jueves, 3 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia278

    Mateo 12-15

Entonces los ciegos veían, los cojos caminaban bien, los leprosos eran curados, los sordos oían, los muertos resucitaban, y a los necesitados se les predicaba la Buena Noticia; parece que todo marchaba bien en las regiones donde llegaba el ungido de Dios. Sin embargo, toda su revolución seguía incomodando a los fariseos, quienes alarmados se atormentaban porque Jesús realizaba labores en el día de descanso. Pero Jesucristo, era Señor, incluso de los días de descanso; y eso es lo que ningún religioso, adoctrinado y dogmático podrá jamás entender. El Señor sabía que los fariseos ya tramaban el levantar algún cargo en su contra para apresarlo, por eso, al sanar muchos de los enfermos de la multitud que lo seguía, les advirtió que no revelaran quién era él. Luego llevaron a Jesús para que sanara a un hombre ciego y mudo, al hacerlo, la multitud asombrada decía: ¿Será posible que Jesús sea el Hijo de David, el Mesías?. Pero los fariseos insistían, y murmuraban diciendo que su poder venía de satanás. Algunos le pedían señales del cielo para probar su autoridad solo para tentarlo, pero Jesús les dijo que solo una generación maligna y adúltera exigiría una señal milagrosa; y que demostrando Él, ser mucho más superior a los profetas y a los reyes, ellos simplemente se negaban a creer. Éstos ciertamente obtendrían el castigo por su incredulidad, siendo atormentados por demonios de muchas maneras. Ese mismo día, Jesús salió de la casa donde estaba, fue a la orilla del Lago de Galilea, y allí se sentó para enseñar. Como mucha gente llegó a escucharlo, tuvo que subir a una barca y sentarse para enseñar desde allí. La gente permaneció de pie en la playa. Jesús les enseñó muchas cosas por medio de ejemplos y parábolas; sus discípulos le preguntaron el propósito de las mismas, y Jesús les dijo que enseñaba de esa forma para que solo los escogidos pudieran entender los secretos del reino de los cielos; porque a los que sabían algo acerca de los misterios del reino, se les permitía saber mucho más; pero a otros, por más que se esforzaran, no iban a poder entender nada. Así se cumplió en ellos lo que Dios había dicho por medio del profeta Isaías: Esta gente, por más que escuche, nunca entenderá; y por más que mire, nunca verá. El sembrador, el trigo y la cizaña, la semilla de mostaza, el tesoro escondido, la perla de gran precio, la red; todas éstas eran formas simbólicas en la Jesús hablaba a la gente, y contaba cosas que Dios había tenido en secreto desde que hizo el mundo. Pero sus discípulos eran realmente afortunados, pues Dios les había permitido ver, escuchar, y más allá, entender su mensaje directamente desde Jesús. 

Cuando Jesús terminó de enseñar con todas esas parábolas, salió de allí y se fue hasta Nazaret, y llegando a su pueblo, se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos se sorprendían al escuchar todo el conocimiento que tenía, y todo el gran poder que salía de él para sanar enfermos. Además decían: Pero, ¡si es Jesús, el hijo de José, el carpintero! ¿Cómo es que sabe tanto y puede hacer estos milagros? Pero ninguno de los que estaban allí quiso aceptar sus enseñanzas. Entonces él dijo: A un profeta se le respeta en todas partes, menos en su propio pueblo y en su propia familia. Y como la gente no creía en Él, Jesús no hizo muchos milagros en aquel lugar. En aquel tiempo, Herodes, el gobernador de Galilea, tuvo un altercado con Juan el Bautista, pues éste le recriminó el haberse casado con la mujer de su hermano. Herodes se enojó con Juan, y ordenó que lo arrestaran, lo encadenaran y lo pusieran en la cárcel. Cuando Herodes cumplió años, la hija de su esposa bailó frente a sus invitados, y su baile agradó tanto a Herodes que le dijo que lo que le pidiera, se lo daría. Ella, persuadida por su mamá, pidió la cabeza de Juan, y aunque Herodes se lamentó, no pudo romper su promesa; entonces los sirvientes le cortaron la cabeza a Juan, la pusieron en un plato, y se la llevaron a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. Los discípulos de Juan pasaron a recoger el cuerpo de su maestro y lo enterraron. Después, fueron y le contaron a Jesús lo que había sucedido. Cuando Herodes se enteró de lo que la gente hablaba acerca de Jesús y los milagros que hacía, dijo que en realidad Jesús era Juan, quien había vuelto a vivir. Jesús amaba mucho a Juan, y Juan era más que un profeta; había sido el encargado de prepararlo todo para la llegada de Cristo, y de forma valiente y decidida se había convertido en el mayor evangelista de todos los tiempos, predicando el reino de los cielos hasta hacerlo avanzar a grandes cifras. Cuando Jesús oyó lo que le habían hecho a Juan, subió a una barca y se fue a donde pudiera estar solo. Pero la gente lo seguía a todos lados, y cuando se bajó de la barca, vio que allí había una gran cantidad de gente, entonces tuvo compasión de ellos y sanó a todos los que estaban enfermos. Cuando ya empezaba a atardecer, los discípulos quisieron despedir a la gente porque tenían mas que cinco panes y dos peces para darles de comer, si, ellos estaban con Jesús y aún así les preocupó la comida, no podría juzgarlos. Luego de ordenar que la gente se sentara sobre la hierba, Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró al cielo y dio gracias a Dios. Luego repartieron el alimento y todos comieron hasta saciarse. Cuando los discípulos recogieron los pedazos que sobraron, llenaron doce canastas. Los que comieron fueron como cinco mil hombres, además de las mujeres y los niños. Él es Jesús, el Dios de los milagros, que luego de este esta multiplicación milagrosa de los panes y los peces, también pudo caminar sobre el mar. Los discípulos no dejaban de asombrarse con cada hecho del Mesías, parecía que no estaban totalmente apercibidos de la persona de Cristo, y no lograban comprender tanto poder. Luego de esto, todos los que estaban en la barca se arrodillaron ante Él y volvieron a reconocer perplejos: ¡Es verdad, tú eres el Hijo de Dios! Jesús siguió a otros pueblos y su fama se extendía, Él seguía sanando y salvando multitudes. Los fariseos seguían cuestionando las obras de Jesús y a sus discípulos, pero el Señor seguía desafiando y desacreditando sus palabras. Nada lo detenía en su propósito. Los fariseos iban a ser tratados como un jardinero trata a las plantas que no ha sembrado en su jardín: Las arranca de raíz y las echa fuera. Jesús no había sido enviado sino a rescatar a las ovejas perdidas de la casa de Israel, sin embargo, los actos de fe inquebrantable también eran merecedores de su misericordia; tal fue el caso de la mujer no judía que con gran confianza supo, que aún sus migajas podían hacerla salva. AMO este pasaje, siempre pienso: ¡Quiero ser como esa mujer! Confiada, insistente, perseverante, inconmovible, firme en mis convicciones, segura y totalmente creyente de su poder. A esas son a las que se les dice: Oh mujer, Grande es tu fe, hágase contigo como quieres. ¡Aleluya!


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