viernes, 21 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia259

Miqueas 1-2

Los días siguen pasando y con ellos, los profetas siguen viniendo; es hora de leer a Miqueas, un profeta de origen campesino proveniente de Moréset, una pequeña aldea al suroccidente de Jerusalén. Dios le comunicó lo que pensaba hacer contra las ciudades de Samaria y Jerusalén, cuando Jotán, Acaz y Ezequías eran reyes de Judá. Gracias a los pecados de idolatría, adoración de Baal, sacrificios rituales de niños, magia y encantamientos, el reino del norte sería victima de terribles guerras civiles que finalmente los llevaría hasta la destrucción y la ruina. Cuando el Señor pusiera sus pies sobre las montañas, ellas se derretirían como la cera en el fuego, y los valles se partirían en dos, como se parten las montañas cuando los ríos bajan por ellas. Todo eso sucedería por la rebeldía de los israelitas, pues ya eran muchos sus pecados. Los de Israel pecaron en la ciudad de Samaria; los de Judá adoraron a otros dioses en la ciudad de Jerusalén; por esta causa, Samaria sería convertida en un montón de ruinas; todos sus ídolos serían reducidos a pedazos, y todos los pequeños templos que habían sido construidos en las montañas para adorarlos, iban a ser destruidos. Miqueas se lamentó y lloró cuando supo que tanto los israelitas como sus hermanos en Judá estaban sentenciados a muerte; andaba desnudo y descalzo, y pegaba chillidos como las aves, pues la herida de ambos pueblos era demasiado profunda para sanar. Miqueas le dijo a los israelitas que serían llevados como esclavos, avanzarían desnudos y avergonzados; habría lágrimas en el pueblo vecino y nadie saldría en su ayuda. Dios mismo sería el garante de la desgracia que se enviaría hasta la entrada de Jerusalén.

Lo opulencia israelita se había traducido en una fuerte opresión a los menos afortunados, aquellos que tenían en su mano el poder, cuando querían un pedazo de tierra, encontraban la forma de apropiárselo ilícitamente; cuando querían la casa de alguien, la tomaban mediante fraude y violencia. Estafaban a un hombre para quitarle su propiedad y dejaban a su familia sin herencia. El Señor prometió acabar con la maldad de todos éstos, y dijo que en aquellos días, los tiempos serían tan terribles, que nunca más los adinerados caminarían con orgullo; de ellos lo único que se escucharía sería una triste canción de lamento por toda su ruina y desgracia. La gente rechazaba todas estas palabras que anunciaban los fuertes y lamentables juicios de Dios, y decían que esos desastres nunca les llegarían. Pero a esos mismos les dijo Miqueas: ¿Debes hablar de esa manera, oh familia de Israel? ¿Tendrá paciencia el Espíritu del Señor con semejante comportamiento? Ellos no podían encontrar consuelo en el mensaje del profeta simplemente porque sus hechos los condenaban, y no estaban dispuestos a hacer lo correcto delante de los ojos de Dios, ¡Ellos se habían rebelado en contra del Señor como si fuese su enemigo! Hicieron del Templo de Dios una sala de diversiones, donde solo eran felices escuchando a profetas mentirosos que les hablasen de las delicias del vino y del licor. Después que todos estos desastres acontecieran, y el pueblo rebelde fuese destruido, los descendientes de Jacob que hubiesen quedado con vida serían reunidos como un rebaño; no iban a ser muchos pero harían grande y fuerte presencia. El Señor mismo iría delante de ellos para abrirles paso y darles libertad; y en ese tiempo Dios sería su Señor y su Rey.


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