jueves, 17 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia300

Juan 5-7

Dentro de Jerusalén, cerca de la entrada llamada "Portón de las Ovejas" había un estanque llamado Betesda, el cual tenía cinco entradas. Allí, acostados en el suelo, había muchos enfermos: ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua; porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, agitaba el agua, y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Entre esos enfermos había un hombre que desde hacía treinta y ocho años estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio allí acostado, y se enteró de cuánto tiempo había estado enfermo le preguntó si quería que Dios lo sanara, pero él le dijo que no había nadie que lo metiera al estanque al momento en el que se movía el agua, y siempre alguien llegaba antes que él. En ese momento Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda. Al instante, el hombre quedó sano, enrolló la camilla, y comenzó a caminar. Porque no hay circunstancia que se interponga cuando Jesús ha decidido bendecirte, que no te desanime ni siquiera, que otros reciban primero que tu. El día de tu milagro puede ser HOY. Ese milagro sucedió en el día de descanso, por lo que los lideres religiosos protestaron y reprendieron a este hombre porque la Ley no le permitía cargar la camilla. Entonces los líderes judíos comenzaron a acosar a Jesús por haber violado las reglas del día de descanso. Entonces Jesús, que nunca les tuvo miedo ni temor, les dijo que su Padre siempre trabajaba y Él también; por esta razón, los líderes judíos se esforzaron aún más por encontrar una forma de matarlo. Pues no solo violaba el día de descanso sino que, además, decía que Dios era su Padre, con lo cual se hacía igual a Dios. Pero Jesús, ignorando sus posiciones maliciosas, insistió diciendo que Él hacía todo por cuenta de su Padre y no por la suya, y que aún Él le mostraría cosas más trascendentes que sanar a un hombre. Pues, así como el Padre da vida a los que resucita de los muertos, también el Hijo da vida a quien él quiere; y el que no honra al Hijo ciertamente tampoco honra al Padre que lo envió. A pesar de la fuerte oposición de los fariseos, Jesús nunca cesó de decirles la verdad, y eso es un ejemplo para todos nosotros que muchas veces nos amilanamos por cualquier contradicción. Él les dijo que todos los que escucharan su mensaje y creyeran en Dios, quien lo había enviado a Él, iban a tener vida eterna; éstos nunca serían condenados por sus pecados, pues ya habrían pasado de la muerte a la vida.

Si Jesucristo hubiese dado testimonio en su propio favor, este no hubiese sido válido, era Dios mismo quien lo hacía por Él. Y además Juan el bautista también dio testimonio de él, y todo lo que dijo fue verdad; pero, aunque ciertamente Jesucristo no necesitara testigos humanos que hablaran en su favor, le hablaba de todas estas cosas a los que no creían en Él, en orden de convencerlos y que fuesen salvos. Juan era como una lámpara que ardía y brillaba, y muchos de los religiosos se habían entusiasmado con su mensaje durante un tiempo; pero ahora, con el movimiento de Jesús, había un testimonio mucho más fiel y genuino: Sus propias enseñanzas y milagros. Dicho en otras palabras, Jesús declaró a los fariseos, que el Padre celestial le permitió realizar todas esas obras sobrenaturales para que fuesen la prueba de que Él lo había enviado, y así muchos pudieran creer en su nombre. Pero los religiosos e incrédulos, a pesar de nunca haber oído la voz de Dios, y no haber visto su cara, estaban allí, frente a Jesús, y no creyeron en la persona de Dios que el mismo Padre les había regalado. Ellos estudiaban las Escrituras a fondo porque pensaban que ellas les darían vida eterna, pero las mismas Escrituras señalaban a Jesús! Y ellos simplemente se negaron a ir hasta Él para recibir esa vida. Este discurso de Jesús fue extraordinario, y fue concluyendo con un gran argumento: La aprobación de ustedes no significa nada para mí, porque sé que no tienen el amor de Dios adentro. Eran simples seres sin fe. Que triste manera de vivir... Bueno, es que vivir sin fe es como estar muerto en vida. Todos los judíos anhelaban ver las señales milagrosas de que Jesús era el hijo de Dios, incluso los discípulos; todos decían: Muéstranos una señal. Pero la verdad es que cuando los antepasados de esos judíos comieron maná del cielo, no fue Moisés quien les dio ese pan, ¡Fue Dios! Y ahora ese verdadero pan del cielo había descendido para estar con ellos, era Jesús, el pan de vida. Lo que no entendían era que su sola presencia, ya era la señal milagrosa que necesitaban ver. Por eso, el que cree en Jesucristo es como si comiera pan del cielo, y de este modo, nunca está separado de Dios. Él bajó del cielo para hacer que todos tengamos vida eterna, Él murió para dar esa vida a los que creen en su nombre; su cuerpo es ese pan que si alimenta; el que lo coma tendrá vida eterna. Cuando Jesús dijo todas esas palabras, muchos dijeron que eran muy difíciles de aceptar y dejaron de seguirlo, esto por supuesto no fue una sorpresa para Él, pues sabía perfectamente quienes eran los que creían y los que no. No obstante, sus doce apóstoles se mantuvieron firmes, y Pedro le dijo: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. La respuesta que desarticula todo tipo de incredulidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario