jueves, 13 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia250

   Joel 1-3

    Hoy en mi día doscientos cincuenta, vamos a leer el pequeño pero poderoso libro de Joel, cuyo autor es el segundo de los profetas menores, y estuvo encargado de anunciar el mensaje de Dios en el reino de Judá, después de la ruina del de Israel, y el transporte de las diez tribus a Asiria. Conocido por su profecía de devastación de la tierra por la langosta, Joel empieza su elocución diciéndole al pueblo que cuatro plagas de saltamontes vendrían sobre su tierra y acabarían con todas sus siembras. Esta plaga de langostas iba a invadir la nación como un gran ejercito, sus dientes tenían tanto filo que parecían leones furiosos. Debido a esta desgracia que había caído sobre el país, las viñas fueron destruidas y las higueras despedazadas; el trigo y el aceite se había terminado y los campos se secaron por completo. Los campesinos y los agricultores lloraban de tristeza pues se habían perdido las cosechas de trigo y de cebada; ya se habían secado los viñedos, las higueras, los granados, las palmeras, los manzanos y todos los árboles del campo; la gente misma había perdido la alegría. El propósito de Dios con toda esta plaga era mostrar simbólicamente a las langostas como la marcha de un ejército humano, respecto al juicio divino que traería Él contra la nación como castigo por todos sus pecados. Este ejército grande y poderoso se extendería sobre los montes, y caería sobre toda la tierra como las sombras al anochecer, no hubo antes, ni habría después, otro ejército que se le pareciera. Su caballería era como el fuego, que quemaba todo lo que encontraba; antes de su llegada, la tierra era un paraíso; después de su llegada, la tierra quedó hecha un desierto. Cuando la gente veía este poderoso ejercito temblaba y se ponía pálida de miedo, ellos eran como una banda de ladrones, que atacó por sorpresa la ciudad; escalaron las murallas, se treparon a las casas, se metieron por las ventanas hasta destruirlo todo. Al frente de este ejército, que era muy grande y poderoso, Dios dejaba oír su voz de mando, pues era Él mismo quien los comandaba para cumplir sus planes en la nación. 

    Como función característica en los profetas, Joel llamó al pueblo al arrepentimiento: ¡Arrepiéntanse ahora mismo y cambien su manera de vivir! ¡Lloren, ayunen y vístanse de luto! Arrepiéntanse y vuelvan a Él, les dijo; los alentó a buscar su presencia, a reunirse todos en el pueblo para adorar a Dios y a pararse frente al altar para clamar con lagrimas en los ojos por el perdón de sus pecados. Joel sabía que Dios amaba a los que se arrepentían (Lo hará siempre), Él volvería a tener compasión de ellos y los libraría de todos sus lamentos. Mi mamá siempre me dice que cuando lee el libro de Joel piensa mucho en Venezuela, y yo no pude evitar conmoverme ante tantas difíciles situaciones que vivimos como país; pero también toma aliento mi alma y me paro firme en esta palabra que dio el profeta a su pueblo: Patria mía, ¡no tengas miedo! Al contrario, llénate de gozo, pues Dios hace grandes maravillas; ¡sí, Dios hace grandes maravillas! Dios prometió enviar su Espíritu, si, ese que derramó Dios en el pentecostés; le dijo al profeta que los israelitas nunca más iban a ser humillados, y que cuando todo el juicio hubiese pasado, hombres y mujeres hablarían de parte suya; a los ancianos les hablaría en sueños y a los jóvenes, en visiones. También en esos tiempos daría su espíritu a los esclavos y a las esclavas, daría muestras de su poder en el cielo y en la tierra: Habría sangre y fuego, y grandes columnas de humo; el sol dejaría de alumbrar, y la luna se pondría roja, como si estuviera bañada en sangre. Esto pasaría antes de que llegara el maravilloso día en que Dios juzgaría al mundo, pero Él salvaría a todo aquel que lo reconociere como Dios. Amo todas estas profecías, no podía dejar de compartirlas. Dios juzgaría a todas las naciones enemigas que se habían burlado de Israel y de Judá, y a ellos los haría volver de las ciudades a donde habían sido llevado prisioneros. Israel sería rescatado, pues la ira del Señor nunca dura para siempre, no obstante, todas las naciones que se habían puesto en su contra serían cortadas y destruidas pues el culpables no quedaría sin castigo. Las ciudades de Judá y de Jerusalén serían habitadas de nuevo todo el tiempo, y su presencia se quedaría a vivir en el Templo para siempre. 


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