miércoles, 28 de diciembre de 2016

La Biblia en un año #Dia361

Apocalipsis 7-9

Antes de que todos los sellos fueran abiertos, Juan tuvo una visión de cuatro ángeles que estaban de pie y habían recibido poder para dañar a la tierra y el mar. En esa misma visión, observó también a otro ángel, que venía del oriente, el cual tenía el sello de Dios, y con el cual marcaría a 144 mil de sus hijos para protegerlos. Estos eran 12 mil por cada tribu de Israel, en representación del pueblo de Dios alrededor de todo el mundo que sería salvado. Después de eso vio a mucha gente de todos los países, y de todas las razas, idiomas y pueblos; eran tantos que nadie los podía contar. Estaban de pie, delante del trono y del Cordero, vestidos con ropas blancas; en sus manos llevaban ramas de palma y gritaban con fuerte voz que Dios los había salvado. Todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, y alrededor de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; adorando a Dios y admirando su fama y sabiduría, su poder y fortaleza. Entonces uno de los ancianos le preguntó a Juan quienes eran los que estaban vestidos de blanco y de donde venían; Juan le dijo que ya él lo sabía. Y el anciano le dijo que ellos eran los que no habían muerto durante el tiempo de la gran tribulación en la tierra, puesto que habían confiado en Dios y Él les perdonó sus pecados con la sangre del Cordero. Por eso estaban ahora delante del trono de Dios, y día y noche le servían en su templo. Dios estaría con ellos, y los protegería. Ya no tendrían hambre ni sed, ni los quemaría el sol ni los molestaría el calor. Dios secaría todas sus lágrimas, y los cuidaría el Cordero que estaba en medio del trono, así como el pastor cuida sus ovejas y las lleva a manantiales de agua que da vida. Cuando el Cordero rompió el séptimo sello, todos en el cielo guardaron silencio durante media hora. Entonces Juan vio que se le dio una trompeta a cada uno de los siete ángeles que estaban de pie delante de Dios. El primer ángel tocó su trompeta, y desde el cielo cayeron granizo y fuego mezclados con sangre. Se quemó la tercera parte de la tierra, y también la tercera parte de todos los árboles y de toda la hierba. El segundo ángel tocó su trompeta, y fue lanzado al mar algo parecido a una gran montaña envuelta en llamas. Entonces, la tercera parte del mar se convirtió en sangre, y murió la tercera parte de todo lo que vivía en el mar, y fue destruida la tercera parte de los barcos. Cuando el tercer ángel tocó su trompeta, una gran estrella cayó del cielo sobre la tercera parte de los ríos y de los manantiales. Esa estrella ardía como una antorcha, y se llamaba «Amargura». Entonces, la tercera parte de las aguas se volvió amarga, y mucha gente murió al beberla. El cuarto ángel tocó su trompeta, y la tercera parte del sol, de la luna y de las estrellas se dañó y dejó de alumbrar. Por eso el sol no alumbraba durante la tercera parte del día, y la luna y las estrellas no brillaban durante la tercera parte de la noche.

El quinto ángel tocó su trompeta, y Juan vio una estrella que había caído del cielo a la tierra. A ella se le dio la llave del túnel que lleva al Abismo profundo. Y cuando la estrella abrió el túnel del Abismo, de allí salió humo, como de un horno muy grande, y el humo oscureció el sol y el aire. Del humo salieron langostas, las cuales cubrieron la tierra y recibieron poder para picar como escorpiones a la gente. Luego, Dios les ordenó que no dañaran a la tierra, ni a los árboles ni a las plantas, sino sólo a quienes no tuvieran en su frente la marca del sello de Dios. Dios les permitió que hirieran a la gente durante cinco meses, pero no les permitió que mataran a nadie. Y las heridas que hacían eran tan dolorosas como la picadura de los escorpiones. Durante esos cinco meses, la gente que había sido picada quería morirse, pero seguía viviendo. Era como si la muerte huyera de ellas. El ángel del Abismo es el jefe de las langostas. En hebreo se llama Abadón, y en griego se llama Apolión; en ambos idiomas, su nombre quiere decir: Destructor. Ése fue el primer desastre, pero todavía faltan dos. El sexto ángel tocó su trompeta, y una voz que que salía de en medio de los cuatro cuernos del altar de oro que estaba frente a Dios le dijo al ángel que soltara a los cuatro ángeles que estaban atados junto al gran río Éufrates para que mataran a la tercera parte de los seres humanos, pues Dios los había preparado exactamente para esa hora, día, mes y año. A pesar de todo esto que sucedió en la visión, tal como sucederá cuando venga el juicio de Dios sobre la tierra, el resto de la gente, es decir, los que no murieron, no dejaron de hacer lo malo, ni dejaron de adorar a los demonios y a las imágenes de dioses falsos. Al contrario, siguieron adorando imágenes de piedra, de madera, y de oro, plata y bronce. Dioses falsos que no pueden ver, ni oír, ni caminar. Y no dejaron de matar ni de hacer brujerías; tampoco dejaron de robar ni de tener relaciones sexuales prohibidas. Aunque todas estas plagas y calamidades se presentan como una muestra de la ira de Dios sobre el mundo, realmente son una forma en la que el Señor pudo mostrar misericordia con el propósito de traer a la gente que no creía al arrepentimiento. Él pudo simplemente acabar todo de una vez, y dar muerte instantánea a todo el que decidió darle la espalda, pero trató, aún con las medidas mas agresivas, de que los corazones se volvieran a Él, y ni aún así se arrepintieron de la obra de sus manos, ni dejaron de seguir doctrinas de demonios. Sin embargo, para los que hemos creído y aguardado en la esperanza bienaventurada del hijo de Dios, llegará el día cuando ya no habrá mas hambre, ni sed, y el sol no nos fatigará. Pues el Cordero que está en el trono será nuestro Pastor. Él nos guiará a manantiales del agua que dan vida, y Dios secará cada lágrima de nuestros ojos. 


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