Daniel 6-12
Visiones, visiones y más visiones… es lo que veremos
en esta segunda parte del libro de Daniel que es totalmente inspirador. Después
que Daniel recibió en sueños estas visiones, las puso por escrito; la primera
visión es la de las cuatro bestias, y la segunda es la del carnero y el macho
cabrío; el mismo Daniel exclamó haberse enfermado luego de recibirlas por lo
fuertes que eran, y además dijo no haber podido entenderlas muy bien; estoy muy
de acuerdo con él, pues sentí una pequeña explosión en mi cabeza al leerlas, y
eso que lo hice en la traducción al lenguaje actual de las Escrituras. Estas
visiones que Dios le permitió tener a Daniel, se referían al fin del mundo,
confirmadas mediante palabra de Jesús en el capítulo 24 del Evangelio de Mateo. Lo que si puedo concluir en este
día respecto a estas visiones proféticas de lo que será el temido y a su vez
esperado desenlace de este mundo, es que Dios está muy interesado en ejercer
dominio sobre todas las naciones del mundo. Daniel también escribió que un día mientras leía el
libro del Profeta Jeremías, cuando llegó al pasaje donde Dios revela a Jeremías
que Jerusalén quedaría destruida durante 70 años, decidió ayunar y empezó a
pedirle a Dios por su pueblo. Si algo se evidencia claramente en estos días de
lectura, es que Daniel era un disciplinado hombre de oración, y eso por
supuesto incidía directamente en su relación con Dios y en las muchas formas y
veces que el mismísimo Dios del cielo mostró su poder a través de Él. Daniel
reconoció con dolor en su corazón delante de Dios, que los judíos habían
ofendido enormemente su nombre, y que además no habían querido escuchar a los
profetas ni arrepentirse de sus malas conductas; no obstante, rogó para que el
Señor pudiera perdonarlos y levantarles el castigo tan fuerte que les había
enviado.
Daniel clamó a Dios para que Él por su propio honor, mirara la triste
situación en la que habían quedado todos, y en la que había quedado la ciudad
santa y el Templo de adoración. Dijo que si pedía eso no era porque creía que
se lo merecía, o que los hebreos habían sido buenos; sino porque sabía que Él
era un Dios muy compasivo y bondoso. ¿Cuántos hemos apelado a la bondad de
Dios? ¡Presente! Mientras Daniel oraba, llegó volando el ángel Gabriel, que ya
se le había aparecido en sueños, y le dijo que Dios lo quería tanto que tan
pronto como empezó a orar ya había contestado sus oraciones; y que él le diría
lo que quería decir su sueño. El ángel
habló a Daniel acerca de la profecía de las setenta semanas; tenían que pasar
setenta semanas para que terminara el castigo en contra de Israel y de la
ciudad santa, tenían que pasar setenta semanas para que llegara a su fin la
desobediencia y el pecado. Al cabo de ese tiempo siempre habría justicia, y
sucedería lo que Daniel había visto y Dios cumpliría su promesa. Su santo
Templo sería purificado y se le volvería a dedicar. Así siguió el ángel
mostrándole todo lo que ocurriría cuando el mundo llegase a su fin. Daniel
también tuvo otra visión junto al río donde soñó con varios ángeles, y donde Dios
le dijo que vería todo lo qué pasaría con su pueblo en su futuro. ¿Te
atreverías a pedirle a Dios que te mostrara lo que pasará con tu Iglesia, con
tu familia o con tu nación en un futuro? Difícil pregunta, ¿Cierto?; en ocasiones
como que es mejor no saber, pero este no es el caso de los profetas y
visionarios de Dios. Los ángeles revelaron a Daniel que lo que había visto en el
primer sueño se refería a las guerras venideras entre los reinos, y también
anunciaron la hora final; el momento angustioso, un momento como no ha habido
otro desde que existen las naciones; cuando ese momento llegue, se salvaran
todos los del pueblo de Dios que tienen su nombre escrito en el libro, muchos de los que duermen en la tumba,
despertarán: unos para vivir eternamente, y otros para la vergüenza y el horror
eternos. ya entiendo porque a este libro lo llaman el pequeño apocalipsis; aunque muchas cosas deban permanecer en secreto hasta que ese día llegue, todos
los que hemos creído y temido, podemos caminar tranquilamente hacia el fin en
reposo, pues aún en esos últimos días, nos levantaremos para recibir nuestra
recompensa. ¡Aleluya!
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