Ezequiel 40-43
Habían
pasado veinticinco años de cautiverio en Babilonia, y catorce años desde la
destrucción de Jerusalén. En ese tiempo Dios llenó de su poder a Ezequiel
y lo llevó al territorio de Israel para darle una visión del Templo
nuevo; luego de que el Señor le mostrara todo, él debía decirle a los
israelitas todo lo que había visto. Estando allí, Ezequiel vio a un hombre que
parecía estar hecho de bronce, quien fue mostrándole con detalle
todas las partes y espacios del Templo. Recordé aquellas lecturas en los libros
de Reyes y Crónicas, pues aquel hombre de bronce llevó a Ezequiel a lo largo de
las murallas que rodeaban el Templo; a las entradas del mismo, al patio
exterior, a los cuartos generales, a los cuartos para sacerdotes y cantores, entre
otros lugares. Este Templo nuevo tenía portones, cuartos, columnas
decoradas, ventanas, escaleras y pasillos; cuartos para lavar a los animales,
mesas para sacrificarlos y mesas para ofrendarlos. También se le mostró a
Ezequiel el lugar santo, y la parte interior del mismo donde se encontraba
lugar Santísimo. El edificio del Templo tenía tres pisos, y en cada
piso había treinta cuartos; y tenía además, otro edificio por el oeste, mirando
hacia el patio cerrado. Las salas interiores del templo y el vestíbulo estaban
recubiertos de madera, y las paredes estaban decoradas con figuras de
querubines y palmeras. Los postes del marco de la entrada del Templo eran
cuadrados, frente a la entrada del Lugar Santísimo había una especie de altar
totalmente de madera, y cuando el hombre de bronce se lo mostró a Ezequiel, le
dijo que esa era la mesa que estaría delante de Dios. Tanto la entrada al
Lugar Santo como la entrada al Lugar Santísimo tenían puertas dobles, y cada puerta
se abría hacia la pared. Todas las puertas y las paredes del Templo estaban
decoradas con palmeras, y un techo de madera cubría toda la parte exterior, el
pórtico y los cuartos que estaban junto al Templo. A ambos lados del pórtico, y
en los cuartos que estaban junto al Templo, había ventanas enrejadas y
decoraciones de palmeras.
Luego
Ezequiel fue llevado al patio y el hombre de bronce lo hizo entrar al edificio
de cuartos que estaban en la parte posterior del templo, frente al patio,
diseñado especialmente para los Sacerdotes. El edificio medía cincuenta metros
de largo y veinticinco metros de ancho y era de tres pisos; había cuartos en el
piso superior, en el intermedio y en la planta baja; estos cuartos estaban
destinados a un uso especial pues los sacerdotes comían allí las ofrendas que
se presentaban a Dios. Como eran lugares muy especiales, allí también se
llevaban todas las ofrendas que se presentaban a Dios. Cuando los
sacerdotes salían de esos cuartos, después de haber cumplido con sus servicios,
debían dejar allí sus vestiduras especiales de sacerdotes, pues no se les
permitía salir con esas vestiduras al patio donde está el pueblo, sino que
tenían que cambiarse de ropa. En cuanto el hombre terminó de medir el Templo,
sacó a Ezequiel y empezó a medir la muralla que rodeaba el Templo, luego midió
los cuatro lados de la misma, y cada lado medía doscientos cincuenta metros de
largo. Esta muralla servía para separar el templo del resto de la
ciudad. Ezequiel fue llevado a la entrada este del Templo y vio que venía
el poderoso Dios de Israel, el Profeta se inclinó hasta el suelo mientras
Dios entraba con gran poder en el Templo, por la puerta del este; entonces su
espíritu lo puso de pie, y lo llevó al patio, y allí se dio cuenta de que la
grandeza de Dios había llenado el Templo. En ese momento Ezequiel oyó una
voz que decía: Ezequiel, hombre mortal, en este lugar he puesto mi trono.
Aquí es donde yo reino, y donde viviré para siempre con los israelitas. No hay
otro Dios como yo. No voy a permitir que ni ellos ni sus reyes vuelvan a serme
infieles, ni que me falten al respeto adorando a sus reyes
muertos. Ezequiel fue enviado nuevamente a los israelitas para decir cómo
debía ser el Templo, en la forma exacta y en las medidas que debía tener, las
cuales le habían sido mostradas por Dios; Ezequiel debía describir todo para
que lo hicieran tal y como Dios lo había ordenado. Así como también debía
describir la forma en las que serían presentadas las ofrendas en su Altar y
quienes debían presentarlas; pues, cuando ellos presentaran esas ofrendas a
Dios a través de sus Sacerdotes consagrados, Él las aceptaría con
mucho gusto. El Señor era un Dios diferente y especial, y por eso, si los
israelitas eran fieles, Él viviría para siempre con ellos.
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