sábado, 19 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia305

        Juan 18-21
En la lectura anterior fuimos testigos de una serie de anuncios y también de enseñanzas claves de parte de Jesús a sus discípulos, no solo a los doce, sino también a todos los que hemos creído y declarado que Él es el Cristo, nuestro Señor y nuestro Salvador. Las palabras descritas en esos capítulos siempre habían significado algo muy especial e importante para mi, pues era Jesús quien las decía, especialmente las descritas en Juan 15, uno de mis capítulos favoritos en toda la Palabra, pero después de este día, cobraron un nuevo sentido. Luego de estas desafiantes, alentadoras, confortantes, y amorosas palabras del Señor para su circulo más cercano, se enfrenta inevitablemente a su traición y posterior arresto. Cuando los soldados y los guardias romanos llegaron a su encuentro preguntando por Jesús, Él, sin miedo dijo: Yo soy, yo soy a quien buscan.  Lo hizo para que se cumplieran sus propias palabras: No perdí ni a uno solo de los que me diste. En protección de sus discípulos. Así que los soldados, el oficial que los comandaba y los guardias del templo arrestaron a Jesús y lo ataron. Luego lo llevaron ante el Sumo Sacerdote, quien dijo: Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo. Pues esto ya se lo había revelado el Espíritu de Dios. Simón Pedro y otro discípulo siguieron a Jesús. Allí una mujer le preguntó a Pedro si era discípulo de Jesús, y Pedro le dijo que no lo era. Luego, los sirvientes de la casa del Sumo Sacerdote y los guardias volvieron a preguntarle a Pedro si era seguidor de Jesús, Pedro contestó que no nuevamente. Otro de los esclavos que estaba allí le dijo que lo había visto a él con Jesús y Pedro nuevamente negó haber estado con el maestro. Después de esto, el gallo cantó. Tal y como lo había predicho Jesús. El juicio de Jesús ante Caifás terminó cerca del amanecer, luego lo llevaron ante la residencia oficial de Pilato, el gobernador romano, pues solo los romanos tenían derecho de ejecutar a una persona, y eso era lo que los judíos buscaban con Jesús. Luego de dialogar con Jesús, Pilato reconoció que no existían cargos para condenarlo, sin embargo, se refirió a la multitud para preguntar si querían que lo dejaran en libertad, porque era era lo que se acostumbraba cada año con un preso en época de la Pascua. Pero la gente prefirió poner en libertad a un criminal en vez de Jesús. los principales sacerdotes y los guardias del templo comenzaron a gritar: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Y dijeron que de acuerdo a la Ley judía debía morir pues afirmaba ser el hijo de Dios. Pilato siguió interrogando a Jesús, y según leo, puedo inferir que quizás su intención primordial era que Jesús se defendiera para él ponerlo en libertad, pero si Jesús hubiese hecho eso, no se habría cumplido la Palabra de Dios y su plan de salvación para el mundo, por lo cual, se mantuvo callado y finalmente fue sentenciado a muerte. 

Así que se llevaron a Jesús. Él, cargando su propia cruz, fue al sitio llamado Lugar de la Calavera, allí lo clavaron en la cruz. También crucificaron a otros dos con él, uno a cada lado, y a Jesús, en medio. Y Pilato colocó un letrero sobre la cruz, que decía: Jesús de Nazaret, el Rey de los judíos. Una vez que los soldados terminaron de crucificarlo, lanzaron dados y se repartieron su vestimenta. Estaban de pie junto a la cruz la madre de Jesús, la hermana de su madre, María la esposa de Cleofas y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre al lado de Juan, el discípulo que él amaba, le dijo: Madre, ahí tienes a tu hijo; y al discípulo le dijo: Ahí tienes a tu madre. Y, a partir de entonces, ese discípulo la llevó a vivir a su casa. Jesús sabía que su misión ya había terminado y luego dijo que tenía sed, le dieron a beber un vino agrio, y después de probarlo, inclinó la cabeza y entregó su espíritu. Era el día de preparación, y los líderes judíos no querían que los cuerpos permanecieran allí colgados el día siguiente, que era el día de descanso y uno muy especial, porque era la Pascua. Entonces le pidieron a Pilato que mandara a quebrarles las piernas a los crucificados para apresurarles la muerte, así podrían bajar los cuerpos. Eso hicieron con los dos crucificados que estaban con Jesús, pero al llegar a Él, se dieron cuenta de que ya había muerto, por lo que no tuvieron que quebrarlo. Sin embargo, uno de los soldados lo atravesó con su lanza y de inmediato salió sangre y agua. Esas cosas sucedieron para que se cumplieran las Escrituras que dicen: Ni uno de sus huesos será quebrado; y: Mirarán al que atravesaron. Más tarde, José de Arimatea, quien había sido un discípulo secreto de Jesús, por temor a los líderes judíos, pidió permiso a Pilato para bajar el cuerpo de Jesús. Pilato le concedió el permiso y José se llevó el cuerpo, y llevó consigo unos treinta y tres kilos de ungüento perfumado, una mezcla de mirra y áloe; pues de acuerdo con la costumbre de los entierros judíos, el cuerpo debía ser untado con las especias y envuelto en largos lienzos de lino. Y fue llevado a una tumba nueva cerca del lugar de la crucifixión. El domingo por la mañana temprano, mientras aún estaba oscuro, María Magdalena llegó a la tumba y vio que habían rodado la piedra de la entrada y vio que el cuerpo de Jesús no estaba allí. María se puso a llorar junto al sepulcro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, Los ángeles le preguntaron porque lloraba, y ella dijo que era porque no sabía donde estaba el cuerpo del Señor. Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Luego Jesús le dijo: ¡Maria! y ella le dijo: Rabí, que significa maestro. Jesús le dijo que no lo retuviera, porque iba a reunirse con su padre; pero que fuera y le contara eso a sus discípulos. María fue y les contó todo lo que había visto y todo lo que el Señor les había dicho. Al llegar la noche de aquel mismo día, el Señor se apareció a sus discípulos y sopló en ellos y les dio a recibir el Espíritu Santo. Tomás, uno de sus discípulos, no creyó sino hasta que metió su mano en las llagas de Jesús; entonces reconoció que todo lo que había pasado era verdad. El Señor lo reprendió pues creyó porque vio, mas dichosos los que creemos aún sin haber visto. Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que todo el que las lea crea que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengamos vida por medio de él. Jesús hizo muchas otras cosas; tantas que, si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse. Las palabras no alcanzan para describir la persona y la obra del gran y todopoderoso hijo de Dios. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario