jueves, 6 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia239

                                                             Ezequiel 40-43   

Habían pasado veinticinco años de cautiverio en Babilonia, y catorce años desde la destrucción de Jerusalén. En ese tiempo Dios llenó de su poder a Ezequiel y lo llevó al territorio de Israel para darle una visión del Templo nuevo; luego de que el Señor le mostrara todo, él debía decirle a los israelitas todo lo que había visto. Estando allí, Ezequiel vio a un hombre que parecía estar hecho de bronce, quien fue mostrándole con detalle todas las partes y espacios del Templo. Recordé aquellas lecturas en los libros de Reyes y Crónicas, pues aquel hombre de bronce llevó a Ezequiel a lo largo de las murallas que rodeaban el Templo; a las entradas del mismo, al patio exterior, a los cuartos generales, a los cuartos para sacerdotes y cantores, entre otros lugares. Este Templo nuevo tenía portones, cuartos, columnas decoradas, ventanas, escaleras y pasillos; cuartos para lavar a los animales, mesas para sacrificarlos y mesas para ofrendarlos. También se le mostró a Ezequiel el lugar santo, y la parte interior del mismo donde se encontraba lugar Santísimo. El edificio del Templo tenía tres pisos, y en cada piso había treinta cuartos; y tenía además, otro edificio por el oeste, mirando hacia el patio cerrado. Las salas interiores del templo y el vestíbulo estaban recubiertos de madera, y las paredes estaban decoradas con figuras de querubines y palmeras. Los postes del marco de la entrada del Templo eran cuadrados, frente a la entrada del Lugar Santísimo había una especie de altar totalmente de madera, y cuando el hombre de bronce se lo mostró a Ezequiel, le dijo que esa era la mesa que estaría delante de Dios. Tanto la entrada al Lugar Santo como la entrada al Lugar Santísimo tenían puertas dobles, y cada puerta se abría hacia la pared. Todas las puertas y las paredes del Templo estaban decoradas con palmeras, y un techo de madera cubría toda la parte exterior, el pórtico y los cuartos que estaban junto al Templo. A ambos lados del pórtico, y en los cuartos que estaban junto al Templo, había ventanas enrejadas y decoraciones de palmeras.

Luego Ezequiel fue llevado al patio y el hombre de bronce lo hizo entrar al edificio de cuartos que estaban en la parte posterior del templo, frente al patio, diseñado especialmente para los Sacerdotes. El edificio medía cincuenta metros de largo y veinticinco metros de ancho y era de tres pisos; había cuartos en el piso superior, en el intermedio y en la planta baja; estos cuartos estaban destinados a un uso especial pues los sacerdotes comían allí las ofrendas que se presentaban a Dios. Como eran lugares muy especiales, allí también se llevaban todas las ofrendas que se presentaban a Dios. Cuando los sacerdotes salían de esos cuartos, después de haber cumplido con sus servicios, debían dejar allí sus vestiduras especiales de sacerdotes, pues no se les permitía salir con esas vestiduras al patio donde está el pueblo, sino que tenían que cambiarse de ropa. En cuanto el hombre terminó de medir el Templo, sacó a Ezequiel y empezó a medir la muralla que rodeaba el Templo, luego midió los cuatro lados de la misma, y cada lado medía doscientos cincuenta metros de largo. Esta muralla servía para separar el templo del resto de la ciudad. Ezequiel fue llevado a la entrada este del Templo y vio que venía el poderoso Dios de Israel, el Profeta se inclinó hasta el suelo mientras Dios entraba con gran poder en el Templo, por la puerta del este; entonces su espíritu lo puso de pie, y lo llevó al patio, y allí se dio cuenta de que la grandeza de Dios había llenado el Templo. En ese momento Ezequiel oyó una voz que decía: Ezequiel, hombre mortal, en este lugar he puesto mi trono. Aquí es donde yo reino, y donde viviré para siempre con los israelitas. No hay otro Dios como yo. No voy a permitir que ni ellos ni sus reyes vuelvan a serme infieles, ni que me falten al respeto adorando a sus reyes muertos. Ezequiel fue enviado nuevamente a los israelitas para decir cómo debía ser el Templo, en la forma exacta y en las medidas que debía tener, las cuales le habían sido mostradas por Dios; Ezequiel debía describir todo para que lo hicieran tal y como Dios lo había ordenado. Así como también debía describir la forma en las que serían presentadas las ofrendas en su Altar y quienes debían presentarlas; pues, cuando ellos presentaran esas ofrendas a Dios a través de sus Sacerdotes consagrados, Él las aceptaría con mucho gusto. El Señor era un Dios diferente y especial, y por eso, si los israelitas eran fieles, Él viviría para siempre con ellos. 

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