lunes, 24 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia261

    Miqueas 6-7

    Ciertamente Dios no contiende para siempre, pero si contiende, y en su pleito contra Israel, le recriminó lo falsa e insurgente de su conducta. El presentó sus cargos contra la nación y les preguntó:¿En qué te he perjudicado?, ¿En qué te he ofendido?. Les recordó una vez más como con amor les dio libertad y los sacó de Egipto, donde eran esclavos; les dijo que mientras algunas naciones pensaban en hacerle daño, Él enviaba a otras para que los salvaran; y cuando pasaban de un lado a otro en la ocupación de su territorio, era Él quien los ayudaba. Los israelitas estaban tan ciegos que le decían a Dios que no podían presentarse delante de Él pues cuando le ofrecían terneros de un año, eso no era lo que Él quería; cuando le ofrecían mil carneros, o diez mil litros de aceite, tampoco se agradaba; incluso, su insolencia los llevó a decir, que si hubiesen querido ofrendar al mayor de sus hijos en pago por sus pecados, el Señor tampoco los perdonaría. Entonces, se preguntaban los israelitas, y se preguntan los cristianos del nuevo siglo, ¿Que quiere Dios? Si trabajo en la obra, me congrego todos los día de la semana, visito a los enfermos, ministro en el altar; canto, sirvo, enseño, evangelizo, predico, apoyo, oro e intercedo; ¿Que más quieres Dios? ¿Acaso no es suficiente todo lo que te doy? ¿Acaso no te sacia toda mi actividad? ¿Que es lo que esperas de mi? Para los hebreos y para los nuevos hijos de Dios hay una sola respuesta: Dios quiere que ustedes sean justos los unos con los otros, que sean bondadosos con los más débiles, y que lo adoren como su único Dios y su Rey. Obediencia quiero, dice el Señor, no sacrificios. Los habitantes de Judá también se habían acostumbrado tanto a mentir que su lengua ya no podía decir la verdad, los ricos entre ellos llegaron a tener mucho dinero mediante la extorsión y la violencia; usaban pesas y medidas falsas, y luego amontonaban en sus casas todo lo que se habían robado; eran tan malvados que todo lo que hacían disgustaba a Dios, por tanto, serían heridos y dejados en la ruina a causa de todos sus pecados.

     Aunque los israelitas comieran, no quedarían satisfechos, sino que quedarían con hambre; lo que cosecharan, lo perderían; y aun si lograsen rescatar algo, el Señor haría que lo perdieran en la guerra. Sembrarían trigo, pero no llegarían a cosecharlo; exprimirían aceitunas para sacar aceite, pero no llegarían a usarlo; exprimirían uvas para hacer vino, pero no llegarían a beberlo. Su conducta se había extralimitado en el pecado tanto o más que la de los habitantes del reino del norte, y por eso iban a ser destruidos, humillados y burlados delante de toda la gente. Israel se había convertido en una nación corrupta y pagana, donde ya no quedaba gente buena y honrada que amara de forma honesta a Dios; nadie podía confiar en nadie, los hijos y las hijas no respetaban a sus padres, y los peores enemigos de la gente estaban dentro de sus propias familias. Los gobernantes y los jueces exigían dinero para favorecer a los ricos, los poderosos decían lo que querían y siempre actuaban con falsedad. ¡Eran unos maestros para hacer lo malo! Pero allí, en medio de toda esa podredumbre se encontraba Miqueas, declarando: Yo, por mi parte, pondré mi confianza en Dios. Él es mi salvador, y sé que habrá de escucharme. Miqueas sabía a quien pertenecía, y quien peleaba por él, así que hoy, en medio de la peor desvergüenza, falta de moral, de amor al prójimo y de contaminación social en la que vivimos, sigue mirando al invisible, y mantente fiel a sus principios. Como luz al final del túnel se presenta la esperanza de Dios para un pueblo restaurado y restablecido; Babilonia no iba a alegrarse durante mucho tiempo por la ruina de los judíos, pues el Dios de Israel los salvaría de su desgracia. Es verdad que Israel y Judá pecaron contra Dios; y por eso ellos soportaron su castigo, pero un día, luego del juicio, Él mismo Dios les haría justicia; y los haría gozar de su salvación. No hay otro Dios como Él, quien perdona toda nuestra maldad y olvida todo nuestro pecado. Él no puede estar para siempre airado, pues su mayor placer es amar. 


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