domingo, 27 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia314

Hechos 21-23

Después de que Pablo se despidiese de los ancianos de la Iglesia de Éfeso, emprendió su viaje hasta Jerusalén. Durante su camino hacia la ciudad santa, a Pablo le anunciaron varias veces que allí en Jerusalén sería apresado y maltratado, y entregado a las autoridades en Roma. No obstante, Pablo dijo que amaba tanto al Señor Jesús, que estaba dispuesto a ir a la cárcel y también a morir en Jerusalén. Cuando llegaron a la ciudad de Jerusalén, los miembros de la iglesia los recibieron con mucha alegría. Al día siguiente, Pablo y sus ayudantes fueron a visitar a Santiago, el hermano de Jesús, y allí se encontraron con los lideres de la Iglesia. Luego, cuando Pablo fue al Templo, unos judíos alborotaron a la gente y dijeron que Pablo iba por todas partes hablando en contra del pueblo judío, en contra de la ley de Moisés, y en contra del Templo, y aún a los que no eran judíos los había metido en el Templo irrespetando el Lugar Santo. Toda la gente de la ciudad se alborotó, y pronto se reunió una gran multitud. Agarraron a Pablo, lo sacaron del templo, y de inmediato cerraron las puertas. Cuando la gente vio llegar al jefe y a sus soldados, dejó de golpear a Pablo. El jefe arrestó a Pablo y ordenó que le pusieran dos cadenas. cuando el comandante preguntó a la gente quien era Pablo y que había hecho, unos decían una cosa y otros decían otra; y era tanto el escándalo que hacían, que el comandante no pudo averiguar lo que pasaba. Entonces se llevaron a Pablo prisionero al cuartel. Los soldados ya iban a meter a Pablo en la cárcel, pero él preguntó si podía hablar con la gente para defenderse. Entonces Pablo se puso de pie en las gradas del cuartel, y levantó la mano para pedir silencio. Allí les dijo a todos que era judío, y que había nacido en Tarso, en la provincia de Cilicia, pero que había crecido allí en Jerusalén. Cuando estudió su maestro fue Gamaliel, y lo enseñó a obedecer la ley de sus antepasados; por eso siempre había tratado de obedecer a Dios con la misma lealtad que todos los que estaban allí. También les dijo que antes buscaba por todas partes a los seguidores del Señor Jesús, para matarlos; pero cuando iba a Damasco para atraparlos, vio desde el cielo una fuerte luz que iluminó todo su alrededor, y escuchó una voz que le dijo: ¡Saulo! ¡Saulo! ¿Por qué me persigues? Luego les contó de su ceguera y de su encuentro con Ananías, y como allí ese hombre le dijo que el Dios de sus antepasados lo había elegido porque quería que conociera a Jesús y que escuchara su voz. Por lo que no esperó más; se levantó, se bautizó y le pidió al Señor que perdonara sus pecados.

Allí también el Señor le mostró que debía irse de Jerusalén pues la gente de allí no creería lo que dijera acerca de Él. Pero la gente enardecida no quiso escuchar más y comenzó a gritar que Pablo no merecía vivir y que no querían verlo nunca mas. El jefe de los soldados ordenó que metieran a Pablo en el cuartel, y que lo golpearan. Pero cuando los soldados lo ataron para pegarle, Pablo le preguntó al capitán de los soldados: ¿Tienen ustedes permiso para golpear a un ciudadano romano, sin saber siquiera si es culpable o inocente? Cuando escucharon esto, los soldados se apartaron de él y tuvieron miedo. Entonces mandaron a reunir a los sacerdotes principales y a los judíos de la Junta Suprema, pues quería saber exactamente de qué acusaban a Pablo. Luego ordenó que le quitaran las cadenas, que lo sacaran de la cárcel y que lo pusieran delante de todos ellos. Pablo miró a todos los de la Junta Suprema, y les dijo que él tenía la conciencia tranquila pues había obedecido a Dios en todo. Entonces Ananías, el jefe de los sacerdotes, ordenó que golpearan a Pablo en la boca. Pablo le dijo que sería Dios quien lo golpearía a él después, y que era un hipócrita, pues diciendo que lo juzgaban de acuerdo a la Ley, la desobedecían al golpearlo. Pablo siguió defendiéndose en buena lid, porque además de ser judío y ciudadano romano, también era fariseo. Y cuando argumentó todo lo que tenía a su favor, hubo discusión entre saduceos y fariseos y la reunión de la junta no pudo terminar en paz, pues unos decían una cosa y otros decían otra. Los saduceos decían que los muertos no podían volver a vivir, y que no existían los ángeles ni los espíritus. Pero los fariseos sí creían en todo eso. Se armó entonces un gran alboroto, en el que todos gritaban, y era cada vez mayor. Entonces el jefe de los soldados romanos tuvo miedo de que mataran a Pablo, y ordenó que vinieran los soldados y se lo llevaran de nuevo al cuartel. A la noche siguiente, el Señor Jesús se le apareció a Pablo y le dijo: Anímate, porque así como has hablado de mí en Jerusalén, también lo harás en Roma. Al día siguiente, unos cuarenta judíos se pusieron de acuerdo para matar a Pablo, y armaron toda una conspiración para hacerlo con la junta suprema. Pero un sobrino de Pablo se dio cuenta de lo que planeaban, y fue al cuartel a avisarle. Luego le avisó al jefe de los soldados, quien mandó a Pablo ante el gobernador para evitar el asesinato; y también, porque según él, no había razón alguna para tenerlo preso ni mucho menos para matarlo. Cuando Pablo fue llevado a Cesarea ante el gobernador Félix, permaneció recluido en el palacio que había construido el rey Herodes el Grande, mientras esperaba por sus acusadores. 


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