miércoles, 16 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia299

Juan 1-4

El día de hoy empezaremos a leer el cuarto y último Evangelio, el cual está caracterizado por ser muy diferente respecto de los otros tres en cuanto al contenido, al lenguaje, a las expresiones y giros con que predica Jesús de Nazaret y a los lugares de su ministerio. La tradición apostólica atribuye la autoría de este evangelio a Juan el apóstol y evangelista que pertenecía al grupo de los Doce discípulos de Jesús. En el prologo de este Evangelio, Jesús es extraordinariamente definido como la Palabra eterna. Antes de que todo comenzara ya existía aquel que es la Palabra, la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Cuando Dios creó todas las cosas, allí estaba la Palabra. Todo fue creado por la Palabra, y sin la Palabra nada se hizo. De la Palabra nace la vida, y la Palabra, que es la vida, es también nuestra luz. La luz alumbra en la oscuridad, y nada puede destruirla. Dios envió a Juan el Bautista para que hablara con la gente y la convenciera de creer en esa luz verdadera que pronto llegaría al mundo, sin embargo, la gente no lo reconoció. Y a pesar de que la Palabra vino a vivir al mundo, su pueblo no la aceptó. Pero los que si la recibieron y creyeron en ella, llegaron a ser hijos de Dios. Jesucristo, que era la Palabra viva de Dios, vino al mundo y llegó a ser como uno de sus habitantes; todos fueron testigos del poder que le pertenecía como único hijo de Dios, y aunque Dios nos dio a conocer sus leyes por medio de Moisés, fue sólo por medio de Jesucristo que nos hizo conocer el amor y la verdad. Yo estaba muy ansiosa de llegar a este Evangelio, pues amo la forma en la que expresa a Jesús, siempre con tanto detalle, y sin perder el rastro de su persona. El autor de este libro no tiene tiempo para ocuparse o describir a nadie más, él se concentra en la figura principal de todo hecho bíblico: El Cristo. Y eso, como les cuento, es algo que me enriquece totalmente. Creo que una de las mejores fuentes de inspiración para predicar a Jesucristo, es precisamente el Evangelio según Juan, quien en cada capitulo lo muestra como lo que es: El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 

Este texto narra la historia de unas bodas celebradas en Caná, una región de Galilea, donde se encontraba María, la madre de Jesús, y donde también fueron invitados Jesús y sus discípulos. Durante la fiesta de bodas se acabó el vino, entonces María se lo dijo a Jesús, pues obviamente ella sabía que si alguien podía hacer algo por los que estaban allí, era Él. Pero Jesús le dijo a su madre que ese asunto no les competía, y que todavía no había llegado el momento para decirles a todos ellos quien era Él. Entonces María dijo a los sirvientes que hicieran lo que Jesús dijera, y en seis grandes tinajas donde cabían unos cien litros, Jesús ordenó que echaran agua; y así lo hicieron. Cuando el encargado de la fiesta probó el agua que había salido de la tinaja convertida en vino, se sorprendió, porque no sabía de dónde había salido ese vino. Pero los sirvientes sí lo sabían. Jesús hizo esta primera señal en Caná de Galilea, así empezó a mostrar el gran poder que tenía, y sus discípulos creyeron en él. Así que ya saben: Las bodas, ¡Hay que celebrarlas! Y no se olviden de invitar a Jesús, quizás les convierta el agua en vino. Una noche, un fariseo llamado Nicodemo, que era un líder religioso judío, fue a visitar a Jesús y le dijo que las señales milagrosas que hacía, eran las señales de que Dios estaba con él. Pero Jesús, que conocía las mentes y los corazones, le dijo a Nicodemo que a menos que naciera de nuevo, no vería el reino de Dios. Después de una serie de discusiones, Jesús le aclaró a Nicodemo que el ser humano solo puede reproducir la vida humana, pero la vida espiritual solo nace del Espíritu Santo, por eso los hombres sólo podían recibir el perdón de pecados y la vida eterna a través de Él, quien era el enviado de Dios para salvar al mundo. No obstante, aún siendo Nicodemo un respetado maestro judío, no podía entender las cosas que le decía Jesús. Esto mismo le sucedió en principio a una mujer originaria de Samaria que tuvo un encuentro con Jesús. Al momento de su encuentro ella no sabía frente a quien estaba, pero si sabía que era judío; por eso, solo le habló de religión y de las diferencias doctrinales entre judíos y samaritanos. Pero Jesús, que no andaba con rodeos ni mucho menos perdiendo el tiempo, le dijo a la mujer que estaba ella misma frente al Mesías y le mostró su poder con algunas revelaciones acerca de su vida que la dejaron totalmente conmocionada. Ella empezó a contar acerca de su encuentro con Jesús en la región, y mucha gente que vivía en ese pueblo de Samaria creyó en Él por el testimonio de esta mujer. Aunque luego, como muchos de ellos mismos dijeron, ya no solo creían por lo que la mujer les había dicho, sino porque ellos mismos se había acercado a Jesucristo y lo habían conocido como el Salvador del mundo. Sucedió así como Jesús le dijo a Nicodemo: Habían nacido de nuevo. Y esto es realmente lo que transforma la vida, un encuentro genuino y verdadero Con el Mesías. 


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