martes, 25 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia263

 
 
Habacuc 1-3

Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Estas palabras son una de las mayores afirmaciones de esperanza y confianza en Dios, que seguramente todos los hijos de Dios hemos declarado en algún momento, y que fueron magistralmente proclamadas por el profeta hebreo Habacuc, mientras las potencias mundiales de la época conquistaban pueblos, territorios y riquezas; dejando a las víctimas tiranizadas, saqueadas y masacradas. Este libro empieza con un dialogo entre el profeta y Dios, en el cual Habacuc se queja por la injusticia en la cual está viviendo; a su alrededor él solo veía pleitos, peleas, violencia y destrucción. Nadie obedecía los mandamientos de Dios y nadie era justo con nadie; los malvados maltrataban a los buenos, y por todas partes había atropello e inmoralidad. ¿Hasta cuando tendré que ser testigo de esto? Preguntó el profeta, y Dios le dijo que levantaría al pueblo de los caldeos, nación cruel y presurosa, para adueñarse de las tierras de Judá y así, hacerlos pagar por sus pecados. Ellos vendrían sin tregua y decididos a la violencia; avanzarían por todo el mundo conquistando territorios y arrasando como el viento del desierto. Luego de conocer los planes de Dios, Habacuc volvió a quejarse, esta vez por lo que Dios había decidido hacer; creo que le pareció mas duro y difícil el remedio, que la enfermedad. El profeta le dijo al Señor que sabia que Él usaría a los caldeos para castigar a su nación por su perversidad, pero le pidió que por favor no permitiera que los destruyeran sin compasión y que no mataran a los que eran buenos, pues Él era un Dios santo, que no soportaba la maldad.

El Señor le dijo a Habacuc que aunque el pueblo de los caldeos se mantuviera orgulloso confiando en sus vidas torcidas, les esperaría una aflicción muy grande, de la que todos sus cautivos se burlarían. El día que menos lo esperaran, sus víctimas se vengarán de ellos; los harían temblar de miedo y le quitarían todo lo que tenían. ellos habían robado a muchas naciones, pero en su momento esas naciones los robarían a ellos y así pagarían todos sus crímenes y toda su violencia en contra de Judá y de sus habitantes. De nada iba a servirle a esta nación el haber construido sus ciudades mediante el crimen y la violencia, porque Dios mismo quemaría todo lo que habían hecho, y toda la gente reconocería que suyo era el poder. El Señor comunicó estos planes a Habacuc para que pudiera tomar aliento y tener confianza en lo que Él había decidido hacer para vengar el honor de su pueblo, y además le dijo que escribiera todo lo que le había dicho en unas tablas de madera para que el mensaje pudiera leerse sin errores. El Señor le dijo al profeta: Todo lo que te he dicho tardará un poco en cumplirse, pero tú no te desesperes; aún no ha llegado la hora de que todo esto se cumpla, pero puedo asegurarte que se cumplirá sin falta. Finalmente Habacuc oró a Dios y acompañó su oración con una melodía especial; le pidió que su nación pudiera volver a ver en sus días los grandes hechos que Él había hecho en otros tiempos, y le dijo que si se enojaba contra ellos, no dejara de tenerles compasión. El profeta sabía que aunque la nación enemiga los atacaría con la furia de una tempestad para dispersarlos y destruirlos, y que los dejaría indefensos; Dios mismo saldría a rescatar a su pueblo y montado en su caballo, marcharía sobre el agitado mar en su defensa. Por esta razón, el quejumbroso profeta, decidió esperar con paciencia por ese día en el que el Señor castigaría a todos los que los habían destruido; y es aquí donde proclamó la preciosa declaración de certeza que leímos en principio, la misma que nos permite hoy día asegurar, que la única manera de seguir en pie ante las fuertes y desafiantes batallas terrenales, es mediante una inquebrantable vida de fe. Jehová el Señor es nuestra fortaleza, El cual hace nuestros pies como de ciervas, y en nuestras alturas nos hace andar.

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