lunes, 31 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia275

                                                         Mateo 1-4

Después de 10 meses, 43 semanas, 304 días y 274 lecturas, finalmente hemos llegado al Nuevo Testamento; donde se encuentra uno de mis géneros favoritos en la Palabra de Dios: Los evangelios; pues anuncian las buenas nuevas de Salvación para los hombres, dando inicio con el Libro de Mateo, el cual reseña de primera mano, el nacimiento del Mesías. José, el marido de María, de la cual nació Jesucristo, fue descendiente de Jacob, de manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce más. María, estando comprometida con José para casarse y siendo aún virgen, quedó embarazada mediante el poder del Espíritu Santo. José, siendo un hombre bueno, quiso dejarla en silencio para no avergonzarla, pero como todo esto venía indudablemente de Dios, mientras José consideraba esa posibilidad, un ángel del Señor se le apareció en un sueño y le dijo que no tuviera miedo de recibir a María por esposa, porque el niño que llevaba dentro de ella, había sido concebido por el Espíritu Santo. Y además le dijo, que a ese niño que tendría, José debía llamarlo Jesús, porque Él salvaría a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera el mensaje del Señor a través de su profeta, quien había dicho: La virgen concebirá un niño, dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel, que significa “Dios está con nosotros”. Cuando José despertó, hizo como el ángel del Señor le había ordenado y recibió a María por esposa, pero no tuvo relaciones sexuales con ella hasta que nació su hijo; y José le puso por nombre Jesús. La noticia de la llegada de este niño tiene todas las características propias de ser un hecho que causa conmoción al que la recibe, tal es así, que después de algún tiempo de haber nacido, algunos sabios de países del oriente fueron a visitarlo pues querían adorarlo. Jesús nació en Belén de Judea durante el reinado de Herodes, y cuando el rey supo de su llegada también se perturbó en gran manera, pero contrario a la felicidad de los sabios, Herodes quería matarlo. Después que los sabios encontraron al niño en Belén y lo adoraron y le ofrecieron sus regalos, José, María y el niño emprendieron su huida a Egipto. Herodes envió soldados para matar a todos los niños que vivieran en Belén y en sus alrededores y que tuvieran dos años o menos; y mediante esta acción brutal se cumplió lo que Dios había anunciado por medio del profeta Jeremías, que en Jerusalén se oiría una gran llanto y lamento por los hijos muertos. Cuando Herodes murió, José, María y el niño, volvieron a tierra de Israel; pero José tuvo miedo de volver a Judea porque quien gobernaba era hijo de Herodes, entonces siguieron hasta la región de Galilea; cuando llegaron allá, se fueron a vivir a un pueblo llamado Nazaret; así se cumplió lo que Dios había dicho por medio de los profetas: El Mesías será llamado nazareno.

Años después, se encontraba Juan predicando a la gente, y les decía que se volvieran a Dios pues muy pronto su reino sería establecido. Juan era la persona de quien habló el profeta Isaías cuando anunció la llegada de un mensajero que predicaría acerca de Jesús. Juan usaba ropa tejida con pelo rústico de camello y llevaba puesto un cinturón de cuero alrededor de la cintura, comía saltamontes y miel silvestre. Muchos iban a oír a Juan, llegaban no sólo de los alrededores del río Jordán, sino también de la región de Judea y de Jerusalén; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río. Juan reprendió a los fariseos y saduceos, pues éstos creían que serían salvos simplemente porque eran descendientes de Abraham, pero el Bautista les dijo que para poder huir de la ira divina que se acercaba, debían demostrar con su forma de vivir que se habían arrepentido de sus pecados y habían vuelto a Dios. Juan bautizaba con agua a los que se arrepentían de sus pecados y se volvían a Dios, pero pronto llegaría el ungido que sería superior a él, tan superior que Juan ni siquiera se consideraba digno de ser su esclavo y de llevarle las sandalias. Él los bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego. Luego Jesús fue de Galilea al río Jordán para que Juan lo bautizara, y aunque Juan al principio intentó convencerlo de que él no podía bautizarlo sino al contrario, finalmente aceptó hacerlo pues ambos debían cumplir con lo que Dios había encomendado. Después del bautismo, mientras Jesús salía del agua, los cielos se abrieron y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre él como una paloma; y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Luego de esto, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo; y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. A Él vino el tentador, pero Jesús, reprendiéndolo tres veces, lo hizo huir de su presencia (amo ese pasaje), entonces el diablo se fue, y llegaron ángeles a cuidar al Señor. Cuando Jesús oyó que habían arrestado a Juan, salió de Judea y regresó a Galilea; primero fue a Nazaret, luego salió de allí y siguió hasta Capernaúm, junto al mar de Galilea, en la región de Zabulón y Neftalí. De esta forma se iban cumpliendo las profecías que Dios había anunciado por medio de Isaías, de que toda la gente de esas regiones que se encontraba en oscuridad, y que vivía en la tierra donde la muerte arrojaba su sombra, iba a ver brillar una gran luz. Simón, también llamado Pedro, y Andrés su hermano, quienes eran pescadores, fueron los primeros seguidores de Jesús; luego, más adelante, lo siguieron Santiago y Juan; y todos, dejando sus trabajos y familias se convirtieron en sus discípulos. Jesús viajó por toda la región de Galilea enseñando en las sinagogas, anunciando la Buena Noticia del reino, y sanando a la gente de toda clase de enfermedades y dolencias. Las noticias acerca de él corrieron y llegaron tan lejos como Siria, y pronto la gente comenzó a llevarle a todo el que estuviera enfermo; y Él los sanaba a todos, cualquiera fuera la enfermedad o el dolor que tuvieran, o si estaban poseídos por demonios, o eran epilépticos o paralíticos. Numerosas multitudes lo seguían a todas partes: gente de Galilea, de las Diez Ciudades, de Jerusalén, de toda Judea y del oriente del río Jordán.

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