lunes, 14 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia294

Lucas 13-15

Ciertamente como lo afirmó el Apóstol Pablo, el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo de Dios; y Jesús fue la fuente absoluta y por excelencia de esta afirmación. Mientras los fariseos perdían el tiempo con dogmas, esquemas y religiones absurdas, Jesús iba salvando, sanando y librando sin mirar a quien. Él mismo les contó a los que los seguían que una higuera que no producía frutos era inútil, y Dios no quiere viñedos inservibles, sino totalmente productivos para su honra y Gloria. Jesús indignaba a los lideres de las Sinagogas, pero asombraba y alegraba a toda la gente que lo seguía. Él iba enseñando por ciudades y aldeas mientras seguía adelante, camino a Jerusalén, y le decía a la gente que se esforzaran por entrar por la puerta angosta del reino de Dios, porque muchos tratarían de entrar pero fracasarían. Cuando el señor de la casa hubiese cerrado la puerta, sería demasiado tarde para entrar; y aunque muchos se queden afuera rogando que los dejaran pasar, no podrían hacerlo. Muchas dirán: Pero comimos y bebimos contigo, y enseñaste en nuestras calles. Pero Él responderá: no sé quiénes son ni de dónde vienen; aléjense de mí, hacedores de maldad. En ese tiempo le dijeron a Jesús que Herodes estaba procurando matarlo, pero él fuertemente mandó a decirle que seguiría predicando, salvando y sanando en ese día y en el siguiente, y que al tercero habría cumplido con su propósito. Jesús sabía que los profetas de Dios no eran asesinados en otro lugar sino en Jerusalén, y se lamentó porque era precisamente la ciudad elegida y amada por Dios la que mataba a sus mensajeros, por eso, no volverían a ver su rostro hasta que declararan creer en aquel que llegaría en el nombre del Señor. 

Los cobradores de impuestos y otros pecadores de mala fama a menudo venían a escuchar las enseñanzas de Jesús, por eso los fariseos y los maestros de la ley religiosa se quejaban de que Jesús se juntaba con semejantes pecadores, y hasta comía con ellos. Jesús les aclaró una vez cual era su función en la tierra, y el único propósito por el cual había sido enviado a ella: Salvar lo que se había perdido. Les dijo que si alguno de ellos tenía cien ovejas, y se le perdía una, podía tener por seguro de que dejaría a las 99 para ir a buscar la que se había perdido; y que cuando la encontrara, regresaría muy contento con ella. De la misma manera, hay más alegría allá en el cielo por una de esas personas que se volvía a Dios, que por noventa y nueve personas buenas que no necesitaban volverse a él. Nuestro Padre es amoroso, y su mayor deseo es que todos los pecadores arrepentidos puedan tener un encuentro con él. Aquel hijo que muy liberalmente derrochó la herencia que le dio su padre, gastándola en gustos y placeres lejos de su familia, muy pronto terminó quedándose sin nada; pero cuando volvió a su casa, arrepentido de su comportamiento y con deseos de reencontrarse con su padre, éste lo recibió con amor y lo llenó de abrazos y besos. Además, ordenó a sus sirvientes que lo vistieran con la mejor ropa, y que mataran al ternero más gordo para hacer una gran fiesta, porque su hijo había regresado. Para este padre, era como si su hijo hubiese estado muerto, y hubiese vuelto a vivir, como si hubiese estado perdido y lo hubiese vuelto a encontrar. Y así exactamente es nuestro Dios. Los ángeles del cielo se alegran y hacen fiesta cuando alguien se vuelve a Dios, y no importa que tan pecadores hayamos sido, o que tan lejos nos encontremos, como para que Él no pueda perdonarnos y alcanzarnos de nuevo. Ninguna distancia que el enemigo haya querido imponer con la fuerza del pecado, será demasiado grande como para que la gracia de Dios no pueda liberarnos. Dios NOS AMA, y esa es nuestra mayor fortuna. 


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