miércoles, 12 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia249

Oseas 12-14 

Oseas le dijo al pueblo que Dios había iniciado su juicio contra ellos, y que era hora de castigar su mala conducta. Desde antes de nacer, Jacob, el antepasado del pueblo, engañó a su hermano; y cuando llegó a ser hombre Dios se le apareció en Betel; allí Jacob luchó con un ángel, ¡y consiguió vencerlo! Luego, con lágrimas en los ojos, le pidió a Dios que lo perdonara, y Dios lo perdonó. Dios es todopoderoso, y si los israelitas le pedían perdón, lo iban a tener; si actuaban con temor, amor y justicia, iban a obtener la victoria. Sin embargo, aunque los israelitas no conocían a Dios verdaderamente, Él si los conocía, y sabía que eran gente malvada y sin ningún tipo de remordimiento; nunca quisieron arrepentirse, nunca quisieron buscarlo, nunca quisieron dejar de rendir culto a dioses falsos, nunca quisieron cambiar su mala conducta, nunca quisieron adorar a Dios. Cuando Jacob se fue al país de los arameos, allí debió trabajar como pastor de ovejas para conseguir esposa; y por medio de un profeta, Dios cuidó de los israelitas y los sacó de Egipto; pero ahora, su conducta lo había hecho enojar tanto que los castigaría y les haría pagar sus crímenes y toda la maldad que habían cometido. Hubo un tiempo, cuando la tribu de Efraín hablaba y las demás tribus de Israel escuchaban con respeto; pero luego la gente de Efraín adoró al dios Baal, y esa fue su sentencia de muerte. A sus artesanos les pedían que hicieran toros de plata, y ellos los fabricaban a su gusto; besaban a esos dioses falsos y les presentaban ofrendas. Por eso, pronto dejarían de existir; se esfumarían como la niebla y como el rocío de la mañana. El viento los arrastraría como a hojas secas, como al humo que sale de la chimenea. 

Israel, cuidado y salvado por Dios, se llenó de orgullo apenas calmó su hambre en el desierto; por eso iban a ser tratados con la furia de un león. Tanto insistieron que Dios en su momento les dio el rey que pidieron, ellos creían que sus príncipes salvarían sus ciudades, pero, ¿dónde estaban esos reyes? ¿Y qué pasó con esos jefes? Ellos no podían librarlos de la muerte, ni de la física ni mucho menos de la espiritual. Cuantas naciones no están en estos precisos momentos esperando que su gobernante los salve, que ellos de algún modo puedan intervenir en sus asuntos internos y darles la paz que todos anhelan y quieren; quizás muchos ignorar que solo Dios con su gran poder puede tener compasión de su creación y llenar de su gloria a los hombres. Israel iba a volver a prosperar, pero por lo pronto, sería destruida como el viento del desierto que seca los manantiales. Entonces sus enemigos se adueñarían de sus ciudades y todos sus habitantes morirían en batalla. Con la promesa de restauración dada por Dios a los israelitas finaliza este libro, Él se comprometió a ayudarlos y prosperarlos; todos vivirían en paz y crecerían como un árbol fuerte que extiende sus hermosas ramas. El Dios todopoderoso les dijo: Yo seré quien los cuide y quien escuche sus oraciones. Yo les daré sombra como un pino, y en mí encontrarán bienestar. Este libro tiene un extraordinario mensaje final que todos deberíamos atender y en el cual debemos reflexionar: Si alguien es inteligente y sabio, debe prestar atención a este mensaje. Todo lo que Dios hace es correcto, y la gente buena sigue su ejemplo. Pero los malvados son desobedientes y por eso Dios los destruye. Santo eres tu mi Dios de Israel. 


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