martes, 25 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia264

Sofonias 1-3

Arribamos al noveno libro entre los doce profetas menores, Sofonías, quien es mencionado en el mismo libro como tataranieto del rey Ezequías, por lo que pudiera ser que al igual que Isaías, fuera miembro de la familia real. De acuerdo al análisis del contenido del libro, su actividad profética se desarrolló en el reinado de Josías en Judá, donde nuevamente el Señor anuncia el juicio venidero contra esta nación, que vehementemente ha humillado y despreciado su santo nombre. El Señor advirtió que aplastaría a Judá y a Jerusalén con su puño y destruiría todo rastro del culto a Baal. Acabaría con todos los sacerdotes idólatras, para que se borrara hasta su recuerdo; pues ellos subían a las azoteas y se postraban ante el sol, la luna y las estrellas. Decían seguir al Señor, pero al mismo tiempo rendían culto a Moloc; por eso, el Señor destruiría a todos los que antes lo adoraron, pero que habían dejado de hacerlo. El Señor había preparado a su pueblo para una gran matanza y había seleccionado a sus verdugos para hacerlo. En ese día de juicio, castigaría a los líderes y a los príncipes de Judá y a todos los que seguían costumbres paganas; y a los que llenaban las casas de sus amos con violencia y engaño. Dios declaró que buscaría con linternas en los rincones más oscuros de Jerusalén para castigar a quienes descansaban cómodos con sus pecados y pensaban que el Señor no les haría nada; por eso serían despojados de sus posesiones y sus casas serían saqueadas. Construirían nuevas casas pero nunca vivirían en ellas. Plantarían viñedos pero nunca beberán su vino. Ese terrible día del Señor estaba cerca, vendría de prisa, un día de llanto amargo; un día cuando aun los hombres fuertes clamarían. Sería un día cuando el Señor derramaría su ira, un día de terrible aflicción y angustia, un día de ruina y desolación, un día de oscuridad y penumbra, un día de nubes y de negrura, un día de sonido de trompeta y gritos de batalla. Caerían las ciudades amuralladas y las más sólidas fortificaciones por haber pecado contra el Señor. Ni su plata ni su oro los salvaría en el día de la ira del Señor; pues toda la tierra sería devorada por el fuego de su celo. Él daría un final aterrador a toda la gente de la tierra.

En medio de un llamado al arrepentimiento, en el cual Sofonías animó al pueblo a reunirse y a humillarse delante de Dios obedeciendo sus mandamientos, también se inició el juicio en contra de Filistea, quien también recibiría la intensa furia de Dios. El Señor los destruiría hasta que no quedara ni uno de ellos; la costa filistea se convertiría en pastizales desiertos, un lugar en el que acamparían los pastores con corrales para ovejas y cabras. También los moabitas y los amonitas serían enjuiciados, pues ambos se burlaron del pueblo de Judá y en medio de su desgracia, invadían sus fronteras. Moab y Amón serían destruidos, aniquilados por completo, igual que Sodoma y Gomorra. Su tierra sería un lugar de ortigas, de pozos de sal y de desolación eterna. El remanente de los judíos los saquearía y tomaría su tierra. Los etíopes también serán masacrados por la espada de Dios y con su puño golpearía a las tierras del norte para destruir a Asiría; quien se convertiría en una tierra desolada y baldía, reseca como un desierto. Qué aflicción le esperaba a la rebelde y contaminada Jerusalén, la ciudad de violencia y crimen; nadie podía decirle nada pues rechazaba toda corrección. No confiaba ni se acercaba a Dios. Sus líderes eran como leones rugientes en cacería de sus víctimas; sus jueces eran como lobos voraces al anochecer, que para la mañana no habían dejado rastro de su presa. Sus profetas eran mentirosos y arrogantes, en busca de su propia ganancia; sus sacerdotes profanaban el templo al desobedecer las instrucciones de Dios. Sin embargo, declaró el Señor acerca de Jerusalén, que estaba en ella para hacerle bien y no para hacerle daño, pues Él era un Dios bueno y de justicia. Él los castigaría, pues no podía dejar en ninguna forma impune sus acciones violentas y perversas; pero también los salvaría y no los volvería a avergonzar nunca más. En ese tiempo expulsaría de ellos a los que se creían muy importantes, y en su pueblo no habría lugar para los orgullosos; en sus calles sólo habría gente humilde y sencilla, que pondría en Dios su confianza. Los pocos israelitas que hubiesen quedado con vida no cometerían ninguna maldad; no mentirían ni engañarían a nadie, sino que vivirían en paz y sin ningún temor. Sofonías, les dijo: ¡Canten de alegría, israelitas! ¡Alégrense, habitantes de Jerusalén! Dios prometió poner fin a la desgracia que sufrían y a la vergüenza que sentían; no debían perder el ánimo a pesar de la tragedia, pues el Señor estaría con ellos y con su poder los salvaría. Cuando llegara ese día, el Señor ayudaría a los indefensos, y castigaría a quienes los maltrataban. El cambiaría el porvenir de los que anduvieron dispersos y los haría volver a su tierra. Recordemos hoy y todos los días: Los cautivos. ¡Volverán!


No hay comentarios:

Publicar un comentario