lunes, 24 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia262

   Nahúm 1-3

    La nación de Asiria y su capital, Nínive, había sido perdonada tiempo antes por Dios cuando se arrepintieron de su maldad y se humillaron delante de Él; no obstante, no pasó mucho tiempo para que este pueblo se volviera al paganismo y además esclavizara a los judíos; por lo que esta vez, desaparecerían por completo. El encargado de profetizar acerca de esta destrucción inminente fue el profeta Nahúm, un ministro originario de Galilea, una provincia de la zona norte de la nación de Israel. Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador y lleno de indignación; se venga de sus adversarios, y guarda enojo para sus enemigos. Éstas fueron las palabras del profeta para expresar la molestia de Dios en contra de los asirios por haberse convertido en enemigos del pueblo de Judá. Nuestro Dios es bondadoso y cuida de los que en él confían; en momentos de angustia, Él nos brinda protección; así lo demostró 150 años antes, cuando a través de Jonás perdonó a este pueblo de su maldad; pero también destruye a sus enemigos, y los arrastra como un río desbordado, y los persigue hasta en la oscuridad. Los ninivitas hacían planes malvados, y tenían entre ellos un consejero que los había puesto en contra de Dios, por eso serían acabados por completo y ya no se les daría una segunda oportunidad. Los habitantes de Asiria atacaron al pueblo de Dios, lo dejaron como a un arbusto con las ramas rotas, pero Dios le devolvería su grandeza al reino de Israel; y mientras era anunciada la santa y justa ira de Dios contra los enemigos, el pueblo de Dios recibía palabras reconfortantes. Así dijo Dios a los asirios: Asiria, yo estoy contra ti. Voy a quemar tus carros de guerra; voy a matar a todos tus habitantes. Pondré fin a todos tus robos, y no volverán a escucharse las amenazas de tus mensajeros. Yo soy el Dios de Israel, y te juro que así lo haré.

La pobre Nínive quedaría llena de asesinos, de mentirosos y ladrones que no se cansarían de robar; cuando los atacaran los látigos y los carros de guerra no iba a ser posible contar los heridos ni saber cuántos eran los muertos; los cadáveres iban a amontonarse y la gente tropezaría con ellos. Todo eso les pasó por engañar a los pueblos, mientras que las naciones se habían enamorado de sus dioses y brujerías, ellos los hacían entrar en acuerdos fraudulentos; pero Dios estaba en contra de ellos y haría que todas las naciones y reinos se dieran cuenta de lo que en verdad era Asiria. Todos se alejarían de ella y nadie iba a consolarlos ni a tenerles compasión. Asiria quedaría tambaleando como borracha, trataría de esconderse de sus enemigos pero no lo conseguiría. Sus murallas caerían, el fuego quemaría sus portones, todos sus soldados se acobardarían y no iban a poder resistir el ataque. Todo el imperio asirio moriría quemado por el fuego y destrozado por la guerra; el enemigo acabaría con ellos como una plaga de saltamontes. El rey de Asiria hizo sufrir a muchas naciones, pero le tocaría el turno a sus generales y a sus jefes principales de morir. Su ejército andaría perdido por los montes, y no habría quien pudiera reunirlo. El mismo rey acabaría herido de muerte, y ya nadie podría sanarlo. Y cuando todos oyeran la noticia aplaudirían de alegría. Cuando Jonás profetizo la calamidad en esta ciudad, la gracia y el perdón triunfó, porque hubo arrepentimiento; pero ahora, la destrucción sería inevitable; y la misma simbolizaría la liberación de todas las esclavitudes.

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