domingo, 27 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia313

Hechos 19-20

Hemos llegado al tercer y ultimo viaje misionero de Pablo, en el cual fue por las regiones del interior hasta que llegó a Éfeso, en la costa, donde encontró a varios creyentes en Dios pero que aún no sabían de Jesús ni de la presencia del Espíritu Santo. Allí Pablo les predicó y creyeron en Jesús, también recibieron al Espíritu de Dios y hablaron nuevas lenguas y dieron mensajes de parte de Dios. Durante tres meses, Pablo estuvo yendo a la sinagoga todos los sábados. Sin ningún temor hablaba a la gente acerca del reino de Dios, y trataba de convencerla para que creyera en Jesús. Pero algunos judíos se pusieron tercos y no quisieron creer. Al contrario, comenzaron a decirle a la gente cosas terribles acerca de los seguidores de Jesús. Al ver esto, Pablo dejó de reunirse con ellos y, acompañado de los nuevos seguidores, comenzó a reunirse todos los días en la escuela de un hombre llamado Tirano. Durante dos años, Pablo fue a ese lugar para hablar de Jesús. Fue así como muchos de los que vivían en toda la provincia de Asia escucharon el mensaje del Señor Jesús. Algunos de ellos eran judíos, y otros no lo eran. En la ciudad de Éfeso, Dios hizo grandes milagros por medio de Pablo. La gente llevaba los pañuelos o la ropa que Pablo había tocado, y los ponía sobre los enfermos, y ellos se sanaban. También ponía pañuelos sobre los que tenían espíritus malos, y los espíritus salían de esas personas. Otros, que habían sido brujos, traían sus libros de brujería y los quemaban delante de la gente. Y el valor de los libros quemados era como de cincuenta mil monedas de plata. El mensaje del Señor Jesús se anunciaba en más y más lugares, y cada vez más personas creían en él, porque veían el gran poder que tenía. Después de todo eso, Pablo decidió ir a la ciudad de Jerusalén, pasando por las regiones de Macedonia y Acaya. Luego pensó ir de Jerusalén a la ciudad de Roma, así que envió a Timoteo y a Erasto, que eran dos de sus ayudantes, a la región de Macedonia, mientras él se quedaba unos días más en Asia. Allí en Éfeso había un hombre que se dedicaba a hacer figuras de plata, y él y sus ayudantes ganaban mucho dinero haciendo la figura del templo de la diosa Artemisa. Esa diosa era muy amada y respetada en el mundo entero, por lo que, cuando la gente escucho el mensaje de Pablo y se dio cuenta de que no eran dioses de verdad, el negocio de este hombre empezó a caerse. En este momento, toda la gente de la ciudad se alborotó en contra de Pablo, sus ayudantes y además en contra de todos los judíos, pero aunque había mucha confusión y muchos quisieron defender la estatua de Artemisa, el secretario de la ciudad no pudo encontrar nada que acusara a Pablo y le pidió a todos que se marcharan y dejaran todo aquel desorden. 

Cuando todo aquel alboroto terminó, Pablo mandó llamar a los que habían creído y les pidió que no dejaran de confiar en Jesús. Luego se despidió de ellos, y fue a la provincia de Macedonia. Pablo iba de lugar en lugar, animando a los miembros de las iglesias de esa región. De allí se fue a Grecia, país donde se quedó tres meses. Estaba Pablo a punto de salir en barco hacia la provincia de Siria, cuando supo que algunos judíos planeaban atacarlo. Entonces decidió volver por Macedonia. Sus acompañantes en este viaje fueron: Sópatro, que era hijo de Pirro y vivía en la ciudad de Berea; Aristarco y Segundo, que eran de la ciudad de Tesalónica; Gayo, del pueblo de Derbe; y Timoteo, Tíquico y Trófimo, que eran de la provincia de Asia. Todos se dirigieron a la ciudad de Troas, y como era época de Pascua, el domingo se reunieron en uno de los pisos altos de una casa, para celebrar la Cena del Señor.  Allí estuvieron cenando y hablando del Señor Jesús hasta medianoche. Mientras Pablo hablaba, un joven llamado Eutico, que estaba sentado en el marco de la ventana, se quedó profundamente dormido y se cayó desde el tercer piso. Cuando fueron a levantarlo, ya estaba muerto. Pero Pablo lo tomó entre sus brazos y les dijo a todos que estaba vivo. Luego, Pablo volvió al piso alto y celebró la Cena del Señor, y siguió hablándoles hasta que salió el sol. Después continuó su viaje. En cuanto a Eutico, los miembros de la iglesia lo llevaron sano y salvo a su casa, y eso los animó mucho. Luego, Pablo viajó a Mileto, y allí mandó a llamar a los ancianos de la Iglesia de Éfeso para hablar con ellos. Allí les dijo que estuviesen atentos y cuidaran de toda la congregación, en la cual el Espíritu Santo los había puesto como pastores para que cuidasen de la iglesia de Dios, que él compró con su propia sangre; porque cuando él se fuera vendrían otros que, como lobos feroces, querrían acabar con la iglesia. También les dijo que él volvería a Jerusalén, y que no sabía lo que allí le esperaba, pero que en todas las ciudades a donde él iba, el Espíritu Santo le mostraba que le sobrevendrían la cárcel y muchos sufrimientos. Después los encomendó a Dios y al mensaje de su amor. Él único que tenía poder para hacerlos crecer espiritualmente y darles todo lo que había prometido a su pueblo santo. Pablo había estado en esa Iglesia durante tres años, de día y de noche, y no dejó de aconsejarlos, enseñarlos y de cuidarlos, con el fin de cumplir el encargo que el Señor Jesús le dio de anunciar la buena noticia del amor de Dios. Después de decir esto, Pablo se puso de rodillas y oró con todos ellos. Todos lloraron, y abrazaron y besaron a Pablo. Y estaban muy tristes, porque les había dicho que no volverían a verlo.

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