jueves, 27 de octubre de 2016

La Biblia en un año #Dia270

    Zacarías 7-8

El ayuno era una manifestación religiosa que los judíos mantenían desde que el Señor les dio sus mandamientos a la nación a través de Moisés, y cada verano durante los setenta años de destierro en el aniversario de la destrucción del Templo, practicaban dicho acto y guardaban luto para adorar a Dios. Sin embargo, como es sabido, toda práctica que se realiza de forma mecánica y sin ningún tipo de propósito, naturalmente no dejará algún resultado o beneficio. El mismo Dios reprochó a los judíos el hecho de que durante esos setenta años no ayunaban pensando en Él, y aún después, cuando dejaban de ayunar y comían y bebían en sus festivales santos, lo hacían para complacerse a sí mismos. El Señor le había dicho a través de los profetas a los antepasados israelitas, que debían tratarse con bondad y compasión los unos a los otros, no oprimir a las viudas, a los huérfanos ni a los extranjeros; pero ellos, se negaron a escuchar ese mensaje y endurecieron como una piedra sus corazones a la palabra de Dios. Por eso, al Señor sus ayunos le parecían simplemente incongruentes, y de la misma forma en la que ellos se negaron a escuchar a Dios cuando Él los llamó, Él tampoco los escuchó cuando clamaron a su nombre. Lo que le pasó después a los adúlteros israelitas lo sabemos bien, a causa de su conducta fueron dispersados entre las naciones lejanas, donde vivieron como extranjeros, y convirtieron su hermosa tierra en un desierto. Yo podría enumerar una larga lista con los beneficios espirituales de la práctica del ayuno, pues lo apruebo totalmente como hija de Dios, sobretodo por los efectos que ha tenido en mi vida, pero simplemente diré que el ayunar, o no ayunar, no cambia nada, si en tu corazón no hay obediencia, adoración y santidad. Esto fue lo que pidió Dios a la nueva generación judía, haciendo un llamado a una vida de justicia y misericordia en lugar de sacrificios falsos.

Luego vino palabra de Dios nuevamente a Zacarías en la que prometió solemnemente bendecir a su pueblo. Él le dijo al profeta que regresaría al monte Sión y viviría en Jerusalén, entonces Jerusalén se llamaría la Ciudad Fiel; y el monte del Señor de los Ejércitos Celestiales se llamaría Monte Santo. En ese tiempo, nuevamente los ancianos y las ancianas caminarían por las calles de Jerusalén apoyados en sus bastones, y se sentarían juntos en las plazas de la ciudad; y las calles de la ciudad se llenarían de niños y niñas que jugarían contentos. Dios sabía que mientras Zacarías diera ese mensaje al pueblo, todo lo que les dijera podía parecerles imposible, después de todo, eran un pequeño remanente que acababa de regresar a su ciudad, y es así, nosotros los seres humanos aún teniendo conocimiento del gran poder de Dios, podemos llegar a ver las cosas como inalcanzables en algunas oportunidades; sin embargo, el Señor les hizo una declaración que no tiene rival, ¿Hay algo imposible para mi?, les dijo que podían estar totalmente seguros de que Él los rescataría y los haría vivir seguros en Jerusalén. Además los animó a ser fuertes y a terminar las tareas de reconstrucción que les había encomendado, porque Él estaba plantando semillas de paz y prosperidad en toda la nación. Las vides estarían cargadas de fruta, la tierra produciría sus cosechas y los cielos soltarían el rocío; una vez más Dios haría que ese pequeño remanente de Judá y de Israel heredara todas esas bendiciones. Entre las demás naciones, Judá e Israel se convirtieron en símbolo de una nación maldita, pero ya no lo serían más, pues Dios mismo los rescataría y los haría símbolo de fuente de bendición. Así como Dios estuvo decidido a castigarlos cuando sus antepasados lo ofendieron y lo hicieron enojar, así de decidido estaba en este tiempo a bendecir a Jerusalén y a todo Judá. También le dijo el Señor a Zacarías que los ayunos tradicionales y los tiempos de luto que habían mantenido al principio del verano, en pleno verano, en el otoño y en el invierno ahora habían terminado. Se convertirían en festivales de alegría y celebración para el pueblo de Judá. Así que debían amar la verdad y la paz. De una ciudad a otra estaría la gente decidida a ir al Templo de Dios para adorarlo, muchos pueblos y naciones poderosas irían a Jerusalén a buscar al Señor y a pedir su bendición. El Señor de los Ejércitos Celestiales dijo: en aquellos días, diez hombres de naciones e idiomas diferentes agarrarán por la manga a un judío y le dirán: “Por favor, permítenos acompañarte, porque hemos oído que Dios está contigo”. ¡Gloria a Dios!



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