miércoles, 12 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia248

Oseas 9-11

Los profetas eran centinelas que Dios había puesto sobre Israel para que cuidara de su pueblo como un soldado vigila de su puesto, pero a causa de su gran pecado y maldad, Israel los llamaba locos, y decía que las inspiraciones de éstos eran solo necedades. Donde quiera que los profetas iban, los israelitas les tendían trampas, tal y como ya habíamos visto en el caso del asechado Jeremías; hasta en el mismo Templo de Dios se enfrentaban a la hostilidad y a la persecución. Lo que toda esta nación hacía en contra de la Ley de Dios era tan depravado que Él no estaba dispuesto a olvidarlo, decidió que sin falta había llegado la hora del pago merecido para todos ellos. Israel había gozado de mucha prosperidad, eran como una vid frondosa llena de uvas, pero mientras mas se enriquecían sus habitantes, más altares paganos construían; cuanto más abundantes eran sus cosechas, mas fuertes y hermosas las columnas de sus templos falsos. El corazón de los israelitas era inconstante, hablaban por hablar; hacían tratos y no los cumplían; habían sembrado maldad donde debía reinar la justicia. Los habitantes de Samaria, la ciudad capital de Israel, se sentían orgullosos de adorar un toro de oro, pero cuando Asiria se llevase a su país a ese falso ídolo, todos iban a llorar y a temblar de miedo. El rey que vivía en Samaria sería arrastrado por el río como un pedazo de madera, los templos que estaban en los cerros serían destruidos por completo, en su tierra crecería la maleza y las espinas; todos habían sembrado maldad y cosechado violencia, comían el fruto de sus mentiras; por eso estallaría la guerra y las fuertes murallas serían destruidas. 

Cuando Israel era un país joven cuando eras un país joven, el Señor les demostró su amor; los sacó de Egipto, porque eran sus hijos, pero mientras Él más los llamaba, más se alejaban ellos de su presencia y les presentaban ofrendas a sus ídolos y a sus dioses falsos. Dios mismo los había enseñado a caminar llevándolos de la mano, pero ellos jamás le dieron importancia a sus cuidados. Israel había sido guiado con cuerdas de ternura y amor, les fue quitado el yugo de esclavitud de su pueblo, y el Señor inclinó su mano para alimentarlos, sin embargo, se negaban a regresar a Dios; quisieron seguir viviendo como esclavos y presos regresando a Egipto y sirviendo a Asiria. La guerra iba a ser como un torbellino, pasaría por sus ciudades y todos sus enemigos derribarían sus puertas; los destruirían atrapándolos en sus propios planes malignos, pues Israel se tendió a si mismo una trampa por su maldad; decidieron abandonar a Dios, y aunque le llaman "El Altísimo", no lo honraban con sinceridad. ¿Como podría el Señor abandonarlos? ¿Se han preguntado por un momento que sintió? ¿Al tener que demoler a sus hijos como si fuesen sus enemigos? ¿Creen que no sufrió y padeció esta destrucción como si fuese la de El mismo? ¡Su corazón estaba desgarrado! Se lamentaba de dolor; tanto así que no desataría su ira feroz sino que finalmente tendría compasión de todos ellos, Él siempre tiene compasión de ellos, de estos, de nosotros, de aquellos, de todos. El Señor sabía que algún día ellos volverían su mirada a Él y lo seguirían, desde Egipto y desde Asiría todos los descendientes judíos volverían a su presencia, como aves temblando de miedo; y Él, los llevaría de regreso a casa y volverían a habitar su nación. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario