jueves, 3 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia277

       Mateo 8-11

Nuestro Señor no solo se mantuvo enseñando, sino que además, con toda la autoridad que se desprendía del hecho de ser el hijo de Dios, también sanaba, liberaba y restauraba como nunca nadie más lo había hecho. La lectura de hoy inicia con dos extraordinarios actos de fe: primero, el leproso que se postró delante de Jesús diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme; al cual Jesús, extendiendo su mano, lo tocó y quedó limpio de su lepra. Y segundo, el oficial romano que se le acercó rogando por su sirviente enfermo, con la convicción de que Jesús ni siquiera tenía que ir hasta donde él estaba para sanarlo. Ambos hombres sabían, y creían, que si Jesús quería, podía ser propicio a sus necesidades en aquel mismo momento; sin que ellos, ni el mismo Señor, tuviesen que hacer grandes actos que demostraran su certeza, o su poder, respectivamente. Y eso, queridos lectores, se llama: FE. Por cierto, este relato de Jesucristo sanando al siervo del Centurión, es uno mis más grandes favoritos en toda la Biblia. Siempre he soñado que mi confianza en el Señor le agrade tanto, que maravillado pueda decir de mi: ni aun en Israel he hallado tanta fe. Jesús sanó a mucha gente, entre ellas, a la suegra de Pedro, quien al ser sana le servía. También le llevaron muchos endemoniados, Él expulsó a los espíritus malignos con una simple orden y sanó a todos los enfermos; así se cumplió la palabra del Señor por medio del profeta Isaías, quien dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias. La respuesta frente a todas estas portentosas obras del Señor, fue que muchos quisieron seguir a Cristo; y viéndose Él rodeado de mucha gente, mandó a sus discípulos que lo acompañaran al otro lado del Lago de Galilea, advirtiéndoles que seguirlo, era un compromiso importante, por el cual tendrían que renunciar a muchas otras cosas que quizás para ellos tenían mucho valor. Jesús subió a la barca y se fue con sus discípulos, todavía estaban navegando cuando se desató una tormenta tan fuerte que las olas se metían en la barca. Mientras tanto, el Señor dormía. Los discípulos desesperados despertaron al Señor, pero éste, reprendiéndolos les dijo que no confiaban en Dios; enseguida Jesús se levantó y les ordenó al viento y a las olas que se calmaran, y todo quedó muy tranquilo. Los discípulos preguntaban asombrados: ¿Quién será este hombre, que hasta el viento y las olas lo obedecen?

Donde Jesús llega, todo se revoluciona, simplemente nada puede permanecer igual donde hay un hombre todopoderoso que sana, salva, libera y echa fuera demonios. Estando el Señor en la región de Gadara, sanó a dos hombres que tenían espíritus malignos, cuando esos demonios salieron de aquellos hombres, entraron en unos cerdos que corrieron sin parar, hasta ahogarse en el mar; esto hizo que la gente temiera y le pidiera a Jesús que se marchara de aquella región. Luego sanando Jesús a un hombre que no podía caminar, también le perdonó sus pecados, por lo que los maestros de la Ley religiosa, se indignaron y murmuraron en su contra diciendo: ¿Acaso éste se cree Dios? Jesús sabía lo que ellos estaban pensando, así que les preguntó: ¿Por qué tienen pensamientos tan malvados en el corazón? Y dijo que les demostraría que Él tenía autoridad en la tierra para perdonar pecados, por lo que le dijo al paralitico que se pusiera de pie, que tomara su camilla y caminara. El hombre se levantó de un salto y se fue a su casa. Al ver esto, el temor se apoderó de la multitud; y alababan a Dios por enviar a un hombre con tanta autoridad. En este tiempo, es cuando el Señor hace el llamado a Mateo, un cobrador de impuestos del gobierno de Roma, para que fuese su discípulo; Mateo se levantó de donde estaba y lo siguió. Ese mismo día que Mateo fue llamado, Jesús y los discípulos fueron a comer a su casa, donde había otros cobradores de impuestos y también gente de mala fama; estando allí, algunos fariseos se preguntaban como podía estar Jesús con pecadores, pero Él, sabiendo siempre que y como contestar, les dijo que eran los enfermos los que necesitaban ir al médico, no los que estaban sanos; y los mandó a estudiar de mejor forma la Palabra de Dios que lo enviaba a ser compasivos con la gente y no a ofrecer sacrificios inútiles. Jesús, invitaría a los mismos pecadores a ser sus discípulos, no a los que se creían buenos. Tanto estos fariseos como los demás seguidores de la religión judía, mantenían costumbres en miras de buscar a Dios, pero el mismo Jesucristo vino a develar los verdaderos misterios de la fe cristiana al decirles que no se puede echar vino nuevo en recipientes viejos, y que necesitaban renovarse para poder recibir el aroma fresco de su unción; de ese modo, ni el vino, ni los recipientes se perderían. La noticia se esparcía, los rumores corrían; hay un hombre con poder para sanar, hay un hombre echando fuera demonios, hay un hombre perdonando pecados; mucha era la gente que se acercaba a Jesús buscando su milagro, los que de verdad eran conmovidos y habían derribado con su fe toda barrera de escepticismo; la hija de Jairo, la mujer de flujo de sangre, los ciegos, los mudos, los endemoniados; la gente asombrada decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel. Sin embargo, los fariseos decían: Puede expulsar demonios porque el príncipe de los demonios le da poder. Siempre hay un religioso que decide no creer, porque simplemente no conoce a Dios. Jesús recorrió todas las ciudades y aldeas de esa región, enseñando en las sinagogas y anunciando la Buena Noticia acerca del reino; y sanaba toda clase de enfermedades y dolencias. Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Viendo el Señor que la cosecha era grande, pero los obreros pocos, invitó a sus discípulos a orar por más siervos dispuestos, y también reunió a los doce y les dio autoridad para anunciar el reino de los cielos, expulsar espíritus malignos y para sanar toda clase de enfermedades y dolencias. Y les dijo que si a Él lo comparaban con el mismo diablo, no debían temer ante el rechazo y el maltrato de la gente; solo debían confiar en Él y en la Palabra que el Espíritu Santo les daría.


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