miércoles, 23 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia308

       Hechos 8-9

Después de más de 300 días y lecturas, hoy por fin leeremos los primeros episodios de la vida de Saulo de Tarso, y como pasó de ser uno de los despreciables perseguidores de los cristianos, a ocupar él mismo su cargo en el apostolado de Jesucristo. ¿Que grandeza cierto? En principio, el cruel asesinato de Esteban, el cual confieso que me estremeció muchísimo; le pareció muy bien a Saulo. Quizás pensaba para ese tiempo que mientras menos creyentes, mejor. Este fue un tiempo muy doloroso para la Iglesia de Dios, pues la muerte de Esteban vino a marcar un tiempo de sufrimiento y aflicción; mucha gente comenzó a maltratar a los seguidores de Jesús que vivían en Jerusalén, por eso todos tuvieron que separarse a las regiones de Samaria y Judea, y solamente los apóstoles se quedaron en Jerusalén. Mientras tanto, Saulo seguía maltratando a los miembros de la Iglesia del Señor, entraba a las casas, sacaba por la fuerza a hombres y mujeres y los encerraba en la cárcel. Sin embargo, esto no fue impedimento para que los que habían huido de Jerusalén, siguieran anunciando las buenas noticias de salvación en los lugares por donde pasaban. Felipe, otro de los siete diáconos, fue a la ciudad de Samaria y se puso a hablar de Jesús; toda la gente se reunía para escucharlo con atención y para ver los milagros que hacía. Muchos de los que fueron a verlo tenían espíritus impuros, pero Felipe los expulsaba; además, muchos cojos y paralíticos volvían a caminar, y todos en la ciudad estaban muy alegres. Un ángel del Señor se le apareció a Felipe en el desierto, y le dijo que se dirigiera al sur, por el camino que va de la ciudad de Jerusalén a la ciudad de Gaza. Felipe obedeció y en el camino se encontró con un hombre muy importante, pues era oficial y tesorero de la reina de Etiopía; ese oficial había ido a Jerusalén para adorar a Dios y ahora volvía a su país en su carruaje. Felipe corrió para acercarse al oficial, pues todo era plan de Dios, y notó que estaba leyendo al profeta Isaías; Felipe comenzó a explicarle la Palabra y también aprovechó el pasaje para predicarle las buenas noticias acerca de Jesús. Apenas pasaron por un lugar donde había agua, el etíope le preguntó a si podía bautizarlo, entonces se bajaron y Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu Santo se llevó a Felipe, y aunque el oficial no volvió a verlo, siguió su viaje muy feliz. En este encuentro con Felipe podemos observar que este hombre estaba deseoso por convertirse a Jesús, y Dios ordenó todas las cosas para que así fuera. 

Saulo por su parte, estaba furioso y amenazaba con matar a los seguidores de Jesús. Este es el tipo de persona que cuando se convierte a Cristo, con la misma intención con la que se oponía al Evangelio, luego se hace seguidor y precursor del mismo. Y el Señor ya sabía que este, seria el caso de Saulo. Este enardecido perseguidor, quería ir a Damasco y sacar de las sinagogas a todos los que siguieran las enseñanzas de Jesús, para llevarlos presos a la cárcel de Jerusalén; por eso fue a pedirle al jefe de los sacerdotes unas cartas con un permiso especial para hacerlo. Lo que no sabía Saulo, era que Dios tenía otros planes para él. ¡Y que planes! Ya estaba Saulo por llegar a Damasco cuando, de pronto, desde el cielo lo rodeó un gran resplandor, como de un rayo. Saulo cayó al suelo, y una voz le dijo: ¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? Saulo le preguntó a la voz quien era, y la voz le dijo que era Jesús, a quien él perseguía. Le ordenó que se levantara y entrara a la ciudad pues allí sabría lo que tenía que hacer. Saulo se puso de pie, pero, aunque tenía los ojos abiertos, no podía ver nada. Entonces los hombres que andaban con él, lo tomaron de la mano y lo llevaron a la ciudad de Damasco; allí estuvo ciego durante tres días, y no quiso comer ni beber nada. En Damasco vivía un seguidor de Jesús llamado Ananías, al cual el Señor le había revelado mediante una visión, que debía buscar a Saulo y poner sus manos sobre él para que recobrara la vista. En principio Ananías tuvo temor, pues todos sabían que Saulo había hecho muchas cosas terribles en contra de los seguidores de Jesús. Sin embargo, Dios le dijo a Ananías que fuera, porque Él había elegido a Saulo para su servicio y para que hablara de Él ante reyes y gente que no lo conocía, y ante el pueblo de Israel. Ananías fue y entró en la casa donde estaba Saulo, y al llegar, le puso las manos sobre la cabeza y le dijo que el Señor lo había enviado; al instante, algo duro, parecido a las escamas de pescado, cayó de los ojos de Saulo, y éste pudo volver a ver. Entonces se puso de pie y fue bautizado con el Espíritu Santo. Después de eso, comió y tuvo nuevas fuerzas. Saulo pasó algunos días allí en Damasco, con los seguidores de Jesús, y muy pronto empezó a ir a las sinagogas para anunciar a los judíos que Jesús era el Hijo de Dios. Todos lo que lo oían, se asombraban porque aquel hombre, que había estado tratando de acabar con los seguidores de Jesús, ahora hablaba con poder del Espíritu Santo, y les probaba que Jesús era el Mesías. Tiempo después, los judíos en Damasco se pusieron de acuerdo para matarlo, así que una noche, los seguidores de Jesús lo escondieron dentro de un canasto y lo bajaron por la muralla de la ciudad. Saulo se fue a la ciudad de Jerusalén, y allí trató de unirse a los seguidores de Jesús, pero éstos tenían miedo de Saulo, pues no estaban seguros de que en verdad él creyera en Jesús. Bernabé sí lo ayudó, y lo llevó ante los apóstoles y les contó como Saulo se había encontrado con Jesús. Desde entonces Saulo andaba con los demás seguidores de Jesús en toda la ciudad de Jerusalén, y hablaba sin miedo acerca del Señor Jesús.

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