2° Crónicas 29-32
Comenzó a reinar Ezequías siendo de veinticinco años, y reinó veintinueve años en Jerusalén. Este rey hizo lo recto ante los ojos de Dios, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre. He podido notar que una de las acciones más resaltantes que establecen las Escrituras respecto a las buenas obras de los reyes es el restablecimiento de la adoración en el Templo de Dios, y este rey lo hizo así en el primer año de su reinado; ordenó que las puertas del Templo fuesen reparadas y se abrieran y le comunicó a los Sacerdotes y a sus ayudantes que se prepararan para honrar a Dios. Empezar un reinado queriendo buscar la presencia de Dios tanto de forma individual como colectiva era indispensable para que los gobiernos puedan prosperar; ayer, hoy, mañana y siempre.
Todos obedecieron al rey, siguiendo las instrucciones de la ley de Dios; en el Templo encontraron muchos objetos que no agradaban a Dios y los sacaron, de inmediato reunieron a sus parientes, y todos se prepararon para adorar a Dios. Luego presentaron sacrificios y ofrendas a Dios por los pecados de Acaz y por los pecados del pueblo; los sacerdotes encargados de la Alabanza comenzaron a tocar sus instrumentos y mientras se presentaban los sacrificios el pueblo adoraba a Dios de rodillas; al terminar, el rey y todos los que estaban con él también se arrodillaron y adoraron a Dios. Ezequías animó a la gente para que también llevaran al templo de Dios sacrificios y ofrendas de gratitud como señal de que se habían comprometido a obedecer a Dios. Así fue como se volvió a rendir culto en el Templo del Señor, y Ezequías y todo el pueblo se llenó de alegría. Como me dijo una vez mi querida y amada discipuladora y maestra en un momento muy duro y determinante para mi: Mi niña, la felicidad del creyente está en obedecer a Dios. Nunca lo olvidaré.
Ezequías quiso volver a festejar la Pascua, pero su deseo de que todos pudieran celebrar y honrar el nombre de Dios no se resumía sólo a los miembros de su reino, sino que mandó mensajeros a que fuesen por todo Israel invitando a todos los israelitas, es decir, a los de Judá y a los de Israel, y también a los de la tribu de Efraín y de Manasés, a que celebraran la Pascua del Señor y ademas exhortaban a todo aquel que se había desviado de sus mandamientos a que se volvieran nuevamente a El y dejaran de desobedecerle. Esta comunicación de la Palabra de Dios nuevamente me hace sentir: identificada. La mayoría de los que oyeron este mensaje se burlaron y lo rechazaron pero otros se arrepintieron y fueron a Jerusalén; y por estos últimos, es que siempre digo que vale la pena cualquier esfuerzo y sacrificio. Así fue como se celebró la Pascua en Jerusalén y la fiesta de los panes sin levadura; todos estaban llenos de felicidad: la gente de Judá, los sacerdotes, sus ayudantes, la gente de Israel, y los extranjeros que venían del territorio de Israel y de Judá. Desde los días del rey Salomón hijo de David, no se había celebrado en Jerusalén una fiesta tan llena de alegría.
Ezequías tuvo éxito en la organización del trabajo del Templo, porque todo lo hizo con el único deseo de agradar a Dios, y porque siempre actuó de acuerdo con su ley. Por eso Dios consideró que todo lo que Ezequías hizo en el territorio de Judá, lo había hecho con sinceridad. Después de esto, vino Senaquerib, rey de Asiria, e invadió el territorio de Judá. Cuando Ezequías se dio cuenta de que Senaquerib había decidido atacar también a Jerusalén, reunió a los principales jefes del pueblo y a sus soldados más valientes, y les propuso tapar los pozos que estaban fuera de la ciudad; de esa manera los asirios no tendrían agua para beber. Luego puso a los jefes del ejército al mando del pueblo, y les dijo que fuesen valientes y que no tuvieran miedo porque aunque el ejercito asirio fuese muy grande y muy fuerte, ellos tenían a Dios de su lado y El pelearía por ellos. Con estas palabras del rey el pueblo cobró animo y valor y el rey de Asria no podía entender como podían estar los de Judá tan tranquilos; Senaquerib ofendía al pueblo y al Señor diciendo que Dios jamás podría salvarlos. Entonces el rey Ezequías y el profeta Isaías clamaron a Dios y le pidieron ayuda; en respuesta, Dios envió un ángel que mató a los valientes soldados y jefes del ejército del rey de Asiria. A Senaquerib no le quedó más remedio que regresar a su país lleno de vergüenza. Y cuando entró al templo de su dios, sus propios hijos lo mataron.
Dios permitió que Ezequías llegara a tener grandes riquezas y honores. Y fue tanto lo que llegó a poseer, que construyó lugares para guardar las enormes cantidades que tenía de oro, plata, piedras preciosas, perfumes, escudos y objetos valiosos. Todo lo que Ezequías hizo tuvo éxito, y se que fue porque buscó a Dios en Espíritu y en verda; él fue prosperado en todo así como prosperó su alma, y esa es la verdadera riqueza que Dios quiere que obtengamos. Cuando Ezequías murió, lo enterraron en el cementerio de los reyes, en una tumba especial para los reyes más respetados por el pueblo. Toda la gente de Judá, y los que vivían en Jerusalén, hicieron un gran funeral en su honor. Manasés, su hijo, reinó en su lugar.