sábado, 5 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia280

    Mateo 20-23

El Hijo del Hombre, que no vino para que le sirvieran, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos, nuevamente predijo su muerte, y mientras Él y sus discípulos subían a Jerusalén, les contó en privado lo que iba a suceder. Les dijo que allí mismo en Jerusalén sería traicionado y entregado a los principales sacerdotes y a los maestros de la ley religiosa; quienes lo condenarían a muerte. Luego lo entregarían a los romanos para que se burlaran de él, lo azotaran con un látigo y lo crucificaran; pero al tercer día, Él se levantaría de los muertos. Mientras Jesús y los discípulos se acercaban a Jerusalén, llegaron a una ciudad en el monte de los Olivos. Jesús mandó a dos de ellos que se adelantaran a una aldea que estaba allí, donde verían una burra atada con una cría que debían llevar al Señor. Eso ocurrió para que se cumpliera la profecía que decía que el Rey llegaría hasta Jerusalén montado en una burra, en la cría de una burra. Los dos discípulos hicieron tal como Jesús les había ordenado. Llevaron la burra y su cría, pusieron sus prendas sobre la cría, y Jesús se sentó allí. A medida que Jesús entraba, mucha gente tendía sus prendas por el camino y otros cortaron ramas de los arboles y las extendieron. Él permanecía en el centro de la multitud, mientras todos aclamaban diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en el nombre del Señor. Cuando entró Jesús en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y se preguntaban quien era él, y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea. En ese tiempo, Jesús entró al Templo de Dios, y comenzó a echar a todos los que compraban y vendían animales para el sacrificio. Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, pues de acuerdo a las Escrituras, el Templo sería llamado casa de oración, pero esos mercaderes lo habían convertido en una cueva de ladrones. Los ciegos y los cojos se acercaron a Jesús en el templo y allí el Señor los sanó. Los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa vieron esos milagros maravillosos y se indignaron porque aún los niños alababan a Jesús, pero Él los desafió a ellos diciéndoles que la misma Palabra declaraba que a los niños y a los bebés les debía ser enseñada la alabanza. Luego el Señor regresó a Betania donde pasó la noche. 

La autoridad de Jesús fue cuestionada por estos sacerdotes y maestros de la Ley, y le preguntaron que con que potestad hacía todas esas cosas; pero Jesús los enfrentaba diciendo que sino sabían bajo que autoridad actuaba Juan, tampoco les diría bajo la de quien actuaba Él mismo. A estas principales autoridades del pueblo hebreo, Juan les había enseñado la forma correcta de vivir, sin embargo, ellos lo rechazaron y se negaron a arrepentirse de sus pecados. Ellos tenían un complejo de superioridad respecto al resto de los habitantes de la nación, y rechazaban a los pecadores; pero ciertamente esos pecadores, corruptos y adúlteros arrepentidos, serían los que recibirían la vida eterna primero que ellos. Para llamarlos a la obediencia, el padre celestial había mandado siervos y ministros suyos que los guiaran a la verdad, pero ellos solo los maltrataban y repudiaban; entonces quiso Dios enviar un mayor numero de siervos para enseñarles como vivir y el resultado fue el mismo. Finalmente y como sucedía hasta esos momentos de los enfrentamientos de las autoridades religiosas con Jesús, Dios decidió enviar a su hijo, pues pensó que sin duda lo respetarían y honrarían a Él, pero ellos solo pensaron en arrestarlo y finalmente asesinarlo. Por eso les esperaría un final fatal, en el que serían aplastados y hechos pedazos. Ellos, y todos a los cuales había sido predicado el reino de los cielos pero que lo habían rechazado, habían sido los invitados de honor de Dios en la gran fiesta de bodas del cordero; pero ellos, públicamente y reiteradas veces hicieron caso omiso de tal invitación; se negaron a asistir, y en varias oportunidades insultaron e incluso mataron a los mensajeros con los que Dios los había mandado a invitar. Esas personas no eran dignas de tal honor, ¡habían despreciado a Dios! Por eso, habría nuevos mensajeros llamando en las esquinas de las calles a todo el que pasara para invitarlos a la gran fiesta que Dios estaba preparando; y aún esos invitados, iban a tener que estar propiamente vestidos de santidad para poder disfrutar del banquete; sino serían echados fuera. Porque ciertamente han sido y serán muchos los llamados a disfrutar de la presencia de Dios, pero serán pocos los escogidos. Debido a que Jesús dejaba sin argumentos en cada oportunidad a estos religiosos, ellos se juntaron para tramar cómo hacer que Jesús cayera en la trampa de decir algo por lo cual pudiera ser arrestado. Quisieron que Jesús los animara a no pagar sus tributos romanos, pero Jesús, sabiendo lo que tramaban, los tildó de hipócritas y les dijo: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Su respuesta los dejó asombrados, y se marcharon. Todos intentaban interrogar a Jesús para tratar de encontrar en Él alguna falla, algún error, pero sólo conseguían quedar atónitos con sus enseñanzas. Algunos expertos de la ley religiosa incluso quisieron tenderle trampas para ver si hablaba algo diferente a la ley, pero Jesús, derribando sus razonamientos y haciendo gala de su sabiduría sin igual, declaraba magistralmente la Palabra de Dios y mejor aún, la cumplía. Después Él mismo les preguntó de quien pensaban ellos que era hijo el Mesías, ellos dijeron que de David, pero Él les dijo: Si David llamó al Mesías “mi Señor”, ¿Cómo es posible que el Mesías sea su hijo? Nadie pudo responderle, y a partir de entonces, ninguno se atrevió a hacerle más preguntas. Después de esto, el Señor Jesús dio una excelente recomendación a sus discípulos y a las multitudes que lo seguían: Que debían seguir lo que los maestros de la Ley religiosa decían porque eran sus intérpretes, pero que en ningún caso debían seguir su ejemplo, pues ellos no hacían lo que enseñaban. ¿Que lamentable cierto? Las palabras podrán convencer pero los ejemplos arrastran. Ellos lo único que hacían era aparentar una falsa adoración ocupando los principales asientos de las sinagogas, y orando con palabras repetidas, pero que aflicción les esperaba al pasar por alto los aspectos más importantes de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe. Todos ellos estaban sucios por dentro, llenos de avaricia y se permitían todo tipo de excesos; eran como tumbas blanqueadas: hermosas por fuera, pero llenas de huesos de muertos y de toda clase de impurezas por dentro. Por fuera parecían personas rectas, pero por dentro, el corazón estaba lleno de hipocresía y desenfreno. Jerusalén, la ciudad que mató a los profetas y apedreó a los mensajeros de Dios; cuantas veces quiso Jesús juntar a sus hijos como la gallina protege a sus pollitos debajo de sus alas, pero no lo dejaron. Pues esto dijo el Señor: No volverás a verme hasta que digas: ¡Bendiciones al que viene en el nombre del Señor!


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