pasiones, podemos reconocer a Cristo como el único remedio para la condenación; entonces, somos libres, y podemos servir a Dios de manera distinta. Ya no lo hacemos como antes, cuando obedecíamos la antigua ley, sino que ahora obedecemos al Espíritu Santo.

Nuestra carne siempre quiere pecar, nuestros deseos egoístas no nos permiten hacer lo bueno, pues aunque quieras hacerlo, no puedes lograrlo. Es como si en lo más profundo de tu corazón trates de obedecer la ley de Dios, pero te sientes como en una cárcel, donde lo único que puedes hacer es pecar. Sinceramente, deseas obedecer la ley de Dios, pero no puedes dejar de pecar porque tu cuerpo es débil para obedecerla. ¿Entonces? ¿Cuál es la solución ante tan grande frustración? ¿Quién nos librará de este cuerpo, que nos hace pecar y nos separa de Dios? ¡Es Jesucristo quien nos ha librado! Y ese es nuestro regalo mas precioso. Por eso, aunque no puedas obedecer la Ley por completo, ella cumple su propósito al mostrarte que necesitas algo más para poder ser rescatado que tu mismo no puedes proporcionarte. Por lo tanto, los que vivimos unidos a Jesucristo no seremos castigados. Ahora, por estar unidos a él, el Espíritu Santo nos controla y nos da vida, y nos ha librado del pecado y de la muerte. Dios ha hecho lo que la ley de Moisés no era capaz de hacer, ni podría haber hecho, porque nadie puede controlar sus deseos de hacer lo malo. Dios envió a su propio Hijo, y lo envió tan débil como nosotros, los pecadores. Lo envió para que muriera por nuestros pecados; así, por medio de él, Dios destruyó al pecado. Lo hizo para que ya no vivamos de acuerdo con nuestros malos deseos, sino conforme a todos los justos mandamientos de la ley, con la ayuda del Espíritu Santo. Los que viven sin controlar sus malos deseos, sólo piensan en hacer lo malo; pero los que viven obedeciendo al Espíritu Santo sólo piensan en hacer lo que desea el Espíritu. Si vivimos pensando en todo lo malo que nuestros cuerpos desean, entonces quedaremos separados de Dios; pero si pensamos sólo en lo que desea el Espíritu Santo, entonces tendremos vida eterna y paz. Todos los que viven en obediencia al Espíritu de Dios, son hijos de Dios, porque el Espíritu que Dios les ha dado no los esclaviza ni les hace tener miedo. Por el contrario, el Espíritu nos convierte en hijos de Dios y nos permite llamarle Papá. El Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu, y nos asegura que somos hijos de Dios, y como somos sus hijos, tenemos derecho a todo lo bueno que él ha preparado para nosotros. Todo eso lo compartiremos con Cristo, y si de alguna manera sufrimos como él sufrió, seguramente también compartiremos con él la honra que recibirá. Por eso, los sufrimientos por los que ahora pasamos no son nada, si los comparamos con la gloriosa vida que Dios nos dará junto a él. Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que lo aman, es decir, de los que Él ha llamado de acuerdo con su plan; y sólo nos queda decir que, si Dios está de nuestra parte, nadie podrá estar en contra de nosotros. En medio de todos nuestros problemas, estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total; y que nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado a través de Jesús, nuestro Señor y Salvador. 



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