viernes, 18 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia301

Juan 8-10

Mientras estaba Jesús en Jerusalén enseñaba a muchos en el Templo de Dios, en una oportunidad estando allí, los maestros de la ley religiosa y los fariseos le llevaron a una mujer que había sido sorprendida en acto de adulterio; y la pusieron en medio de la multitud que escuchaba a Jesús. Allí delante de todos, haciendo el papel acusador del diablo, los fariseos dijeron que la mujer había sido encontrada adulterando y que la Ley mandaba a apedrearla. Ellos intentaban tenderle una trampa a Jesús para que dijera algo que pudieran usar en su contra, pero Jesús les dijo a todos: El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra. Por lo que los acusadores se terminaron retirando del lugar uno tras otro, hasta que quedaron sólo Jesús y la mujer en medio de la multitud. Él le preguntó que donde estaban los que la acusaban, y que si alguno había podido condenarla; ella dijo que no, ninguno pudo. Entonces el Señor le dijo que Él tampoco lo haría, que se fuera y no pecara más. Jesús, solo liberaba. Los mismos fariseos también acusaban a Jesús, aún sabiendo que los criterios humanos se desvanecían en su contra; sin embargo, Él, no juzgaba a nadie; su propósito como luz del mundo, era que nadie que lo siguiera tuviera que vivir en oscuridad sino que tuviera la luz de la vida. También advirtió Jesús a los incrédulos y les dijo que a donde Él iba, ellos no iban a poder ir; y que cuando Él no estuviese, lo buscarían, pero irremediablemente, su incredulidad los llevaría a morir en su pecado. Jesús le dijo a la gente que creyó en él, que serían verdaderamente sus discípulos si se mantenían fieles a sus enseñanzas; y que conocerían la verdad, y la verdad los haría libres. Cuando Jesús dijo estas palabras, ellos no entendieron porque creyeron que Jesús se refería a ser libres de la esclavitud terrenal, y ellos nunca habían sido esclavos. Pero es que este lenguaje de Jesús sencillamente era imposible entender sin haber creído primero en Él. Fue entonces cuando Jesús les explicó que todo el que cometía pecado, era esclavo del pecado; un esclavo no es un miembro permanente de la familia, pero un hijo sí forma parte de la familia para siempre. Así que, si Jesús los liberaba, iban a poder conocer la verdadera libertad. Mucho más plena que cualquier otra. A los judíos les molestaba que Jesús les hablara de ilegitimidad parental, pues para ellos su origen y descendencia era demasiado importante; pero Jesús les decía que al rechazarlo a Él, no se comportaban como descendientes de Abraham pues éste nunca lo habría hecho. Y que si Dios realmente fuese su Padre, lo recibirían a Él, que había sido enviado justo en su nombre. No obstante, ellos no podían entender lo que Jesús decía porque ni siquiera toleraban oírlo. Fue allí cuando el Señor les dijo que se comportaban como hijos de su verdadero padre, el diablo, y les encantaba hacer las cosas malvadas que él hacía. Él había sido asesino desde el principio y siempre había odiado la verdad, porque en él no hay verdad. Por eso era tan natural que no creyeran cuando Jesús les decía la verdad. Los que pertenecen a Dios escuchan con gusto las palabras de Dios, pero los que no, no las escuchan porque no pertenecen a Dios. Los enardecidos israelitas no soportaban las palabras de Jesucristo, Él incluso les dijo que Abraham, al que tanto veneraban, se alegró mientras esperó con ansias su venida; la vio y se llenó de felicidad. Entonces la gente preguntó como podía decir que había visto a Abraham, y fue cuando Jesús les dijo: ¡Aun antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy! Fue tanta la indignación de los judíos, que en ese momento tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús desapareció de la vista de ellos y salió del templo.

Algunos de los fariseos decían: «Ese tal Jesús no viene de Dios porque trabaja en el día de descanso». Otros decían: «¿Pero cómo puede un simple pecador hacer semejantes señales milagrosas?». Así que había una profunda diferencia de opiniones entre ellos. Para algunos profeta, para algunos pecador, para algunos demonio, para otros Señor; pero lo cierto es que Jesús tenía completamente revolucionados y conmocionados todos los lugares a donde llegaba. Los judíos SE NEGABAN a creer en Jesús, y nada los hacía cambiar de opinión, ni siquiera las señales milagrosas que hacía. Cuando sanó al ciego de nacimiento, todos los lideres religiosos seguían angustiados y frustrados por no poder entender bajo que autoridad hacía todas esas cosas; pero el hombre que había sido sano si pudo decirles algo claramente: Desde el principio del mundo, nadie ha podido abrir los ojos de un ciego de nacimiento; si este hombre no viniera de parte de Dios, no habría podido hacerlo. Pero los fariseos al escucharlo, lo llamaron pecador y lo echaron de la sinagoga. Cuando Jesús supo lo que había pasado, encontró al hombre y le preguntó si creía en Él, el hombre le dijo que si y adoró al Señor. Las opiniones respecto al Mesías se dividían, muchos no sabían ni siquiera que creer, por lo tanto, le preguntaron nuevamente si Él era le hijo de Dios, y Él les dijo que ya se los había dicho y ellos se habían negado a creer. Ellos no creían en Jesús porque no pertenecían a las ovejas de su rebaño, no querían ser suyos. Sus ovejas escuchaban la voz del Señor y Él las conocía; por eso lo seguían. A través de Él tuvieron vida eterna y el resultado sería no perecer jamás. Nadie puede quitarle las ovejas a Jesús, porque el Padre que se las dio es MAS poderoso que todos. ¡Y es así! Satanás podrá intentarlo, pero con el que está firme en sus convicciones, nunca podrá lograrlo. Nadie puede arrebatar las ovejas de las manos del Padre Celestial, y Él se las entregó a Jesús porque el Padre y Jesús son uno. Cuando Jesús dijo todas estas cosas, la gente volvió a tomar piedras para apedrearlo. Entonces Jesús les pregunto que por cual de todas sus buenas acciones lo atacarían; los judíos dijeron que no querían apedrearlo por ninguna buena acción sino por blasfemia, pues Él, siendo para ellos un hombre simple y corriente, afirmaba ser Dios. ¡He ahí el problema! Jesús para ellos nunca dejó de ser eso, creo que aún lo es para muchos. Un hombre simple y corriente. Pero Jesús, el gran hijo de Dios, el Señor y Salvador de este mundo, no hacía caso de sus acusaciones y continuó declarando eficazmente la Palabra de Dios; les dijo que no le creyeran a menos que llevara a cabo las obras de su Padre; pero si Él hacía el trabajo de Dios, entonces creerían en las obras milagrosas que había hecho, aunque no le creyeran directamente a Él. Pero en definitiva, esta sería la forma en la que sabrían y entenderían que el Padre estaba en Él y Él en el padre, y eso, no iban a poder negarlo. La autoridad de Dios estaba en Jesús porque simplemente, Jesús es Dios.

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