miércoles, 23 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia306

Hechos 1-4

Hoy empezaremos a leer Hechos de los Apóstoles, un libro que me gusta mucho, pues, en este tiempo, los seguidores de Jesucristo recibirían la promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús, y con su llegada, empezarían su invaluable obra como precursores del Evangelio de Dios en todo el mundo. Sé que de toda esta obra apostólica y del levantamiento de la Iglesia primitiva del Señor recibiré grandes bendiciones. Ya había dicho que AMO las Iglesias, así que este libro es el mío jaja.. El autor de este libro se desconoce, sin embargo, se presume que es el mismo que escribió el Evangelio de Lucas, ya que ambos están dirigidos a un mismo personaje: Teófilo; al cual, el autor le habla de las cosas enseñó de Jesucristo en su primer texto. Durante los cuarenta días después de que sufrió y murió, Cristo se apareció varias veces a los apóstoles y les demostró con muchas pruebas convincentes que él realmente estaba vivo, y les habló del reino de Dios. Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó que no se fueran de Jerusalén hasta que el Padre les enviara el regalo que les había prometido, esto es, el Espíritu Santo. Jesús les dijo que recibirían poder cuando el Espíritu Santo hubiese descendido sobre ellos, y serían testigos de Él en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra. Después de que Jesús les dijo eso, fue levantado en una nube mientras ellos observaban, hasta que ya no pudieron verlo. Durante aquellos días, cuando aproximadamente ciento veinte creyentes estaban juntos en un mismo lugar y Pedro comenzó a predicar, les dijo que debían escoger un sucesor para Judas Iscariote. Los candidatos presentados para ocupar el puesto de Judas fueron José Barsabás y Matías, luego los apóstoles oraron a Dios, hicieron un sorteo y Matías resultó elegido. Desde ese día, Matías se agregó al grupo de los apóstoles. El pentecostés, era una festividad judía que se celebraba 150 días después de la Pascua, en que los judíos conmemoraban el día en que Dios les dio la Ley en el monte Sinaí. En el día de esta fiesta, de pronto oyeron un ruido muy fuerte que venía del cielo; parecía el estruendo de una tormenta, y retumbó por todo el salón. Luego vieron que algo parecido a llamas de fuego que se colocaban sobre cada uno de ellos. Fue así como el Espíritu Santo los llenó de poder a todos ellos, y enseguida empezaron a hablar en otros idiomas. Cada uno hablaba según lo que el Espíritu Santo le indicaba, y habiendo muchas personas de diferentes naciones congregadas allí, las cuales tenían diferentes lenguas, podían entender claramente lo que los apóstoles decían mientras hablaban.

Algunos escuchaban a los apóstoles con mucha atención y asombro, pero otros se burlaban y decían que seguramente estaban borrachos. Fue en ese momento cuando Pedro con voz fuerte dio su poderoso mensaje acerca de Jesucristo, en el que todos los evangelistas deberíamos meditar y aún imitar. Pedro habló a los israelitas y a todos los habitantes de Jerusalén, citando las Escrituras y declarando las profecías cumplidas de parte de Dios. Enseguida empezó a hablar de Jesús, y para mi, su alocución fue sencillamente magistral, ciertamente estaba lleno del Espíritu de Dios. Pedro les dijo a los judíos, que debían reconocer de una vez por todas, que a ese Jesús que ellos mismos habían matado en una cruz, Dios le dio poder y autoridad sobre toda la humanidad; y que debían pedir perdón a Dios, volver a obedecerlo, y dejar que ellos los bautizaran en el nombre de Jesucristo. Así Dios los perdonaría y les daría el Espíritu Santo, pues esa promesa era para ellos y para sus hijos, y para todos los que Dios quiera salvar en otras partes del mundo. Pedro siguió hablando a la gente con mucho entusiasmo, y ese día, unas tres mil personas creyeron en su mensaje. Tan pronto como los apóstoles los bautizaron, todas esas personas se unieron al grupo de los seguidores de Jesús y decidieron vivir como una gran familia. Y cada día los apóstoles compartían con ellos las enseñanzas acerca de Dios y de Jesús, y también celebraban la Cena del Señor y oraban juntos. Cada día el Señor hacía que muchos creyeran en él y se salvaran, de ese modo, el grupo de sus seguidores se iba haciendo cada vez más grande. Amo estos milagros de salvación, los amo, los amo. Después de este episodio, Pedro pudo sanar en el nombre de Jesús, a un cojo de nacimiento que se sentaba en una de las puertas del Templo a pedir limosna; el cual entró en el Templo acompañado de Pedro y Juan, caminando, saltando y dando Gloria a Dios. Al ver esto, la gente los rodeó, y Pedro siguió predicando con más fuerza; diciendo que no habían sido ellos los que habían sanado a aquel hombre, sino que ellos confiaban en el gran poder de Jesucristo, el Mesías, y esa confianza era la que daba sanidad. Pedro no perdía oportunidad para hablarle a los israelitas de Jesús, el único que podía perdonarlos y darles vida eterna. De esta manera, los exhortaba a volverse a Dios y a creer en el Salvador del mundo. Las palabras de Pedro y de los demás apóstoles eran sencillamente gloriosas, hablaban con la llenura que solo tiene alguien que vive la presencia de Dios; no obstante, los sacerdotes y lideres del Templo se molestaron hasta el punto de encarcelarlos. Esto no debería sorprendernos, hablamos de las mismas personas que asesinaron a Jesús. Aún así, sin importar las contradicciones, persecuciones y oposiciones, muchos eran los que creían en Jesús a través del mensaje de los apóstoles, tanto que el día de la sanación de aquel mendigo, el número de los convertidos a Jesús alcanzó las cinco mil personas. Los jefes de la Junta Suprema les advirtieron a los apóstoles que tenían que dejar de hablar de Jesús, pero ellos rechazaron esta advertencia y dijeron que jamás dejarían de hablar de lo que habían visto y oído. Cuando fueron puestos en libertad, se reunieron y clamaron a Dios para que los ayudara a hablar de Él sin temor frente a toda la gente, y le pidieron que siguiera dándoles poder para sanar a los enfermos, y para hacer milagros y señales maravillosas. Cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos, y todos ellos quedaron llenos del Espíritu Santo. A partir de ese momento, todos siguieron predicando sin temor acerca de Jesús.





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