jueves, 10 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia289

 
        
Marcos 14-16

Para este momento ya los principales lideres religiosos y los maestros de la Ley se encontraban totalmente descompuestos con la presencia de Jesús, y por supuesto crearon un plan para poder apresarlo y finalmente acabar con él. Creyeron ellos. Cercano al tiempo de la celebración de la Pascua, Jesús se encontraba en Betania, en la casa de Simón, un hombre que había tenido lepra. Mientras comía, entró una mujer con un hermoso frasco de alabastro que contenía un perfume costoso, ella abrió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Me impresiona, que algunos de los que estaban en la mesa, se indignaron pues derramar un perfume tan costoso les pareció un desperdicio. ¿En serio? ¡Lo derramaron en la cabeza de Jesús! Del Mesías. ¿Como eso pudo si quiera parecerles un desperdicio? Por esta causa la mujer fue reprendida, pero Jesús respondió: Déjenla en paz. ¿Por qué la critican por hacer algo tan bueno conmigo? Lo que esta mujer verdaderamente hizo fue ungir el cuerpo de Jesús en preparación para su muerte, y en cualquier lugar del mundo donde se predique la Buena Noticia, se recordará y se hablará de lo que hizo esa mujer. El hecho de que esta historia sea acerca de lo que hizo una mujer por Jesús, siempre me ha hecho sentir muy conmovida e identificada; pienso, ¿Como podría yo derramar mi perfume en el cuerpo del maestro? Y siempre se me ocurren muchas, muchas formas en las que puedo con honor hacerlo. En este tiempo, Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, fue a ver a los principales sacerdotes para llegar a un acuerdo de cómo entregarles a Jesús a traición. Ellos quedaron complacidos cuando oyeron la razón de su visita y le prometieron darle dinero. Entonces él comenzó a buscar una oportunidad para traicionar a Jesús. En la ultima cena de Pascua que compartió Jesús con sus discipulos, Él sabía que uno de los doce, que comía de su mismo plato, lo entregaría. Allí el Señor les dijo que su cuerpo sería partido, y su sangre sería derramada como sacrificio por muchos, y que ese acto confirmaría el pacto de salvación entre Dios y su pueblo. Allí en el monte de los Olivos, donde Jesús estuvo velando y orando, con el alma etristecida y llena de dolor por lo que estaba a punto de sucederle, llegó Judas, uno de los doce discípulos, junto con una multitud de hombres armados con espadas y palos, y arrestaron a Jesús.

Jesús no negó ser el Mesías, frente a los fariseos, a los romanos, al Concilio Supremo, frente a Pilato, frente a todos afirmó fuerte y muy valiente su condición como hijo de Dios. Aunque estuviese lleno de tristeza, aunque lo enfrentaran los temores, las amenazas y el juicio inminente, cumplió la voluntad de Dios; y esa es una enseñanza para todos nosotros. Que si bien no enfrentamos situaciones tan extremas, si debemos siempre decidir honrar el santo nombre del Señor aunque nuestra misma vida dependa de ello. Los principales sacerdotes acusaron a Jesús de muchos delitos, pero Él no dijo nada. Jesús no había cometido ningún crimen, sin embargo, insistieron en crucifcarlo injustamente como la misma Palabra lo había declarado. A Jesús lo vistieron con un manto púrpura y armaron una corona con ramas de espinos y se la pusieron en la cabeza; lo golpeaban en la cabeza con una caña de junco, le escupían y se ponían de rodillas para adorarlo burlonamente. Luego lo llevaron  a un lugar llamado Gólgota y lo clavaron en la cruz. La gente que pasaba por allí le gritaba insultos y se burlaba de Él, y los principales sacerdotes decían: Salvó a otros pero no puede salvarse a sí mismo. Hasta los hombres que estaban crucificados con Jesús se burlaban de él. Al mediodía, la tierra se llenó de oscuridad hasta las tres de la tarde, y al dar Jesús su ultimo suspiro la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El oficial romano que estaba frente a él, al ver cómo había muerto, exclamó: ¡Este hombre era verdaderamente el Hijo de Dios!. Todo eso sucedió el viernes, el día de preparación anterior al día de descanso. José de Arimatea, un miembro del Concilio Supremo pidió el cuerpo de Jesús para darle sepultura. Envolvió el cuerpo en un manto de lino y lo puso en una tumba que había sido tallada en la roca. Después hizo rodar una piedra en la entrada.  María Magdalena y María, la madre de José, vieron dónde ponían el cuerpo de Jesús. El domingo por la mañana cuando estas mujeres fueron a a la tumbar se fija ron que la piedra de la entrada de la tumba estaba corrida, y cuando entraron vieron a un ángel que les dijo que el Señor había resucitado; y las mandó a que contaran lo sucedido a los discípulos pues Jesús los vería en Galilea. Tal como les dijo antes de morir. El Señor comisionó a sus discípulos en que debían hacer de ese momento en adelante: Ir por todo el mundo y predicar la Buena Noticia a todos, y en su nombre echar fuera demonios, hablar nuevas lenguas; tomar serpientes en las manos sin que nada les pase y, si llegasen a beber algo venenoso, no les haría daño. También podrían poner sus manos sobre los enfermos, y ellos sanarían. Estas serían las señales milagrosas que seguirían a todo aquel que creyera en el nombre de Jesús. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario