miércoles, 23 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia307

Hechos 5-7

En aquel tiempo, todos los seguidores de Jesús tenían una misma forma de pensar y de sentir, unanimidad lo llaman. Todo lo que tenían lo compartían entre ellos y nadie se sentía dueño absoluto de nada. Incluso los apóstoles recibían muchos aportes de los creyentes cuando vendían sus posesiones, y con eso cubrían todas las necesidades de cada uno. Sin embargo, había un hombre llamado Ananías, quien se puso de acuerdo con su esposa Safira para vender un terreno, y mintieron acerca del precio de la venta para no entregarlo todo a los apóstoles, sino conservar una parte del mismo. Pero al caer en esta trampa del enemigo, Ananías y Safira no solo trataron de engañar a los apóstoles, sino al mismo Espíritu Santo de Dios. Cuando los apóstoles lo supieron y reprocharon su conducta, haciéndole ver el error que había cometido, Ananías murió. Cuando los apóstoles le preguntaron a su esposa si ese había sido el precio real de la venta, ella sostuvo que si; por lo que Pedro le dijo que ambos le habían mentido a Dios, y que ella también moriría al igual que su esposo. Al instante Safira cayó muerta. Ahora bien, Dios no está quebrado ni tiene los bolsillos rotos, por lo que sus trabajadores inmediatos, es decir, sus apóstoles, tampoco. Ellos no necesitaban el dinero de Ananías y Safira, e indudablemente no fue por esto que murieron, sino por su deshonestidad y su avaricia. Dos cosas: Dios no puede ser burlado, y, raíz de todos los males es el amor al dinero. Por medio de los apóstoles Dios seguía haciendo señales maravillosas entre la gente, y cada día se agregaban al grupo de seguidores de Jesús, más y más hombres y mujeres que creían en Él. La gente sacaba a los enfermos en camas y los ponían en las calles por donde Pedro iba a pasar con la esperanza de que por lo menos su sombra cayera sobre alguno y lo sanara. Mucha gente de los pueblos cercanos a Jerusalén también llevaba sus enfermos, y mucha gente con espíritus malos, y todos eran sanados. El auge de la obra de los apóstoles despertó la envidia del jefe de los sacerdotes y de todos los saduceos, quienes los mandaron a poner presos en la cárcel de la ciudad; pero nada podía detenerlos en su propósito de predicar a Jesús. El Ángel del Señor los puso en libertad y siguieron compartiendo el mensaje de salvación sin temor. Incluso, cuando los sacerdotes volvieron a interpelarlos, al punto de azotarlos con látigos, los apóstoles se sintieron felices porque estaban siendo perseguidos y la Palabra de Dios se cumplía en sus vidas. ¿Has llegado a experimentar esa felicidad? ¿Cuando tus prisiones y persecuciones te hacen alegrar por ser un siervo fiel de Jesucristo? Si la respuesta es no, sería bueno que empecemos a vivir de tal manera.

Los apóstoles obedecían principalmente a Dios y en segundo lugar a los hombres, por lo que no iban a dejar de expandir el reino de los cielo solo porque unos falsos religiosos se lo exigieran. Ellos les dijeron firmemente que seguirían predicando a Jesucristo para que el pueblo de Israel dejara de pecar y Dios los perdonara. Un maestro de la Ley llamado Gamaliel les dijo a los lideres religiosos: Si lo que hacen estos hombres lo planearon ellos mismos, se desvanecerá; pero si es un plan de Dios, nada ni nadie podrá detenerlos. Nada pudo ser más sabio al momento, ni ahora, que esas palabras; hasta el día de hoy nada ha podido detenernos; ni podrá hacerlo jamás. cada día había más y más discípulos de Jesús, por lo que comenzaron a complicarse un poco las labores de los apóstoles en cuanto a atención primaria de todos y en la distribución de los alimentos. De manera que, convocaron a una reunión para que todos juntos pudiesen escoger a siete hombres muy respetados, llenos de sabiduría y del Espíritu de Dios, para que se ocuparan de estas funciones. De este modo, los apóstoles se dedicarían exclusivamente a la oración y a enseñar la Palabra. Uno de los diáconos escogidos fue Esteban, un hombre lleno de la gracia y del poder de Dios, que hacía señales y milagros asombrosos entre la gente. Un día, unos judíos se levantaron contra Esteban, y persuadieron a unos hombres para que levantaran falso testimonio en su contra. Estos hombres dijeron que Esteban había blasfemado contra Moisés e incluso contra Dios; lo que provocó a todos los maestros y lideres religiosos, quienes arrestaron a Esteban. Estando Esteban frente a la junta suprema se defendió utilizando solamente la Palabra de Dios, desde el llamado que Dios le había hecho a Abraham hasta el tiempo del reinado de David. Fue allí donde les dijo que su terquedad no los dejaba entender el mensaje de Dios, y que siempre habían despreciado al Espíritu Santo. Todos los profetas que habían anunciado la venida del Mesías habían sido maltratados, y luego, cuando Jesús finalmente llegó, lo mataron. Por eso les dijo Esteban que todos eran unos desobedientes. Los lideres de la junta se enfurecieron contra Esteban, pero como Esteban tenía el poder del Espíritu Santo, miró al cielo y vio a Dios en todo su poder. Allí les dijo: Veo el cielo abierto, y veo también a Jesús, el Hijo del hombre, de pie en el lugar de honor. Luego todos juntos atacaron a Esteban, lo arrastraron fuera de la ciudad, y empezaron a apedrearlo. Mientras le tiraban piedras, Esteban oraba así: Señor Jesús, recíbeme en el cielo. Luego cayó de rodillas y gritó con todas sus fuerzas: Señor, no los castigues por este pecado que cometen conmigo. Y con estas palabras en sus labios, murió. Marcando el inicio del martirio en la Iglesia primitiva. 


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