viernes, 14 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia252

    Amós 1-2

El hecho de que el contenido de estos libros de profecías menores sea mas cortito, (en relación a la extensión del texto, no a la importancia de su contenido) me tiene bastante animada, pues hace de las lecturas un proceso mucho más dinámico; sin detrimento de las profecías mayores, claro está. Hoy seguimos con el libro de Amós, atribuido al profeta hebreo que lleva su nombre, y quien era un pastor y productor de higos en Tecoa, en el límite del desierto de Judá. Su profecía estuvo dirigida hacía los habitantes del reino del norte, es decir, Israel; cuando Ozías era rey de Judá y Jeroboam II era rey de Israel. Los primeros mensajes de Amós fueron para las naciones vecinas de Israel y eran: Damasco, Gaza, Tiro, Edom, Amón, Moab, y finalizó con Judá e Israel. El juicio de Dios para todos ellos fue el mismo: Serían prendidos en fuego; si, asi mismo; fuego que arde, fuego que consume y fuego que finalmente destruye. En palabras de Dios contra Damasco, la nación había llegado al colmo de su maldad, por eso no sería perdonada; el país sería prendido en fuego, y el palacio, los portones de la ciudad y los reyes serían destruidos; mientras que todos sus habitantes serían deportados a otra nación. La nación de Gaza, había tomado como presos a pueblos enteros y en Edom los vendieron como esclavos; por eso se les prendería fuego a sus murallas y sus palacios quedarían hechos cenizas. El Señor destruiría a sus reyes y descargaría todo su poder en contra de sus ciudades hasta que todos murieran. Tiro tampoco escaparía de arder en llamas, todos sus palacios y murallas serían reducidos a las cenizas; lo mismo que con Edom, quienes habían perseguido a sus propios hermanos y los mataron sin ninguna compasión; dieron rienda suelta a su enojo, y siempre guardaron su rencor. Todos también serían hechos cenizas.

Los habitantes de Amón habían pecado una y otra vez y el Señor no permitiría que quedaran sin castigo, cuando atacaron a Galaad para extender sus fronteras, con sus espadas abrieron a las mujeres embarazadas; por lo tanto, Dios mismo haría caer fuego sobre sus muros y todas sus fortalezas serían destruidas. La batalla vendría sobre ellos con gritos, como un torbellino en una tormenta impetuosa; y su rey y sus príncipes irían juntos al destierro. La nación de Moab había profanado los huesos del rey de Edom, reduciéndolos a cenizas. Por lo tanto, sobre ellos y sobre su tierra también descendería el fuego, y todas las fortalezas de Queriot serán destruidas. Los habitantes caerían en el ruido de la batalla, y su rey y sus príncipes serían masacrados. Respecto a Judá e Israel el Señor también fue bastante claro, en Judá se habían rechazado las instrucciones del Dios todopoderoso; y todos se negaron a obedecer sus decretos. Se habían descarriado por las mismas mentiras que engañaron a sus antepasados, y por esa causa el Señor haría caer fuego sobre la nación y todas las fortalezas de Jerusalén serían destruidas. En Israel se pecaba una y otra vez de forma desmedida, vendían por dinero a la gente honrada y a los pobres por un par de sandalias. Pisoteaban en el polvo a los indefensos y quitaban a los oprimidos del camino. Tanto el padre como el hijo se acostaban con la misma mujer y así profanaban el santo nombre del Señor; en sus festivales religiosos estaban a sus anchas usando la ropa que sus deudores les habían dejado en garantía, en la casa de sus dioses bebían vino comprado con dinero de multas injustas. Después de que Dios los rescató de Egipto y los guió por el desierto, había escogido a algunos de los israelitas para ser profetas y a otros para ser nazareos; pero ellos hicieron que los nazareos pecaran, forzándolos a beber vino, y les ordenaron a los profetas que se callaran. Por tanto, todos ellos también iban a ser consumidos, y ni siquiera los guerreros más poderosos iban a ser capaces de salvarse; los arqueros no podrían mantenerse firmes, los más veloces no serían lo suficientemente rápidos para escapar. En aquel día, los hombres de guerra más valientes dejarían caer sus armas y correrían por sus vidas. Estas fueron las palabras del Dios todopoderoso. 

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