martes, 15 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia297

Lucas 19-21 

Jesús entró en Jericó y comenzó a pasar por la ciudad, había allí un hombre llamado Zaqueo. Era jefe de los cobradores de impuestos de la región y se había hecho muy rico. Los publicanos o cobradores de impuestos, eran aquellos que obtenían mediante arrendamiento, una delegación dentro de la jurisdicción del estado, para cobrar tributos de los ingresos regulares de los ciudadanos; por lo que eran seres muy indeseables, y muchas veces, por las formas de cobrar estos tributos y por las prácticas que realizaban en el ejercicio de su profesión, también eran considerados como los peores pecadores de ese tiempo. Zaqueo salió a la calle para conocer a Jesús, pero no podía verlo, pues era muy bajito y había mucha gente delante de él. Entonces corrió a un lugar por donde Jesús tenía que pasar y, para poder verlo, se subió a un árbol de higos. Cuando Jesús pasó por allí le pidió que bajara y que le diera hospedaje en su casa. Zaqueo bajó enseguida, y con mucha alegría recibió en su casa a Jesús. Cuando la gente vio lo que había pasado, empezó a criticar a Jesús por quedarse en casa de un hombre tan malo, pues esto era lo que se pensaba de Zaqueo; pero estando allí Zaqueo, delante de la presencia de Dios, sintió la inquietud de dar a los pobres la mitad de todo lo que tenía, y además le dijo a Jesús que si había robado algo, devolvería cuatro veces esa cantidad. Jesús le dijo que desde ese mismo momento él y su familia eran salvos, porque Él, el hijo del hombre fue a buscar y a salvar lo que se había perdido. Después de permanecer en Jericó, Jesús siguió su camino a Jerusalén, donde haría su famosa entrada triunfal montado en un asno; sin embargo, mientras la gente se alegraba y alababa el nombre de Dios al ver a Jesús, a los fariseos solo les atormentaba su presencia. Cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y vio la ciudad, lloró y se lamentó por la rebeldía de su pueblo. Él quería que su nación pudiera vivir en paz pero ellos eran incapaces de comprender que Dios había enviado a Jesús para salvarlos. Jesús iba al templo todos los días para enseñar, mientras que los sacerdotes principales, los maestros de la Ley y los líderes del pueblo planeaban cómo matarlo; pero en este tiempo no podían hacer nada contra él, pues la gente quería escuchar sus enseñanzas.

Después, unos saduceos fueron a ver a Jesús. Como ellos no creían que los muertos podían volver a vivir, le preguntaron a Jesús que si una mujer enviudaba varias veces en vida, de quien iba a ser esposa cuando Dios hiciera que todos los muertos volvieran a vivir. Jesús les dijo que solo Dios podía decidir quien iba a resucitar de los muertos, y que cuando es sucediera, nadie se casaría ni volvería a morir. Todos iban a ser como los ángeles, y por haber vuelto a vivir serían hijos de Dios. Hasta el mismo Moisés nos demostró que los muertos vuelven a vivir, pues él dijo que Dios era Dios de sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob; y con eso, Moisés estaba demostrando que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Después de que Jesús explicó todas estas cosas, ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas, pues contestaba con demasiada sabiduría. Jesús estaba en el templo, y vio cómo algunos ricos ponían dinero en las cajas de las ofrendas; también vio a una viuda que echó dos moneditas de muy poco valor. Entonces el Señor le dijo a sus discípulos que esa viuda había dado más que todos los ricos, porque todos ellos daban de lo que les sobraba; pero ella, que era tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir. Algunas personas estaban hablando de los hermosos bloques de piedra que se habían usado para construir el templo, y de los preciosos adornos colocados en sus paredes. En ese momento Jesús profetizó uno de los anuncios que tanto incomodó a los lideres religiosos: Llegará el momento en que todo esto será destruido, ni una sola pared del templo quedará en pie. Luego le dijo a los discípulos que se prepararan para el fin, y que no se dejaran engañar por los que vendrían afirmando ser el Mesías. De este modo, siguió anunciando todas las señales que iban a preceder el fin del mundo y su retorno para reinar sobre todas las naciones de la tierra. Antes de que venga el hijo del hombre en las nubes con mucho poder y gloria, pasarán cosas extrañas en el sol, la luna y las estrellas; en todos los países, la gente estará confundida y asustada por el terrible ruido de las olas del mar. Pero justo cuando suceda todo eso, es cuando los hijos de Dios debemos estar más atentos, porque ese será el tiempo en el que Dios nos salvará. Cuando a un árbol le salen hojas nuevas, se sabe que ya se acerca el verano; del mismo modo, cuando veamos que sucede todo lo que Jesús dijo, sepamos que el reino de Dios pronto comenzará. Jesús exhortó a sus discípulos a que no pasaran el tiempo pensando en banquetes y borracheras, ni en las muchas cosas que esta vida ofrece. Porque el fin del mundo puede sorprendernos en cualquier momento, y podríamos ser como un animal que de pronto, se ve atrapado en una trampa. Por eso, debemos permanecer siempre alerta, orando en todo momento, para que podamos escapar de todas las cosas terribles que van a suceder; y así, podremos estar muy pronto con Jesús. 


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