martes, 29 de noviembre de 2016

La Biblia en un año #Dia316

Hechos 27-28

La Biblia que me acompaña, en la introducción de este libro, señala que el mismo finaliza con el comienzo de la cautividad de Pablo en Roma, pero que a su vez, el ministerio del apóstol apenas estaba empezando; y que certera esta apreciación. Como él mismo dijo, sus prisiones habían hecho patente a Cristo, y todo lo que le sucedió, redundó mas bien para el progreso del evangelio de Dios. Hay que tener una fe firme e inconmovible para testificar así, y esto es totalmente digno de admirar y de imitar. Cuando por fin decidieron enviar a Pablo y a los demás prisioneros a Italia, fueron entregados a un capitán romano llamado Julio, que estaba a cargo de un grupo especial de soldados al servicio del emperador. Para llegar hasta Roma, debieron emprender un largo viaje que además se tornó peligroso; ya que estaban navegando con el viento en contra y ya casi llegaba el invierno. Pablo le dijo al capitán que era arriesgado continuar el viaje así, pero él decidió seguir. Al poco tiempo, un huracán vino desde el noreste, y el fuerte viento comenzó a pegar contra el barco. Todos tenían miedo de que el barco quedara atrapado en los depósitos de arena llamados Sirte; bajaron las velas y dejaron que el viento los llevara a donde quisiera. Al día siguiente la tempestad empeoró, por lo que todos comenzaron a echar al mar la carga del barco. Tres días después, también echaron al mar todas las cuerdas que usaban para manejar el barco, y durante muchos días no pudieron ver ni el sol ni las estrellas. La tempestad era tan fuerte que todos habían perdido la esperanza de salvarse. En ese momento, Pablo les dijo que no temieran porque ninguno se iba a morir, pues un ángel se le había aparecido la noche anterior enviado por Dios y le dijo que se presentaría frente al emperador de Roma; y que gracias a él, no dejaría que muriera ninguno de los que estaban en el barco, y que solo el barco se perdería. Pablo les dijo que se alegraran, porque él confiaba en Dios y estaba seguro de que pasaría todo como el ángel le había dicho. Ya tenían catorce días navegando con una fuerte tormenta, y con ella, crecía el miedo de tripulantes y marineros; de pronto empezaron a arrojar todo lo que había dentro del barco y bajaron el bote salvavidas para tratar de abandonar el barco. Pero Pablo les dijo al oficial al mando y a los soldados, que todos morirían a menos que los marineros se quedaran a bordo. Luego, cuando empezó a amanecer Pablo los animó a que comieran, y les dijo que no perderían ni un solo cabello de la cabeza. Así que tomó un poco de pan, dio gracias a Dios delante de todos, partió un pedazo y se lo comió. Entonces todos los doscientos setenta y seis que estaban a bordo se animaron y empezaron a comer. Luego vieron una bahía con una playa, pero antes de poder llegar allí, chocaron contra un banco de arena y el barco encalló demasiado rápido. La proa del barco se clavó en la arena, mientras que la popa fue golpeada repetidas veces por la fuerza de las olas y comenzó a hacerse pedazos. El oficial ordenó a todos los que sabían nadar a que saltaran por la borda primero y se dirigieran a tierra firme; los demás se sujetaron a tablas o a restos del barco destruido. Así que todos escaparon a salvo hasta la costa.

Cuando todos estuvieron a salvo, se dieron cuenta de que se encontraban en una isla llamada Malta. Los habitantes de la isla los trataron muy bien, y encendieron un fuego para que se calentaran, porque estaba lloviendo y hacía mucho frío. Un hombre llamado Publio, que era la persona más importante de la isla, los recibió a todos y los atendió muy bien durante tres días. El papá de ese hombre estaba enfermo y con mucha fiebre. Entonces Pablo fue a verlo, y oró por él; luego puso las manos sobre él, y lo sanó. Cuando los otros enfermos de la isla se enteraron de eso, fueron a buscar a Pablo para que también los sanara, y Pablo los sanó. En esa isla pasaron tres meses, y cuando subieron a otro barco para marcharse, la gente, que fue muy buena con ellos y los trató muy bien, les dio todo lo necesario para el viaje. Después de recorrer varias regiones, y aún de visitar a algunos miembros de la iglesia de Dios, finalmente llegaron a Roma. Allí los recibieron hermanos de la Iglesia, por lo que Pablo se alegró mucho. Las autoridades permitieron que Pablo viviera aparte y no en la cárcel, sólo dejaron a un soldado para que lo vigilara. tres días después, Pablo invitó a los líderes judíos que vivían en Roma, para que lo visitaran en la casa donde él estaba y habló con ellos para explicarles las razones injustas por las cuales lo mantenían prisionero; y que si estaba en esa situación y en esa condición era por mantener la misma esperanza que mantenían todos los judíos, el pueblo al cual él pertenecía y al cual amaba. Los lideres le dijeron que no habían recibido ninguna noticia que hablara de él, y que en ninguna oportunidad se le había acusado de nada malo; sin embargo, querían saber lo que Pablo pensaba, porque en todas partes se hablaba en contra del nuevo grupo de seguidores de Jesús al cual él pertenecía. Luego volvieron a reunirse y muchos judíos llegaron a la casa de Pablo. Y desde la mañana hasta la tarde, Pablo estuvo hablándoles acerca del reino de Dios, y usó la Biblia, porque quería que ellos aceptaran a Jesús como su salvador. Algunos aceptaron lo que Pablo decía, pero otros no. Y como no pudieron ponerse de acuerdo, decidieron retirarse. Pero antes de que se fueran, Pablo les dijo de parte del Espíritu Santo de Dios, que los profetas tenían razón cuando dijeron que ellos, por más que escucharan nada entenderían; por más que miraran, nada verían. Tenían el corazón endurecido, tapados estaban sus oídos y cubiertos sus ojos. Por eso no podían entender, ni ver ni escuchar. No querían volverse a Dios, ni querían que Él los sanara. Finalmente, Pablo les dijo  que Dios quería salvar a los que no eran judíos, y que ellos sí lo escucharían. Pablo se quedó a vivir dos años en la casa que había alquilado, y allí recibía a todas las personas que querían visitarlo; nunca tuvo miedo de hablar del reino de Dios, ni de enseñar acerca del Señor Jesús, el Mesías; y nadie se atrevió a impedírselo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario